"La mayoría vivimos así; vivimos según un plan preestablecido. Pasamos la juventud educándonos. Luego buscamos un trabajo, conocemos a alguien, nos casamos y tenemos hijos. Compramos una casa, procuramos que nuestro negocio tenga éxito, intentamos realizar sueños, como tener una casa de campo o un segundo automóvil. Nos vamos de vacaciones con nuestras amistades. Hacemos proyectos para la jubilación. Los mayores dilemas que algunos de nosotros hemos de enfrentar son dónde pasar las próximas vacaciones o a quién invitar por Navidad. Nuestra vida es monótona, mezquina y repetitiva, desperdiciada en la persecución de lo banal, porque al parecer no conocemos nada mejor."
"Nuestra única finalidad en la vida pronto se convierte en conservarlo todo tan seguro y a salvo como sea posible. Cuando se produce algún cambio, buscamos el remedio más rápido, alguna solución ingeniosa y provisional. Y así, a la deriva, va pasando nuestra vida hasta que una enfermedad grave u otra calamidad nos saca de nuestro estupor"
"La pereza occidental es muy distinta. Consiste en abarrotar nuestra vida de actividades compulsivas a fin de que no quede tiempo para afrontar los verdaderas problemas. Si contemplamos nuestra vida veremos claramente cuántas tareas sin importancia, a las que llamamos «responsabilidades», se acumulan para llenarla. Un maestro las compara a «hacer la limpieza de la casa en sueños». Nos decimos que queremos dedicar tiempo a las cosas importantes de la vida, pero nunca tenemos tiempo. El mero hecho de levantarnos por la mañana supone una multitud de tareas: abrir la ventana, hacer la cama, ducharse, limpiarse los dientes, dar de comer al perro o al gato, fregar los platos de la noche anterior, descubrir que te has quedado sin azúcar o café, salir a comprarlo, preparar el desayuno... Es una lista interminable. Luego hay que buscar la ropa, elegirla, plancharla, volverla a guardar. ¿Y el cabello? ¿Y el maquillaje? Desvalidos, vemos cómo se nos llenan los días de llamadas telefónicas y proyectos triviales, de responsabilidades y responsabilidades... ¿O no deberíamos llamarlas «irresponsabilidades»? Parece que nuestra vida nos vive, que posee su propio impulso imprevisible, que se nos lleva; en último término, nos parece que no tenemos elección ni control sobre ella. Naturalmente, esto a veces nos hace sentir mal, tenemos pesadillas y despertamos sudorosos, preguntándonos: «¿Qué estoy haciendo de mi vida?». Pero nuestros temores sólo duran hasta la hora del desayuno; aparece el maletín y volvemos a estar donde empezamos"
"La pereza occidental es muy distinta. Consiste en abarrotar nuestra vida de actividades compulsivas a fin de que no quede tiempo para afrontar los verdaderas problemas. Si contemplamos nuestra vida veremos claramente cuántas tareas sin importancia, a las que llamamos «responsabilidades», se acumulan para llenarla. Un maestro las compara a «hacer la limpieza de la casa en sueños». Nos decimos que queremos dedicar tiempo a las cosas importantes de la vida, pero nunca tenemos tiempo. El mero hecho de levantarnos por la mañana supone una multitud de tareas: abrir la ventana, hacer la cama, ducharse, limpiarse los dientes, dar de comer al perro o al gato, fregar los platos de la noche anterior, descubrir que te has quedado sin azúcar o café, salir a comprarlo, preparar el desayuno... Es una lista interminable. Luego hay que buscar la ropa, elegirla, plancharla, volverla a guardar. ¿Y el cabello? ¿Y el maquillaje? Desvalidos, vemos cómo se nos llenan los días de llamadas telefónicas y proyectos triviales, de responsabilidades y responsabilidades... ¿O no deberíamos llamarlas «irresponsabilidades»? Parece que nuestra vida nos vive, que posee su propio impulso imprevisible, que se nos lleva; en último término, nos parece que no tenemos elección ni control sobre ella. Naturalmente, esto a veces nos hace sentir mal, tenemos pesadillas y despertamos sudorosos, preguntándonos: «¿Qué estoy haciendo de mi vida?». Pero nuestros temores sólo duran hasta la hora del desayuno; aparece el maletín y volvemos a estar donde empezamos"
Ese momento en el que pensamos "¿qué estoy haciendo con mi vida?" es lo que los/las antropólogos/as llamamos liminaridad o fase liminal. Se trata del período entre uno y otro estado, el limbo durante el cual las personas han abandonado un lugar o estado, pero todavía no han entrado o no se han unido al siguiente. Éste es un espacio liminal, un umbral, un espacio libre donde no sucede nada y que genera incertidumbre, vacío, angustia, ansiedad y hasta silencio.
