martes, 27 de octubre de 2020

Sabidurías, Ciencia y los Mercaderes de la duda

“Nada hay más dulce que ocupar los excelsos templos serenos que la ciencia de los sabios erige en las cumbres seguras, desde donde puedas bajar la mirada hasta los seres humanos, y verlos extraviarse confusos y buscar errantes el camino de la vida”. Lucrecio, "De Rerum Natura".

"Nuestro producto es la duda, ya que es el mejor medio de competir con el conjunto de hechos que existe en la mente del público general"  

"Smocking and health Proposal" Memorandum de Brown & Williamson (empresa de tabaco), 1969.

Para muchos, sembrar la duda en contra del conjunto de hechos (como que el fumar es perjudicial para la salud), funciona. Es lo que Naomi Oreskes y Erik M. Conway llaman "mercaderes de la duda". Y esto es posible porque pensamos que la ciencia trata de hechos bien definidos, de certidumbre, y si la sentimos insegura, la creemos deficiente. Este mito tiene su origen en los positivistas de finales del siglo XIX, que deseaban un conocimiento absoluto y cierto. Pero este deseo no es real. 

La ciencia nació cuando surgió la necesidad de crear nuevo conocimiento, y con ello, la necesidad de encontrar una manera de comprobar todas aquellas nuevas propuestas de aquellos estudiosos, sabios y filósofos naturales, como eran definidos antes de que se inventara la palabra "científico" en el siglo XIX. Un mecanismo para someter todos estos conocimientos nuevos a investigación, para exponerlos a un riguroso escrutinio pasando por un jurado de pares científicos, apoyados por pruebas o evidencias concisas. Serán asumidos como nuevos conocimientos únicamente si resultan ideas aceptadas por esta asociación de expertos.

Investigar, escrutinar... Somos seres científicos natos. Algo que nos diferencia del
resto de los simios es la curiosidad infantil que se fortalece y se extiende a nuestros años maduros. Nuestros antecesores, desnudos, sin caparazón ni colmillos, cuernos o garras, solo con utensilios líticos y la cooperación, superaron circunstancias desfavorables extremas, y por eso hemos sobrevivido. Hemos sido capaces de contemplar una piedra, imaginar otra figura en aquella piedra haciéndole grandes modificaciones e incluso añadiéndole otros materiales, y después compartimos dicha información con los miembros de grupo, trabajando juntos y transmitiendo las experiencias y conocimientos a través de generaciones.


Los seres humanos nunca dejamos de curiosear, de investigar. Y no lo hacemos solos. Hablamos con otras personas para tener nuevas perspectivas. Así es como la información se convierte en conocimiento, y lo que fueron innovaciones drásticas se convierten en tradiciones.
Toda nuestra cultura está basada en la acumulación de conocimiento. Somos instructores sociales natos, y llevamos en nuestros genes el aprendizaje continuo. Hay estudios que demuestran que los bebés aprenden mejor si lo hacen de una persona de carne y hueso que de una pantalla o de la grabación de una voz. 

Los simios aprenden por objetivos, los humanos por procesos. Nos fascinan las cosas sin objetivo ninguno, sin sentido, las acciones que no tienen ningún resultado ni son útiles para nuestra supervivencia, y sin embargo, las probamos y analizamos con tenacidad solo por el placer que nos da la curiosidad. Por eso tenemos una avidez increíble por el arte, por la ficción. Es como si nos preparara mentalmente para lo desconocido, para afrontar situaciones nuevas. Hasta donde se sabe el cerebro sólo es capaz de procesar señales (rasgos sexuales) pero no símbolos (la fertilidad), que es parte de nuestros modelos socioculturales. Es la capacidad metafórica para escapar de las vías lógicas y no quedarnos atascados, para analizar desde otro ángulo (incluso en el tiempo y en el espacio) situaciones hipotéticas de la realidad. Roger Bartra, un antropólogo, lo llama "exocerebro". Él opina que nuestra cultura evoluciona más rápido que la evolución, por lo que la tecnología, la ciencia, el arte, la conversación... son una suerte de muletas cognitivas para escapar de los atolladeros de nuestro cerebro. Para la revolución.
"Cambiar de respuesta es evolución. Cambiar de pregunta es revolución", escribió el físico Jorge Wagensberg, que explicaba que la ciencia consistía en representar, como en un teatro, una realidad, y aplicarle el rigor y la inclemencia del método científico. Pero la verdad es siempre provisional, "sólo se puede tener fe en la duda", decía.

