jueves, 31 de octubre de 2024

Tolkien, Elíade y hacer bocalagarto: la Muerte.

¡Hola mochuelos!


De que voy a hablar hoy? De la muerte. Andaaaa con qué optismo me he levantado... Qué alegría.
Bueeeno, no es el tema más alegre del mundo. ¿Pero no os gusta festejar "jalouin"? ¿Y de qué creéis que va eso?, de disfrazarse y echarse unas risas y consumir y comprar y hacer el bobo y comer y...? Bueno sí... vale, va de eso. De todo menos de la muerte.
Pero nunca hay que dejar escapar la oportunidad de tocar el tema de la muerte, porque no hay nada más humano que eso. Como dijo J. R. R. Tolkien, el autor de El señor de los anillos, en realidad es de lo que van todas las historias humanas. Literalmente dijo:
"Las historias humanas son prácticamente sobre el mismo tема, ¿no creés? La muerte."
Y el señor Tolkien entonces, sorprendentemente, se puso a leer en esa entrevista a la filósofa feminista Simone de Beauvoir. Imaginároslo con aire de conservador, con su pajarita y su chaqueta británica de cuadros, explicando que leyendo el periódico (y quizás tomando el té) se topó con esta filósofa. Esto que Simone de Beauvoir escribió:

"No existe la muerte natural: nada de lo que le sucede a un humano es natural, puesto que su presencia pone en tela de juicio el mundo. Todos los humanos deben morir: pero para cada uno, su muerte es un accidente y, aunque lo sepa y lo consienta, una violación injustificable."

Bueno, pues os comento que lo que leyó el señor J.R.R. Tolkien fue realmente un párrafo del cuarto libro autobiográfico de la filósofa. Se titula: "Una muerte muy fácil" Y es un relato sincero y duro del día a día de la agonía y la muerte de su madre.

Una de las partes qué más impresionaron es cuando Beauvoir explica que tuvo que escuchar mucho aquello de "es que tu madre ya tiene edad de morir". Porque claro, a los ochenta años se es lo suficientemente viejo para convertirse en un muerto... Ella define esta idea, literalmente, como "tristeza y exilio de los ancianos". Y es que nadie puede pensar que ha llegado a esa edad, y mucho menos que por haber llegado a una edad determinada, estás condenada o condenado por la sociedad. Esto es un exilio social en toda regla. Y es que la muerte, como la guerra o una pandemia, siempre nos pilla con el pie cambiado. No es algo que esperemos, desde luego, siempre nos parte el día. De hecho, Mircea Eliade, filósofo experto en creencias y religiones humanas, explicó que en la mayoría de los mitos, el advenimiento de la muerte, el hecho en sí de la mortalidad humana, fue un accidente desgraciado y estúpido que sucedió después. Los antepasados míticos, los primeros humanos vivían felices e inmortales comiendo perdices, hasta que algún ser burlón les hace la jugarreta de anunciarles que serán mortales, y que morirán. O son los mismos antepasados que se equivocan y por un error absurdo, sin saber cómo ni porqué, eligen morir. Y entonces dejan de comer perdices y comienzan a ser devorados por las lombrices.

Y no, hoy tampoco os vais a librar. Hoy también voy a contar una historia, de los sioux:


El Viejo Chamán y la mujer.
 
“Un día, el Viejo decidió que haría una mujer y un niño, y los hizo a ambos de barro. Una vez que hubo moldeado el barro en forma humana, le dijo:

-’Tú serás gente’.

Entonces lo cubrió y se fue. Al volver a la mañana siguiente, retiró la cubierta y vio que las formas de barro habían cambiado un poco. A la segunda mañana habían cambiado más y a la tercera aún más. A la cuarta mañana retiró la cubierta, miró las imágenes y les dijo que se levantaran y anduvieran, y éstas lo hicieron. Fueron hasta el río con su hacedor y él les dijo que su nombre era Viejo.

Mientras permanecían de pie a la orilla del río, la mujer le preguntó a Viejo:
-‘¿Cómo es esto? ¿Viviremos siempre y no habrá final?’ 