"Las cosmologías son reconfortantes, nos tranquilizan en la vida. Para ello, intentan aniquilar el acontecimiento (lo que puede obstaculizar la buena marcha de la vida individual o colectiva). Claro está, no pueden evitar que de cuando en cuando haya muertes, epidemias, sequías, guerras. Pero en este caso (...) lo conjuramos, nos tranquilizamos, aplicamos el principio de precaución y, si de todas formas se produce es necesario encontrar a los culpables, y no tanto para castigarlos (aunque se exige también eso en ocasiones) cuanto para restablecer el orden quebrantado".(...) para desplegar toda la cadena de causas que explican su aparición y mostrar al mismo tiempo que está controlado, que no volverá a producirse, o en todo caso no en las mismas condiciones" explica el antropólogo Marc Augé.
Esto que podría ser interpretado como algo negativo, un espejismo o un comportamiento inmaduro, es en realidad algo positivo.
La fase liminal es un espacio que posibilita el cambio, donde tenemos la posibilidad de que suceda todo. El sujeto es libre y esta abierto a todas las posibilidades y para ello se necesita la capacidad humana de invención y anticipación. El hombre goza de fantasía e imaginación y de una capacidad innovadora para crear perspectivas y ficciones (de ahí la importancia del arte, de la ficción, de los cuentos...)
La transición de un estado a otro en la vida comunitaria se realiza a través de lo que se llama "ritos de paso". Estos ritos presentan tres fases: separación, liminaridad y agregación. En la primera, las personas abandonan el grupo y comienzan a pasar de un lugar o status a otro, en la tercera fase, se reintegran a la sociedad,y la mayoría de ellos se centran en la etapa liminar. A pesar de las diferentes pautas de cada cultura, en todas existe un componente de muerte y resurreción del yo individual: “lo que yo soy antes del ritual muere para dar paso a un nuevo ser después o durante el mismo” Algunas tribus de África envolvían al candidato en pieles, como representación del vientre materno, como si volviera a nacer.
Pero no se debe confundir la transgresión y el renacer espiritual con la transgresión material, que es con lo que nos intenta saciar la sociedad capitalista, y donde ya todo se vuelve producto, incluso las nuevas experiencias:
"Los días en que la agricultura dominaba la economía hace tiempo que pasaron.
Los de la industria casi han acabado. La vida económica no está ya dirigida primordialmente a la producción. ¿A qué está dirigida entonces? A la distracción." afirma e filósofo John Gray. "El capitalismo contemporáneo es prodigiosamente productivo, pero el imperativo que lo mueve no es la productividad. Es mantener a raya el aburrimiento. Donde la prosperidad es la regla, la principal amenaza es la falta de deseo. Con las apetencias tan rápidamente saciadas, la economía pronto viene a depender de la manufactura de necesidades cada vez más exóticas. Lo nuevo no es que la prosperidad dependa de estimular la demanda. Es que no pueda continuar sin inventar nuevos vicios. El motor de la economía es un imperativo de perpetua novedad, y su salud ha llegado a depender de la manufactura de la transgresión. El espectro que nos persigue es la superabundancia –no sólo de bienes físicos, sino de experiencias que han palidecido. Las nuevas experiencias se quedan obsoletas antes incluso que los nuevos productos"
Los de la industria casi han acabado. La vida económica no está ya dirigida primordialmente a la producción. ¿A qué está dirigida entonces? A la distracción." afirma e filósofo John Gray. "El capitalismo contemporáneo es prodigiosamente productivo, pero el imperativo que lo mueve no es la productividad. Es mantener a raya el aburrimiento. Donde la prosperidad es la regla, la principal amenaza es la falta de deseo. Con las apetencias tan rápidamente saciadas, la economía pronto viene a depender de la manufactura de necesidades cada vez más exóticas. Lo nuevo no es que la prosperidad dependa de estimular la demanda. Es que no pueda continuar sin inventar nuevos vicios. El motor de la economía es un imperativo de perpetua novedad, y su salud ha llegado a depender de la manufactura de la transgresión. El espectro que nos persigue es la superabundancia –no sólo de bienes físicos, sino de experiencias que han palidecido. Las nuevas experiencias se quedan obsoletas antes incluso que los nuevos productos"
El verdadero cambio en nuestra fase liminal es más profundo, más simbólico, muy alejado de las perfecciones que nos quieren vender, y para eso hay que mirar para adentro.
"Pero en un mundo dedicado a la distracción" recuerda Rimpoché, "el silencio y la quietud nos aterrorizan, y nos protegemos de ellos por medio del ruido y las ocupaciones frenéticas. Contemplar la naturaleza de nuestra mente es lo último que nos atreveríamos a hacer. Algunas veces pienso que no queremos plantearnos realmente ninguna pregunta acerca de quiénes somos, por miedo a descubrir que existe otra realidad distinta a ésta. A veces, aunque la puerta de la celda esté abierta de par en par, el preso no quiere escapar."