La ciencia solo es viva si es insegura, porque es un proceso de

descubrimiento. Una vez que se cierra un interrogante, se pasa a otro, y así sucesivamente. Por eso, la investigación básica es imprescindible, y el tiempo coloca las piezas en su sitio.
Un microbiólogo llamado Thomas Dale Brock estudiaba las bacterias extremófilas, los microorganismos que son capaces de vivir en condiciones extremas por temperatura, acidez, radiación... En las fuentes termales del Parque Nacional Yellowstone encontró a Thermus aquaticus, un organismo que se las apaña muy bien a temperaturas de más de 65º. Cuando Brock metió sus aparatos en el barro y luego archivó los datos de esta bacteria, no tenía ni idea de cual iba a ser su final, de la importancia que iba a tener. El primer termociclador que salió por fin al mercado para la prueba de la PCR, en 1987, fue gracias a la incorporación de una enzima de Thermus aquaticus. Y es que la enzima de la bacteria que se estaba utilizando, la Escherichia coli, no aguantaba las altas temperaturas.

La duda, la curiosidad, el escepticismo, es parte de la ciencia. Los mercaderes de la duda utilizan esta característica intrínseca del método científico para dar la impresión de que no funciona, para socavar la autoridad del conocimiento científico pero haciendo caso omiso a sus protocolos, sin tener en consideración las teorías que ya están refutadas por pruebas científicas y por el consenso de los expertos. Las más de las veces, el periodismo moderno, aprovechando el filón del beneficio del instante, por la competencia feroz de la atención y el tiempo, cree que si alguien discrepa, debería otorgarle la consideración debida dándole voz. Especialmente si es alguien de renombre, con reputación. Sin indagar si sigue el protocolo científico, si superó la prueba de la revisión por pares, si realmente ese debate científico es real, si es experta en esa materia. Ni siquiera cuales son las fuentes de su respaldo financiero.

Volvamos a los orígenes de nuestra actitud mental científica innata. Levi Strauss, en su libro "El pensamiento salvaje" hace una alegoría sobre el gusto o placer del ser humano: "(...) para elaborar las técnicas, a menudo prolongadas y complejas, que permiten cultivar sin tierra, o bien sin agua, cambiar granos o raíces tóxicas en alimentos, o utilizar esta toxicidad para la caza, la guerra, el ritual, no nos quepa la menor duda de que se requirió una actitud mental verdaderamente científica, una curiosidad asidua y perpetuamente despierta, un gusto del conocimiento por el placer de conocer, pues una pequeña fracción solamente de las observaciones y de las experiencias (...) podían dar resultados prácticos e inmediatamente utilizables".

Existen lugares donde todavía mantienen un continuo interactuar con la naturaleza y una ciencia paleolítica y neolítica previa a la "ciencia moderna", esta última de tan solo 300 años. Conocimiento indígena que no se limita a un listado de objetos sin contexto en un museo, o a una clasificación taxonómica de plantas, sino también a dimensiones dinámicas, relacionales y utilitarias: ciclos climáticos, períodos de floración, recuperación de sistemas... Un proceso de acumulación en espiral de conocimiento, que se va incrementando como se incrementa la experiencia de la comunidad generación tras generación, mediante el lenguaje, principalmente por via oral.

 
Son lugares donde hay una estrecha correlación entre la riqueza de su biodiversidad, de la diversidad de lenguas y del origen y difusión agrícola y pecuaria, como explican Victor Toledo y Narciso Barrera-Bassols (La memoria biocultural). Los países situados en la franja intertropical, poseen la mayoría de las lenguas y especies endémicas. Estos países además conservan las prácticas de manejo, selección y preservación de la diversidad genética de las especies y variedades domesticadas.

