viernes, 19 de abril de 2019

El origen del trabajador precario y las personas tóxicas: la empresa mundo.

"La vida y el trabajo no se concilian, se integran. No trabajas para, sino que colaboras con; no te despiden, te desconectan; no te controlan, te valoran."

"Alguien me dijo que los riders de Deliveroo no eran precarios, sino microemprendedores independientes que están tomando las riendas de su futuro."
Jorge Moruno, sociólogo.


En la época del emperador Vespasiano, año 69 d. C. la orina y su amoniaco era vendida para el curtido de cuero como también para los lavadores de ropa para limpiar las togas. Por lo que dicho emperador decidió cobrar un impuesto por los urinarios públicos. Cuando Tito, el hijo de Vespasiano, se quejó ante su padre de la naturaleza desagradable del impuesto, su padre le mostró una moneda de oro y le preguntó si se sentía ofendido por su olor. Tito le dijo que no y en ese momento Vespasiano le respondió: “sin embargo, se trata de la orina“. A día de hoy se utiliza la frase “Pecunia non olet”, el dinero no huele, y aún hoy su nombre designa a los urinarios públicos en Francia (vespasiennes), Italia (vespasiani) y Rumanía (vespasiene).
Igualmente, observa el sociólogo Jorge Moruno, la lengua vernácula del capital siempre va a ser la explotación y la extracción de plusvalía.

Y también explica que la palabra "proletario" viene también de Roma, los que eran tan pobres que no tenían más que sus vástagos, su prole, a los cuales ponían al servicio del ejército romano, al servicio del imperio.

Pero el concepto de trabajo, tal como lo conocemos nosotros, surge a partir del siglo XVIII. Aquella actividad que se realiza de manera pública, social, ante los ojos de otros y que se entiende como una utilidad, es un invento de la revolución industrial. Anteriormente, la economía era "oikos", o economía del hogar. Casi todos los procesos productivos se desarrollaban dentro del hogar.

Moruno nos recuerda que antes de que el trabajo se convierta en una mercancia, como una fuerza de trabajo que se tiene que vender en un mercado, el conjunto de recursos comunes pertenecian al conjunto de la comunidad. Hoy, el trabajo de la sociedad capitalista es el trabajo creador de valor, el que reproduce el capital invertido en una mayor cantidad de capital, y el valor está fundamentado por el tiempo social de trabajo humano invertido en producir algo. Por eso, la sociedad capitalista considera que el trabajo de cuidados no es trabajo, porque se presupone que no hay un tercero que gane con ellos (a no ser que haya una empresa de por medio).

Entonces, para lograr que el trabajador se convirtiera en una mercancía que se tenía que vender en un mercado, se debía transformar o destruir esta idea de comunidad. El capitalismo siempre ha necesitado de una sociedad para parasitarla y asentar su propio dominio. El historiador E. P. Thompson cuenta sobre la transformación del tiempo interno de los trabajadores: antes comunidad, vida y trabajo venían a ser lo mismo. Los trabajadores no diferenciaban entre su vida y el trabajo. El capitalismo reubica esa temporalidad bajo el dominio de cronómetro, tiempo medido y cuantificable; y de la relación salarial, que se hace hegemónica. Así se crea la disociación entre tiempo de trabajo y tiempo de vida.

Pero el trabajo disciplinario de esa fuerza de trabajo se encuentra con grandes escollos, ya que esta población es profundamente reacia a someterse a los tiempos que van dictaminado la racionalidad del trabajo.
Los grandes escollos son:
- El rechazo a la fábrica de los trabajadores;
- El control del dominio de los obreros de oficio sobre los tiempos y los ritmos productivos (En el
siglo XIX, los obreros de oficio todavía bebían de los "secretos de los gremios", ese saber que se transmitía de generación en generación, y ellos tenían el monopolio de ese saber y su ritmo de trabajo.)
- Y la ausencia de obreros hábiles (por ejemplo, en 1863 cuando decayó la industria del algodón en Inglaterra, los obreros de máquina pidieron a la cámara de los comunes la posibilidad de emigrar, que se denegó. Eran obreros que tenían un talento, el manejo de esas máquinas, talento que todavía era complicado para el capitalista substituirlo).