Y él contestó: 


-‘Nunca lo había pensado... Debemos decidirlo. Cogeré este pedacito de excremento seco de búfalo y lo arrojaré al río. Si flota, la gente morirá, pero a los cuatro días volverán a vivir de nuevo; morirán sólo cuatro días. Pero si se hunde, tendrán fin’.
Arrojó el pedacito al río y flotó. Debían morir... pero solo cuatro días.
La mujer indignada se volvió, cogió una piedra y dijo: 


-‘No, no va a ser así. Tiraré esta piedra al río y si flota viviremos siempre, pero si se hunde, la gente debe morir, de forma que tengan piedad unos de otros y sientan lástima unos de otros’.
La mujer arrojó la piedra al agua.... y se hundió. 


-‘Así sea’, dijo Viejo. ‘Habéis elegido. Y así es como ocurrirá’.”


No sabemos si Tolkien llegó a leer el resto, donde Simone de Bobuaj escribe, tajante:

«No se muere de haber nacido, ni de haber vivido, ni de vejez. Se muere de algo".


Y tiene razón. No se muere "de vejez", no te mueres de viejo. Sí es cierto que existe la muerte como destino, la muerte celular, por envejecimiento. Y también lo es que esta muerte no es consecuencia de la vida, sino de la pluri-celularidad y la reproducción sexual. Y es que la muerte apareció en el mundo, agárrate, 2.500 millones de años después del origen de la vida en nuestro planeta. Que se dice pronto. Pero también es cierto que se muere de algo, de la acumulación de agresiones externas que causan enfermedades, vulnerabilidad, debilitamiento... De hecho, en Occidente ninguna muerte se considera real sin un certificado que explique la "causa de defunción". Es más: cada uno de los síntomas de la muerte (falta de respiración o pulso, frialdad y rigos mortis, relajación de esfínteres, insensibilidad ante los estímulos eléctricos) pueden darse sin que se produzca la muerte. El único signo seguro y certero de la muerte es el comienzo de la putrefacción del cadáver, la muerte biológica.
Si uno muere debido a un paro cardíaco y le reaniman, no se expide certificado alguno. Ya, ya sé que no tendría sentido que a alguien reanimado vivito y coleando, se le de un certificado de defunción. Bueno, ni tiene sentido ni sensibilidad. Pero aquí va un "choque cultural" que me gusta divulgar: En otras culturas, la muerte es algo menos preciso. Si alguien se marea y se derrumba, se puede decir que "se ha muerto". Imagínate que susto si alguien te cuenta que su hijo murió ayer y luego le ves correteando con un triciclo por un pasillo... Eso sí, en muchas culturas: si alguien muere finalmente, y no "renace", es tabú nombrar a esa persona fallecida, no vaya a ser que nombrándola, aparezca... En nuestra cultura, no utilizamos la palabra "muerte" tan alegremente... De hecho, utilizamos muchos eufemismos para nombrarla. Hace poco escribí una entrada en mi blog con un listado de muchos de ellos, los que más me habían gustado, y la verdad es que aquí sí que hay alegría y humor. Paso a decir algunos ejemplos:


El cuerpo pide tierra.

Ponerse el pijama de palo/madera.

Machacar hormigas con el caletre.

Hincar el poleo.

Se fue con la mayoría.

Está mirando las flores desde abajo.

Está chupando gladiolo. / Se fué al barrio de los acostados. / Se lo llevó la pelá.

Está haciendo bocalagarto. Más cerca del arpa que de la guitarra.

Dejó de fumar.

Entregó la cuchara.

Dobló la servilleta.

Se fue pal corral de los quietos / pal cortijo de los callaos / al solar de los calladitos.

Está roscando las escarbaderas.

No escuchará el siguiente cuco.

Se ha ido al pueblo de los topos.

Está entre las tres piedras. (El dolmen)

Y si pasamos a otros lugares del mundo:

En Polonia: se cayó de la bici / Pateó el calendario.

Dinamarca: la última camisa no tiene bolsillos.

En Haiti: se fue a la tierra de los sin sombreros.

China: extinguió las preocupaciones / Vendió huevo de pato salado.

Vietnamita: entró en el sueño de los mil otoños.

En esloveno: se fue a silbar a los cangrejos.