"La distribución de lenguajes no está restringuida a los límites políticos, aún así, se pueden tomar como unidad de comparación. El primer grupo está conformado por Indonesia y Papua Nueva Guinea, que entre ambos alcanzan el 23% de todos los idiomas del mundo. El segundo grupo (Nigería, India, México, Camerún, Australia, Zaire y China), el 37% del total a nivel mundial. Todos ellos, el 4% de todos los países, representan el 54% de las lenguas vivas del mundo.
(...) El chino, el inglés, el español, el árabe y el hindi, son hablados por más de un millón de personas, el 95% de la población mundial."


 

"Son en las sociedades tradicionales (de caracter rural que no han sido transformados por los fenómenos de modernización agraria) donde recae la tarea de interactuar con los reservorios más ricos de diversidad biológica del planeta y quienes habitan en las áreas del mundo con alta diversidad de lenguas. Se estima que entre 5.000 y 6.000 lenguas solamente son habladas por conjuntos con un millón o menos y estos corresponden a los llamados pueblos indígenas, que representan entre el 80-90% de la diversidad de planeta (Durning, 1993)."
 
Según estos autores, existen por lo tanto dos modelos de conocer la realidad: conocimiento y sabiduría.  

"El conocimiento está basado en teorías, postulados y leyes; por lo tanto se
supone que es universal […] La sabiduría se basa en la experiencia concreta, y en las creencias compartidas por los individuos acerca del mundo circundante, y mantenida y robustecida por testimonios”

El conocimiento y la sabiduría, remarcan, no son fácilmente separables y tampoco se pueden reemplazar el uno por el otro, ambos son necesarios para la preservación de la experiencia humana.
El conocimiento se realiza de una manera impersonal e indirecta para dar sentido al mundo. Aspira a la generalidad, por lo que intenta separar o tomar distancia y se ha ido orientando por la especialización, la parcelación y la fragmentación de la realidad.  
Si acaso existe una memoria colectiva de especie, se encuentra más facilmente en el conjunto de sabidurías. Las sabidurías están enraizadas en la experiencia personal y directa con el mundo. Una experiencia cotidiana de la forma percibir la vida y de vivirla, compartida en el interior de una comunidad cultural determinada. La intuición, las emociones, los valores morales son intrínsecos a esta manera de mirar las cosas, una mirada compleja con multiplicidad de significados.

Toda cultura es una forma en que la humanidad desafía a la realidad a su manera. Los saberes locales se construyen en base a las experiencias y necesidades sociales.

El problema reside en que las estructuras naturales y sus relaciones y dinámicas ecológicas siempre son inciertas y cambiantes. Como la realidad cambia, la percepción y la organización mental sobre el mundo natural tampoco es fija ni estática, sino de múltiples significados, valores y dimensiones. Los saberes y valores tradicionales no son sistemas estáticos sino diseños innovadores, adaptables a procesos dinámicos y aspectos culturales particulares. Reorganizados en el mundo mítico y los ritos, las tradiciones. De esta manera, ofrecen también un sentido de pertenencia, de identidad.
"La verdadera significación del saber tradicional no es la de un conocimiento local, sino la de un conocimiento universal expresado localmente."

Es de conocimiento universal que la tierra esta viva. Los avances científicos
y tecnológicos han permitido en las últimas dos decadas conocer más las profundidades terrestres, enormes ecosistemas de seres microscópicos que viven sin oxígeno ni luz solar. De hecho, hay más biomasa en la superficie que en la atmósfera terrestre. El ecólogo David W. Wolfe escribe en su libro "El subsuelo": "Con cada nuevo descubrimiento subterráneo se hace más evidente que el nicho ocupado por el Homo sapiens es más frágil y mucho menos central de lo que pensábamos". Los campesinos pichatareños de México ya reconocían que la tierra no es inmutable, sino viva y dinámica, según el ritmo estacional, variabilidad climática e hidrálica, etc... Esto se refleja en la expresión "la tierra trabaja y se comporta..." La tierra puede cansarse, estar sedienta, hambrienta, enfermarse o envejecer. Pero al contrario que otros seres orgánicos, la tierra también puede rejuvencer, rehabilitarse y recuperarse.

sábado, 10 de octubre de 2020

La teoría de la evolución: o porqué tienes tantos problemas de espalda.