¿Cómo se solucionó estos escollos para la acumulacion del capital?
A través de la disciplina, el control directo del patrón sobre el trabajador.
Y despojando a los obreros de oficio de ese saber sobre los ritmos productivos y los secretos de los gremios, esos talentos o saberes que se iban transmitiendo de generación en generación para poder desarrollar una tarea.

Así, se asoció al trabajador al ritmo de la máquina (y no al revés).

Aquí aparece Frederick Winslow Taylor y la racionalidad del trabajo. Calcular la mayor productividad en el menor tiempo posible, calculando cuántos movimientos es capaz de hacer una persona en el menor tiempo posible. De esta manera, se despieza ese saber de los obreros de oficio para poder aplicarle unas tareas rutinarias y muy fáciles de ejecutar por cualquier persona. Son trabajadores sin cualificar.

Con Henry Ford, por su parte, aparece la cadena de montaje. Incluye la estandarización de los productos y el posicionamiento de los trabajadores en el mismo sitio, colocando las mismas piezas. Sólo de manera coorporativa se genera todo un circuito y engranaje de producción y consumo, lo que conlleva una nueva manera de interpretar, sentir y pensar al ser humano y el nuevo tipo de trabajador al nuevo tipo de trabajo.

En 1914, Ford anuncia un acuerdo general sobre los salarios, que consiste en un aumento del salario
nominal, de 2,5 dólares diarios a 5 dólares (excepto a los jóvenes menores de veintiun años y a las mujeres). De esta manera se aseguró un aprovisionamiento continuo de la fuerza de trabajo, ya que a cambio, se exigía obediencia, controlando a través de inspectores, la rigurosidad moral que se les aplicaba (nada de alcohol, vivir en familias modélicas, buen uso del gasto del salario...)

“Un cliente puede tener su automóvil del color que desee, siempre y cuando desee que sea negro” decía en 1914 Henry Ford, que decidió que todos los Model T se fabricasen en un solo color, el negro. Así, el consumo se adaptaba a lo que se producía. A partir de los años 70, donde se dislumbra una vida más allá del trabajo, el capitalismo convierte en mercancia todas esas aspiraciones de una vida más rica. Entonces, la produccion depende del consumo. El consumo es el punto de partida de la propia producción. Hoy en día, nadie vende un producto sin antes haber recabado la mayor información posible para ver quien es tu target, tu objetivo o cliente, para ver a quien se lo venderás.

Hoy, continúa explicando Jorge Moruno, el capitalismo es extensivo e intensivo, y busca nuevos nichos de acumulación: si antes había cercamiento de tierras, ahora se añaden los cercamientos de culturas, emociones y mentes; donde antes se ponían cuerpos y brazos a trabajar, ahora también lo hacen las cabezas y la cooperación. Ya no solo se extiende en el espacio, ahora también se intensifica en el ser humano.

Te venden productos, y también imaginarios. No buscas un imaginario que se asocia a un producto, tú compras un producto que te conduce al imaginario que deseas. Antes la publicidad era "copy estrategy", que expresaba claramente las virtudes que prometía la marca, y ahora se trata de qué consigues tú cuando compras un producto. Es la economía de la atención, que es la capacidad que tienen las empresas en un mar de estímulos para captar tu cabeza, tu mente, tu atención durante un momento. Las declaraciones de Patrick Le Lay, director del canal TF1, es un ejemplo: "La función de TF1 es ayudar a Coca Cola a vender su producto. Lo que nosotros le vendemos a Coca Cola es tiempo disponible de cerebro humano".

Esto implica que el conjunto de las distintas facetas de la vida comunitarias, sociales y culturales se vean absorbidas por la propia relación capitalista. Cuando el conjunto de producción estética se somete al conjunto de producción de mercancias en general, no hay ningún rasgo de la vida que quede fuera del propio capital. Es la empresa-mundo, el mercado atraviesa cualquier forma vital, no hay forma comunitaria que esté al margen de la propia relación capitalista. No existe un afuera de la fábrica, la propia sociedad se ha convertido en una fábrica. En la modernidad, las identidades se construyen, y son fugaces. El conjunto de la vida ha sido subsumido y absorbido dentro de la empresa-mundo: fábrica es, hoy, todo el espacio de vida y tiempo de la vida sometida al tempo capitalista. La empresa ya no fabrica una cosa, un producto; ante todo produce el mundo donde ese producto se incluye a través del deseo. La empresa vende mundos a través de los productos, y solo partiendo de la producción de ese mundo podemos pensar el sentido que adquiere hoy el trabajo, la figura del trabajador, el productos y el consumidor.