Cuba: cantó el manisero / Se mudó al barrio Bocarriba.

Qué imaginación. ¿Silvar a los cangrejos? ¿Cuál fue la línea de pensamiento?

Mucho se habla de lo que el Sapiens ha aportado al mundo. ¿Además de las alcantarillas, que ha aportado el ser humano al mundo? Pues precisamente eso: la conciencia de la mortalidad... y la pintura, las historias, la inventiva, la imaginación... También las películas sobre apocalipsis y la angustia y la ansiedad para hacerla frente, sí, a la muerte. Esto es lo más humano del mundo, el miedo a la muerte.

Y el Sapiens tiene otra característica: es el único ser de la naturaleza capaz de destruir conscientemente a su propia especie. Ahí está también la inventiva en la guerra completa y letal: la guerra nuclear, los drones, los chips letales... Todo para matar. En mi segundo libro "La naturaleza que somos" cuento que en una de estas, se llegó a atar explosivos a murciélagos para que corrieran a ocultarse en las viviendas de los enemigos... Y sí que se ocultaron, bajo el coche del general. Hay un refrán wolof en Senegal, que reza: "el estiércol del murciélago cae sobre su propia cabeza".

La nuestra es una sociedad que hace de la muerte un tabú, o que reduce la muerte de manera nihilista, como algo que no tiene sentido y que merece ser ocultada, como se oculta los excrementos o el sexo. Que se avergüenza y hasta le parece obsceno los límites y las vulnerabilidades de su especie. No hay más que fijarse en la publicidad: zapatillas de marca que te hacen volar o maquillaje que te borra toda marca humana de la vida. El problema es que no hay nada más angustiante que lo reprimido cuando se despierta.

Se diría que hemos trascendido a la muerte, pero masacramos con el más perfecto refinamiento y la más cruel despreocupación a todas las especies vivientes.
Y esta es la paradoja: la nuestra es también una sociedad letal. Desde la industria bélica al monopolio de la muerte y violencia por parte del Estado, ecocidio, genocidio, etnocidio, pena de muerte, brutalidad policial, ahogados en el Mediterráneo, ciudades con pinchos en las esquinas y la muerte campando en nuestras televisiones... Ver la muerte mientras comemos entre publicidad de una marca de zapatillas y otro de maquillaje. Explotación capitalista obsesionada por el costo de la vida, y que no deja de mercantilizar a la muerte misma. Es lo que llaman la ‘muerte-espectáculo’, una versión de la realidad de la muerte como otro objeto que consumir, como un espectáculo más. Ante estas imágenes, podemos sentir apatía, anestesia moral o emocional, pero también podemos llegar a sentir empatía y conmovernos, o incluso rabia y frustración. Pero casi nunca ejercemos una verdadera reflexión sobre cómo nuestros privilegios se encuentran en el mismo mapa y que estamos realmente vinculados al sufrimiento y a la muerte de los demás.

Y recuerdo a otra filósofa, Susan Sontag en el libro "Respecto al dolor de otros", que escribe: "Los ciudadanos de la modernidad, los consumidores de violencia como espectáculo, adeptos de proximidad sin riesgo, están educados para ser cínicos. Algunas personas harán lo que sea por mantenerse pasivas".
Y siendo este un programa de historia, pienso yo que qué mejor que conocer la historia para vincularnos con la historia de los demás.

Ante la muerte, no hay nada mejor que apreciar mejor la vida; pero sobre todo, respetarla antes que nada en los otros.

Y termino con una frase de un libro titulado así "Antropología de la muerte" de Louis-Vincent Thomas:
"La muerte es a la vez horrible y fascinante [...]
Horrible porque separa para siempre a los que se aman;
porque el chantaje de la muerte es el instrumento privilegiado de todos los poderes;
porque hace que nuestros cuerpos terminen por desintegrarse en una podredumbre innoble.
Fascinante porque renueva a los vivos e inspira casi todas nuestras reflexiones y nuestras obras de arte, al tiempo que su estudio constituye un camino real para captar el espíritu de nuestra época y los recursos insospechados de nuestra imaginación.
Puede decirse con verdad que amar la vida y no amar la muerte significa no amar realmente la vida."

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