"Nos detuvimos en busca de monstruos debajo de la cama cuando nos dimos cuenta de que estaban dentro de nosotros".  

Charles Darwin.

 


La evolución funciona por procesos acumulativos, depende de la cantidad de mutaciones genéticas que se van produciendo a lo largo del tiempo, por supervivencia. El tiempo es un pilar fundamental para que esos procesos biológicos vayan dando sus frutos.
Y la vida en la Tierra ha tenido todo el tiempo del mundo. 

La vida en la Tierra apareció hace unos 3.900 millones de años, y los animales hace ochocientos o mil cien millones. Los Homo sapiens llevamos 200.000 años. Ni podemos concebir estas cifras.

La vista, el oído, el sistema inmunitario, las alas, las garras, todo proviene de ir sumando mejoras diminutas. Porque la evolución no es una fábrica de ensamblajes de coches a partir de piezas prefabricadas. La selección natural favorece estructuras que ya desde el principio aportan ventajas para la supervivencia, y después puede mejorarlas por un proceso progresivo, acumulativo, de adaptación. Los seres vivos complejos no pueden ser diseñados desde cero. Todos los organismos actuales tenemos en nuestras entrañas rastros de la reutilización de estructuras anteriores para nuevos fines.

Nuestra columna vertebral, por ejemplo, no está pensada para andar sobre dos pies, sino para cuatro patas.  Cuando empezamos a ser bípedos, forzamos la columna pero no pudo adaptarse a la misma velocidad que el bipedismo. Por eso tú tienes tantos problemas de espalda, como predice tu horóscopo cada cierto tiempo. Los problemas de espalda entra dentro de las enfermedades crónicas más frecuentes, especialmente a partir de cierta edad. 
Los dolores de cuello, la ciática, las hernias discales, la lumbagia... es el precio a pagar por caminar sobre dos pies, liberar las manos para manipular de manera más eficaz objetos, y elevar nuestra visión. La postura bípeda estimula la inteligencia, ya que al tener las manos libres, interactuamos con las cosas, experimentamos con el entorno, las sostenemos, las miramos, comprobamos sus cualidades, su aplicación... jugamos. Así, creamos herramientas para racionalizar el mundo. Nos adornamos, pintamos en las paredes o enterramos nuestros muertos, y damos rienda suelta al pensamiento abstracto. Y caminamos mayores distancias.
Nuestro corazón y nuestro sistema linfático también tienen que trabajar más arduamente para impulsar la sangre y los líquidos hacia arriba al estar erguidos. Es un bombeo constante vertical que causa las enfermedades cardiovasculares que padecemos, la primera causa de muerte en el mundo. 
 
También los nacimientos humanos son tan dolorosos, porque la pelvis tampoco tuvo tiempo de modificarse lo suficiente al andar sobre dos piernas. Nuestro canal de parto terminó siendo estrecho y retorcido, porque en realidad estaba evolucionado para cuadrípedos.
Nacemos siendo aún fetos y hasta que no cumplimos un año, no estamos a un nivel de desarrollo similar al resto de mamíferos. La infancia humana es mayor que la de ningún ser vivo. Pero este desarrollo externo hace que aprendamos en contacto directo con el mundo. Ya vamos jugando, observando el entorno, imitando y memorizando.

La naturaleza debe reciclar las estructuras anteriores para construirnos, mezclando piezas disponibles en la forma más efectiva que los recursos disponibles le permite. Y estas piezas, estos recursos, provienen de los antepasados, que se modifican muy lentamente y, a veces, de manera azarosa y pelín chapucera.