Actualmente, la sociedad salarial está en crisis. Antes decías "no importa el trabajo mientras que me paguen", ahora es "no me importa lo que me paguen mientras tenga trabajo". El trabajo se concebía como la manera de hacer algo por la sociedad: el trabajador creador de valor. Hoy, la sociedad te permite el lujo de poder trabajar. El trabajo ha pasado de ser una forma que sirve para vivir, a ser un medio para servir, estando disponible constantemente. Cada vez más hay más gente que trabaja y sigue siendo pobre, ya no es un mecanismo integrador, no siempre te garantiza los medios de subsistencia. Pero, paradojicamente, sigue siendo necesario para integrarse, para ser ciudadano de derechos.

Los ciudadanos ahora somos marcas, productos que tenemos que saber vendernos en el mercado, donde somos accionistas de nuestra propia fuerza de trabajo donde debes ofrecerte para que el resto quiera captar tu valor. Que seas polivalente, que trabajes en grupo, capacidad de adaptarte, que seas "empleable". Contar con las capacidades necesarias que requiere un proyecto empresarial. Hemos pasado en dos siglos de fijar a la fuerza de trabajo en un puesto para que se discipline, sea sumiso, para que su cooperación esté totalmente sometido a lo que dicte el patrón... a tener que ser flexible, autónomo, pero bajo relaciones profundamente heterónomas, regidas dentro de la relación de la propiedad privada y del mercado. La heteronomía, esas normas que disciplinan la sociedad, son cada vez menos identificables y objetivables. Puedes moverte libremente hacia cualquier sitio, pero sin capacidad de ir a ninguna parte.

Si antes la relación de trabajo funcionaba como "quien no se mueve, no siente las cadenas" de Rosa Luxemburgo, ahora ésta realidad disciplinaria se describe mejor con "no hay cadenas en mis pies, pero igual no soy libre" de Bob Marley (Concrete jungle). De esta forma, la empresa somos todos, pero la empresa no es de todos, advierte Moruno.

En el Milán del siglo XVII, ante la expansión de una peste que iba haciendo estragos, prosperó entre los ciudadanos una acusación contra los untadores (untori), los que iban untando con sustancias infectas las puertas de la ciudad, ayudando así a extender la enfermedad.
Hoy, los parados son los sustitutos. Y las personas tóxicas. "Tóxicos" eran los activos financieros que lastran las inversiones de muy baja calidad que, según se detectan, salta la alarma y el resto de actores en juego huyen de ellos como de la peste, con tanta celeridad como la que tienen sus propietarios para deshacerse de ellos. El concepto de tóxico ha saltado de las finanzas a las relaciones sociales, especialmente a las labores. Parece ser que la palabra "tóxico" deriva del latín "toxicum" y del griego "toxikon pharmakon", que quiere decir veneno para las flechas. Las personas tóxicas desprenden un aura de malestar e incomodidad para el resto, para el buen ambiente de la empresa. Pueden ser personas que no aceptan de buen grado una jornada esclavista.

"No hay nada más importante en la gestión empresarial que el saber motivar a la gente. Una motivación vale por diez amenazas, dos presiones y seis memorandos" dijo Lee Iacocca, responsable de la creación del Ford Mustang  y las Minivans de Chrysler. La desaparición del jefe autoritario no significa la desaparición de las relaciones de explotación, al contrario, se incrementan. El jefe puede convertirse en "sentido común" (ser tu propio jefe) que sobrevuela nuestras vidas fuera y dentro del empleo, el que te pide objetivos, resultados. La jornada laboral importa menos, lo que importa es que "las cosas salgan": optimizar la acumulación capitalista, producir más, maximizar el beneficio. Eso significa que te responsabilizes autónomamente y que aumente tu grado de servilismo. 
Lo que importa son los "doers", los "hacedores", los que no tienen tiempo para comer, para tomar más que un café. Los que no tienen tiempo para dormir, y viven al límite.