"Pero en un mundo dedicado a la distracción" recuerda Rimpoché, "el silencio y la quietud nos aterrorizan, y nos protegemos de ellos por medio del ruido y las ocupaciones frenéticas. Contemplar la naturaleza de nuestra mente es lo último que nos atreveríamos a hacer. Algunas veces pienso que no queremos plantearnos realmente ninguna pregunta acerca de quiénes somos, por miedo a descubrir que existe otra realidad distinta a ésta. A veces, aunque la puerta de la celda esté abierta de par en par, el preso no quiere escapar."
No pierdas el tiempo
Pensando en lo que ya pasó
O en lo que aún no ha pasado.
Tañe las campanas que aún pueden repicar,
Olvídate de tu ofrecimiento perfecto;
Todo tiene una grieta:
Así es como entra la luz.
Leonard Cohen, "Un buscador de la verdad"
Leonard Cohen, "Un buscador de la verdad"
Mottainai (勿体無い) es una expresión japonesa que se refiere a no desperdiciar aquello que es valioso, y el sentimiento de arrepentimiento cuando se desaprovecha algo. Recientemente se utiliza para referirse a los recursos y el medio ambiente.
La filosofía del mottainai se encuentra dentro del sintoísmo y el budismo japoneses. El sintoísmo, la religión originaria de Japón, cree que en la naturaleza se encuentran diferentes espíritus llamados kami que deben ser adorados. Preservar objetos por más de 100 años hará que estos adquieran un espíritu y se conviertan en un tsukumogami. Incluso el ningyō kuyō es una ceremonia en la que se hacen ritos fúnebres para muñecas que ya no se quieren conservar pero tampoco se quieren desechar. Así pues, dentro del sintoísmo no solo se venera a la naturaleza, sino a los objetos antiguos, que se conservan y se heredan de generación en generación.
El ahorro de materiales no solo proviene de la religión, sino que también se justifica por fines pragmáticos. En la era de la posguerra, Japón se encontraba en una situación de miseria.
La palabra kintsukuroi (金繕い) es una forma de arte que consiste en reparar cerámica. A pesar de que en occidente la cerámica que se rompe se considera un desecho, o incluso la cerámica que se repara se considera fea, en Japón tiene un valor especial. El arte tradicional japonés de la reparación de la cerámica rota con un adhesivo fuerte, rociado, luego, con polvo de oro, se llama Kintsugi.
Este arte de reparar cerámica data del siglo XVI. Se cuenta que, en una ceremonia de té, alguien dejó caer por accidente el bello tazón de un terrateniente, y se rompió en cinco piezas. Uno de los invitados, para que no se enfadara, improvisó un poema en el que hablaba del nombre de quien dio el tazón y el singular estilo de este por las cinco piezas que componían el objeto, provocando las risas de los demás invitados.
Ciertamente, la prueba de la fragilidad de estos objetos y de su capacidad de recuperarse son lo que los hace bellos.
La filosofía del mottainai se encuentra dentro del sintoísmo y el budismo japoneses. El sintoísmo, la religión originaria de Japón, cree que en la naturaleza se encuentran diferentes espíritus llamados kami que deben ser adorados. Preservar objetos por más de 100 años hará que estos adquieran un espíritu y se conviertan en un tsukumogami. Incluso el ningyō kuyō es una ceremonia en la que se hacen ritos fúnebres para muñecas que ya no se quieren conservar pero tampoco se quieren desechar. Así pues, dentro del sintoísmo no solo se venera a la naturaleza, sino a los objetos antiguos, que se conservan y se heredan de generación en generación.
El ahorro de materiales no solo proviene de la religión, sino que también se justifica por fines pragmáticos. En la era de la posguerra, Japón se encontraba en una situación de miseria.
La palabra kintsukuroi (金繕い) es una forma de arte que consiste en reparar cerámica. A pesar de que en occidente la cerámica que se rompe se considera un desecho, o incluso la cerámica que se repara se considera fea, en Japón tiene un valor especial. El arte tradicional japonés de la reparación de la cerámica rota con un adhesivo fuerte, rociado, luego, con polvo de oro, se llama Kintsugi.
Este arte de reparar cerámica data del siglo XVI. Se cuenta que, en una ceremonia de té, alguien dejó caer por accidente el bello tazón de un terrateniente, y se rompió en cinco piezas. Uno de los invitados, para que no se enfadara, improvisó un poema en el que hablaba del nombre de quien dio el tazón y el singular estilo de este por las cinco piezas que componían el objeto, provocando las risas de los demás invitados.
Ciertamente, la prueba de la fragilidad de estos objetos y de su capacidad de recuperarse son lo que los hace bellos.
Lo que la psicología occidental llama "resiliencia": La capacidad de los seres vivos para sobreponerse a períodos de dolor emocional y situaciones adversas.
El libro tibetano de la vida y la muerte- Sogyal Rimpoché.
¿Por qué vivimos? Marc Augé.
Perros de Paja- John Gray.
http://conoce-japon.com/curiosidades-2/mottainai/
http://conoce-japon.com/arte/kintsukuroi/
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