"La necesidad es la madre de todas las invenciones", decimos. Existe en diferentes culturas este ingenio improvisado de baja o nula tecnología, reutilizando recursos. "Jugaad" o "jugaard" es en hindi, y el nombre de un medio de transporte en el norte de la India, hecho de tablones de madera y partes viejas de otros coches, con motores diésel originalmente destinados a impulsar bombas de riego agrícolas. "Jua kali" lo llaman en Kenya, que en swahili significa "sol fiero", bajo el cual trabajan en sus diseños. ´N boer maak´n plan dicen en idioma Afrikaans (significa "un agricultor hace un plan").
Desenrascanço en Portugal. Trick 17 en Alemania, Trick 3, en Finlandia, Trick 77 en alemán suizo. Systéme D en Francia. La letra D se refiere a "débrouille": hacer, manejar.
La naturaleza evolutiva es todos estos ingenios humanos juntos, y con más tiempo y complejidad. 

Nuestros ojos, tan a la vista por el uso de las mascarillas, también son chapuceros.
"Suponer que el ojo con toda su inimitable complejidad para ajustar su centro focal a distintas distancias, para reconocer distintas cantidades de luz, y para corregir las desviaciones esféricas y cromáticas, pudiera haber sido formado por la selección natural, parece, y lo confieso francamente, absurdo en sobremanera", escribió Darwin, que estaba seguro de que algún día nos convenceríamos de lo contrario, porque existen "numerosos cambios graduales de un ojo sencillo e imperfecto a uno complejo y perfecto." Por eso, también tiene defectos, no tanto de funcionamiento sino de diseño. Las conexiones de las fibras que dan lugar al nervio óptico están en la parte externa de la retina, creando una barrera a la luz dentro del ojo. Una zona de la retina que no capta la luz. Así, es el cerebro el que rellena este hueco completando la imagen por su cuenta, según la información que obtiene del entorno.
 
Los órganos vestigiales son otra muestra del ingenio de la evolución. En la anatomía de muchos animales, descubrimos elementos que no sirven para nada, pero que siguen en el cuerpo porque son ese historial, esos recursos que provienen de nuestros antecesores y no han sido suprimidos. Por ejemplo, las ballenas tienen pelvis, aún teniendo cola, porque proviene de un ancestro que caminaba. Nosotros también tenemos huellas corporales de nuestro pasado como especies diferentes. Se han detallado hasta 86 órganos vestigiales. Esas a veces molestas muelas del juicio nos servían para triturar alimentos duros cuando éramos hervíboros. Nuestro coxis es una cola atrofiada. Nuestro tercer párpado de los ojos (ese repliegue en la esquina interna de cada ojo) nos conecta con las aves primitivas, y es posible que nos vino bien cuando nos protegía en nuestra existencia subterránea siendo mamíferos. 

No todos los órganos vestigiales son superfluos. De hecho, todos los seres vivos estamos incompletos, o todos somos seres intermedios entre nuestro antepasado y nuestro futuro desarrollo. Pero todos somos funcionales enlazadas en el proceso evolutivo, como eslabones de una cadena. También en los ADN hay mutaciones genéticas que se van almacenando pero que no se expresan.
 

El mejor ejemplo son los fetos dentro del vientre materno. En él, tenemos agallas como los peces, dedos palmeados como los patos, cola como monos y ojos a los lados como los reptiles. Las células de las gónadas (testículos) de los hombres, en un principio, aparecen cerca del pecho, como en los peces. Después, sobre los riñones en formación, como en los anfibios, como en una salamandra, por ejemplo. Luego al lado de los riñones, como en los reptiles. No es hasta el quinto mes de gestación que ya están en su lugar correcto, como en el resto de mamíferos.
Poco a poco, como si se tratara de la historia de nuestra evolución retratando a nuestros antepasados, estos genes se nos van anulando por nuevos genes adquiridos que anulan a estos genes antiguos. Otro ejemplo de reutilización de recursos, y una lección de que al fin y al cabo, no somos tan diferentes del resto de los seres vivos del planeta.  
 