Fuentes:
La fábrica del emprendedor. Trabajo y política en la empresa mundo. Jorge Moruno.
No tengo tiempo. Geografías de la precariedad. Jorge Moruno.
Conferencia de Jorge Moruno sobre la economía del trabajo en el marco del II Congreso de Economía 21, Universidad de Valencia, 27 de marzo de 2014.

jueves, 4 de abril de 2019

Hacha de piedra, hacha de acero: las mujeres Yir Yoront.

"La suposición del hombre blanco de que su hacha era mucho más eficiente, que su uso le ahorraría tiempo y que, por lo tanto, representaba un "progreso" técnico hacia las metas que había establecido para el nativo, apenas se confirmó en la práctica original. Se invirtió en cualquier tiempo de ocio que pudiera ganar el Yir Yoront, no en "mejorar las condiciones de vida" y, ciertamente, no en el desarrollo de actividades estéticas, sino en el sueño, un arte que habían aprendido a fondo." Laurent Sharp, 1952.

El antropólogo John Edward Bern afirmó a finales de los años setenta del siglo veinte que la sociedad aborigen australiana (él estudió en la zona de Arnhem Land) no tenía ninguna institución de coerción, que vivía en algo así como en una anarquía organizada por el parentesco, y añadió: "Tiene sentido considerarlo así como una anarquía si nos olvidamos de la existencia de que la mujer está absolutamente subordinada al hombre". Los hombres aseguran que todos los recursos alimenticios que recoge la mujer de la tierra proceden de las prácticas religiosas y el trabajo ritual que ellos activan.

Años después, el antropólogo australiano Lester Hiatt asevera que está firmemente establecido en la literatura que el estado de la mujer aborigen en Australia es despreciable. Barry Alpher en su libro "Yir-Yoront lexicon", explica como la palabra para "mujer" en dicho idioma viene de la reduplicación de la palabra para "malo". Wart' (malo); wart'uwər (mujer). Alpher señala: "Probablemente es a través de algunas asociaciones de este tipo ('fertilidad 'o' tabú ', tal vez a través de la prohibición de que las mujeres vean cosas sagradas), que "mujer" ha llegado a ser expresada por una forma reduplicada de "malo"."

"Propongo, sin embargo, que tales discursos no deben hacernos entender que la mujer nunca participó activamente en el modificar la vida en común, en ese devenir colectivo, en la historia" explica la antropóloga Mercedes Fernández-Martorell en su libro "Capitalismo y cuerpo".
"Mostraré que el antropólogo, en sus interpretaciones, ha prescindido de considerar que la diferencia de sexo es producida por practicas e ideas arbitrarias distintas en cada pueblo (...) no toda actividad en mujer responde, necesariamente, a la obediencia con el ordenamiento establecido por el hombre". 
"Plantearé si, en su actividad, lo que pretende es reforzar la norma capitalista de que a cada hombre le pertenece un cuerpo de mujer, 
o mejor, 
¿reflexionan de tal modo porque habitan en esa norma?" 

El pueblo cazador recolector de los yir-yoront habita en la parte suroeste de la península del cabo York de Australia, cerca de río Mitchell. El antropólogo Lauriston Sharp explica en 1952 que esta comunidad utilizaba, como herramienta principal, el hacha de piedra. Hacha que solo los hombres iniciados sabían confeccionar y que era de su propiedad. Sólo cuando aprendían a construirlo, pasaban de niños a adultos. Y para lograrlo, debían entablar alianzas con algún joven de los poblados que vivían alejados, junto al río, lugar donde sí había piedras adecuadas para confeccionar el hacha. Del aliado adquiría la piedra y, a cambio, el joven yir-yoront le proporcionaba flechas que el hombre adulto le había enseñado a confeccionar, utilizando la madera de los árboles que había en su medio. Pero era la mujer quien manejaba diariamente el hacha, tanto para la recogida de alimentos como para cortar leña y mantener en buen estado las viviendas. (Sólo en dos circunstancias el uso del hacha de piedra estaba estrictamente limitado al hombre adulto: para recoger miel silvestre, el alimento más valorado entre los yir yoront, y durante las ceremonias.)

En el momento en que ella requería el hacha para su trabajo, estaba obligada a pedirla (normalmente a través del hijo) y devolverla inmediatamente al hombre. Así que, urgentemente cada vez, y en tantas ocasiones como fuera necesario a lo largo del día, la mujer solicitaba el hacha al hombre y se la devolvía. (Si era soltera, o si su marido estaba ausente, una mujer se dirigiría primero a su hermano mayor o a su padre. Una persona joven se dirigirían a un padre o a un hermano mayor para que les proporcionara un hacha. Así pues, el hacha de piedra era un importante símbolo de masculinidad  y de prestigio de la edad entre los yir yoront.