De hecho, gran parte del ADN es común entre todas las especies que existen en la actualidad. Los humanos compartimos el 98,7% de nuestro ADN con el bonobo, y el 90% con el ratón de campo. Con la levadura de cerveza, un 31%. Y es que todos los organismos provenimos de un ancestro común. Somos tan diferentes porque son las proteínas las que resultan bien distintas, y son ellas las que hacen ser como somos. Y sólo son idénticas un 52% de las proteínas de los bonobos y las personas. 
Compartimos también casi el mismo número de genes que una lombriz de tierra. Nosotros 20.500 genes más o menos, la lombriz 20.300 genes. Pero la complejidad de un organismo tampoco reside en el número de genes, sino en su eficacia, en su acción química al sintetizar diferentes proteínas.

Así, nuestros genes dictan que se debe construir una gran cabeza en el feto para alojar nuestro gran cerebro, ordenando a las proteínas que sigan añadiendo tejido óseo al cráneo.
 

El cerebro, el órgano más complejo con uno de los nombres más antiguos: del indoeuropeo "ker" que significa "cabeza", y "brum", que significa "llevar". Un conjunto de proteínas, lípidos grasos y miles de millones de células cerebrales, las neuronas, que no se sustituyen en el ser humano. Y que son más numerosas que las estrellas que forman una galaxia mediana. 
El cerebro es el 2% de nuestro peso total, que consume más del 20% de nuestra energía. Si extendiéramos nuestro cerebro sobre el suelo como si fuera una alfombra, ocuparía una superficie mayor a dos metros cuadrados. La aparición de la consciencia apareció con este aumento del tamaño cerebral, y para eso tuvimos que invertir mucho consumo energético.
Por ejemplo, ahorramos energía del sistema digestivo. Destinamos menos calorías en este sistema para aumentar el cerebro. Con la carne, pudimos digerir más fácilmente que con los productos vegetales, y además pudimos absorber más nutrientes. Por eso, nuestro sistema pudo ser más corto y más simple. Y la depredación para conseguir dicha carne solo pudo darse gracias a la habilidad, a la tecnología de las herramientas, que se dio gracias a un cerebro más grande, que se dio gracias a un sistema digestivo más simple. La naturaleza evolutiva no sólo reutiliza los recursos, sino que sus procesos también se retroalimentan.
 
Nuestra especie "Homo sapiens" surgió después y gracias a estos procesos de evolución humana, hace solo unos 200.000 años, en Tanzania. Allí permanecieron, perfeccionando sus habilidades de caza, pesca y recolección, y sobre todo sus habilidades sociales y simbólicos. La expansión ocurrió hace 120.000 años, en busca de nuevos recursos.
 
Por eso, el ADN más antiguo corresponde a los hotentotes y bosquímanos. Mejor dicho, a los khoikhoi y los san, los joisán. Su ADN mostró que apenas se ha mezclado con otros grupos humanos, ni de "Homo erectus" asíatico ni neandertal. La lengua joisán, llamada !kung, es la que tiene más sonidos del mundo: 141 vocalizaciones diferentes que incluyen chasquidos, choques entre la lengua y clicks. En 2011 se comparó 504 lenguas habladas actualmente, y se demostró que la cantidad de sonidos en las lenguas humanas disminuye según nos alejamos del continente africano. El hawaiano se basta solo con 13 sonidos. El lenguaje humano nació en el este de África y allí tuvo una evolución más firme.
 
Pero ésto no significa que sea mejor o peor. La naturaleza no entiende de progreso ni de desarrollo, ni de perfección ni de pureza, sino de utilidad. Útil para poder alimentarse y reproducirse y para aprovechar nichos ecológicos. Para ser otro eslabón más en la cadena de la vida. Para sobrevivir. 
 
 
Fuentes: "El huevo de dinosaurio y otras historias científicas sobre la evolución", de Jorge Bolívar.