En 1915, una misión anglicana se intaló cerca de ellos. Observaron la importancia del hacha de piedra para el trabajo diario de la mujer, por lo que decidieron regalarle a cada una un hacha de acero, y cada una la aceptó (también algún niño resultó beneficiado). Los intrusos alegaban que realizaban tales obsequios con el objetivo de que aquellas afiladas hachas facilitaran el trabajo de la mujer en las tareas diarias que estaba obligada a ejecutar, acometiéndolas con mayor eficacia y rapidez. En realidad, no fue así. Recolectó la misma cantidad de alimentos que antes, cortó el mismo número de leños, realizó todas las tareas necesarias con la misma competencia de siempre. (Los yir-yoront, escribió Sharp horrorizado, usan la misma palabra para palabra y juego: "woq". "Woq" significa actividad. Parece ser que los Yir Yoront seguían utilizando la mayor parte de su tiempo para descansar y construir historias, actividades igual de significativas que conseguir leña, construir casas, cocinar... todas ellas actividades o trabajo). 

Eso sí: la mujer hacía referencia al hacha de acero como "mía" de manera posesiva, fórmula que jamás hubiera utilizado con el hacha de piedra. Tal hacha le proporcionó independencia y autonomía respecto del hombre, por lo que desencadenó la ruptura de las relaciones de sometimiento, de sumisión, de jerarquía entre quienes vivían en la diferencia de sexo yir-yoront. 

Lauriston Sharp afirma que, a causa de la intromisión de esa tecnología, la mujer practicó la independencia y se destrozó la vida entera, la organización social de los yir-yoront. 
"Lo que sostengo" explica Fernández-Martorell, "es que el hacha de acero en sí, no proporcionó beneficio alguno, utilitario, a ningún yir-yoront, contrariamente a lo que parecía evidente desde la lógica capitalista (...) conviene recordar que jamás una técnica significa algo si antes no existe el deseo de alterar alguna relación entre los individuos. En este caso, la mujer aceptó el instrumento del extranjero para alterar el vivir yir-yoront (...) ya que concibió que tal hacha le proporcionaría emancipación, libertad, como así fue." 
"El instrumento no supuso ventaja en la hora de trabajar, en cambio, fue el hecho de aceptarla y de poseerla, aún utilizándola como si fuera la de piedra, lo que originó la ruptura en las relaciones de jerarquía y sumisión establecidas." 
"El resultado fue que los hombres adultos perdieron el control sobre las prácticas diarias de la mujer, lo que proporcionó pérdida de prestigio en su masculinidad. Además, también se quebró la posibilidad de activar las prácticas tradicionales que permitían recrear la diferencia de sexo." (Otro resultado fue que las relaciones comerciales tradicionales que constituían un mecanismo integrador importante también se derrumbó, así como las festividades y visitas comunitarias que las acompañaban.) 

La interpretación de Sharp es que debido al hacha de acero en sí, se propició la rotura de todo aquel orden sociocultural. Concluye Sharp que aquella fue la estrategia que utilizó el invasor con la intención de aniquilar la autonomía del pueblo e imponerle su cosmogonía religiosa.

"Ésto supone utilizar como eje interpretativo la lógica e ideas capitalistas y empequeñecer el empuje de la mujer sobre el vivir colectivo. Bien podría no haber aceptado aquel presente, así como haber prescindido de entablar relación con el invasor. Pero la mujer realizó cada una de esas acciones provocando un cambio irreversible." 
"La técnica en sí nada significa si no se desea alterar, con ella, alguna relación entre los individuos.(...) no se trata de que la técnica produzca ruptura en el sistema de vida. En el caso de los yir-yoront, ni siquiera habría que considerar que los invasores fueran tan eficaces en su objetivo de romper aquel vivir introduciendo aquella herramienta. Fue la mujer la que rompió el orden establecido en aquella sociedad; y el hombre no supo hacer frente a aquella situación, o no quiso, pues cualquier nuevo orden implicaba modificar su jerarquía y avasallamiento sobre la mujer. Renunciar a su dominancia." 
"El pensamiento feminista siempre ha sostenido que no era cierto que la mujer no tuviera criterio". 

"Este es el lugar en el que habitaban los antropólogos al estudiar e interpretar las relaciones de poder de la diferencia de sexo en los pueblos ajenos al sistema capitalista. No es cierto que las capacidades y el empuje femenino les fuera invisible ni que no se interesase por la mujer en las sociedades que investigaban. La cuestión ha sido que no atendieron a la importancia de la diversidad de prácticas y discursos que dan sentido a la diferencia de sexo según cada pueblo. Trabajaban subsumidos en el secreto de que la potencialidad y las capacidades de la mujer no había que decirlas".

"En todo caso, lo hemos visto, ha sido largamente expresado el deseo de la mujer de modificar su situación, y cuando estimó que debía hablar sobre la represión que padecía, repetidamente tuvo que hacerse perdonar. Si la mujer había estado reprimida, destinada a la inexistente pública debido a su necedad, el solo hecho de hablar de su represión poseía un aire de transgresión deliberada. Su discurso ha sido permanentemente considerado de osado, de provocar al público al tratar un tema tan contrario al orden instaurado.

Ciertamente, este es el campo de sentido que durante tanto tiempo ha adoctrinado a un gran número de antropólogos de múltiples contextos y durante mucho tiempo. Cada uno explorando e interpretando el vivir en sociedades ajenas, pero habitados por la estructura de su particular sistema de vida, y simpre inmersos en un vivir capitalista.

Permítaseme denunciarlo (...) porque pensar en antropología es pensar en la diversidad de fórmulas ideadas por el humano para vivir en sociedad; pensar en los distintos discursos y prácticas que dan sentido a la diferencia de sexo y, por tanto, de manera crítica, a la originada en el capitalismo."

De hecho, no era la única ocasión en las que las mujeres Yir-Yoront se sublevaron. El mismo Sharp muchos años antes, en 1933, contaba que un hombre Yir-Yoront podía tener varias esposas, entre las que la solidaridad en forma de "huelga sexual" era un arma al que recurrir si era necesario: "En casos de malos tratos a una de ellas por parte del marido, pueden instituir un régimen de Lysistrata, un boicot económico y sexual en el que pueden alistar a sus otras hermanas en la comunidad" escribía Sharp.

En cuanto al hacha de acero, el sociólogo Everett Rogers usó el ejemplo de Yir Yoront en su libro "Diffusion of Innovations". En él, escribió que las introducciones de nuevas tecnologías tienen tres componentes: Forma, Función y Significado. Los dos primeros de estos tienden a ser entendidos y previstos durante la introducción: nos centramos en lo que es una tecnología y lo que hará. En este caso, la función fue la misma, pues las mujeres siguieron usando la nueva tecnología como si se tratase de un hacha de piedra. Pero ninguno entendió el significado, porque el significado se determina con el tiempo a través de la absorción de la tecnología en la cultura receptora. De aquí vienen las consecuencias no deseadas. El significado evoluciona: no puedes verlo hasta que sucede.

Y lo que sucedió es que únicamente desde 2012, los pueblos originarios Yir Yoront, Koko Bera, Kunjen y Koko Berrin tienen derechos de título nativos exclusivos sobre su territorio originario Kowanyama (que significa "lugar de muchas aguas"), convertido como parque nacional. Pero sus derechos al agua dentro del área no son exclusivos, y solo se pueden usar para fines no comerciales.

Fuentes:
Laurent Sharp. "Steel axes for stone-age australians", human organization, vol.11, núm. 2, 1952.
Laurent Sharp, 1933. The social organization of the Yir-Yoront tribe, Cape York Peninsula.
Barry Alpher "Yir-Yornt lexicon".
Mercedes Fernández-Martorell, "Capitalismo y cuerpo".
Everett Rogers,"Diffusion of Innovations"
J. Bern. "Politics in the conduct of a secret Male ceremony". Journal of Anthropological Research, vol. 35, núm. 1, 1979.
L. Hiatt, "Los argumentos sobre los aborígenes: Australia y la evolución de la antropología social, Cambridge, Universidad de Cambridge, 1996.
https://www.news.com.au/national/breaking-news/kowanyama-win-qld-native-title-claim/news-story/c1494e5412438baea1adadff0d65c65b