jueves, 24 de marzo de 2022

Cielos negros: nos están robando la noche.

“Era una de esas noches claras, estrelladas, cubiertas de rocío, que oprimen el espíritu y aplastan nuestro orgullo con la brillante prueba de la terrible soledad, de la oscura insignificancia desesperada de nuestro planeta.” Joseph Conrad (Azar)
 

Copérnico descubrió que la Tierra no era el centro del Universo, sino que giraba en torno al Sol, en el siglo XVI. 

Después, los astrónomos descubrieron que el Sol no se hallaba en el centro del Universo, sino que nuestro sistema solar forma parte de una galaxia con miles de millones de soles. 

Y luego, que nuestra galaxia es una entre miles de millones de galaxias en el Universo, cada una con miles de millones de estrellas, y que además, es una insignificante porción de un inmenso cosmos. 

Nosotros decimos "noche", pero contiene siete partes: atardecer, crepúsculo, conticinio (la hora de la noche en que todo está en silencio), intempesto, gallicinio, madrugada y alba.
Y cada vez más, al contemplar el cielo y sus estrellas en una noche negra y clara, nos sentimos aplastados y humildes. Y eso que es sólo una minúscula parte de todo el Universo lo que podemos ver. En una ciudad, apenas si alcanzamos a distinguir entre diez y doscientas estrellas. Pero en el campo, en una noche sin luna, pueden verse a ojo desnudo hasta 2.500 estrellas.

Hay una palabra que ayuda para explicar este estado o emoción: 幽玄 - Yūgen. O mejor dicho, para saber que es mejor no explicarlo. Los kanjis que conforman esta palabra significan oscuridad y misterio, calma y profundidad. Se trata de dejarnos atravesar y poder apreciar y expresar aquello que nos conmueve sin caer en una inútil obstinación por querer explicarlo y describirlo absolutamente todo.

Escribe Junichiró Tanizaki en "El elogio de la sombra": Lo mismo que una piedra fosforescente en la oscuridad pierde toda su fascinante sensación de joya preciosa si fuera expuesta a plena luz, la belleza pierde toda su existencia si se suprimen los efectos de la sombra."

Escribe Robert Macfarlane en "Los lugares salvajes": “Nuestro desencanto de la noche a través de la iluminación artificial puede parecer, si es que se nota, como un efecto secundario lamentable pero eventualmente trivial de la vida contemporánea. Aquella hora invernal, sin embargo, en lo alto de la loma de la cumbre con las estrellas cayendo claramente en lo alto, me pareció que nuestro alejamiento de la oscuridad era una gran y grave pérdida. Como especie, nos resulta cada vez más difícil imaginar que somos parte de algo que es más grande que nuestra propia capacidad. Hemos llegado a aceptar una herejía de distanciamiento, una creencia humanista en la diferencia humana, y suprimimos siempre que sea posible los frenos y contrapesos sobre nosotros: los recordatorios de que el mundo es más grande que nosotros o que estamos contenidos en él”.

Explica Irene Borgna, antropóloga y guía naturalista. "No soy una experta en estrellas, pero el cielo estrellado tiene un encanto que es
comprensible incluso para los menos experimentados. La naturaleza a menudo se comunica incluso sin necesidad de interpretación, entonces, obviamente, quienes la conocen pueden ver más cosas". Ella viajó en camper en busca de los rincones más alejados de la contaminación lumínica, donde se puede admirar la bóveda estrellada. Y entonces escribió el libro "Cieli Neri".


"Nos embarcamos en este viaje de aventuras impulsado por una búsqueda lúdica de estos lugares y nos apasionamos, queríamos entender quién se lleva la noche, qué historias se esconden detrás de estos lugares. Durante el día exploramos y por la noche disfrutamos del cielo."


"En algún momento te das cuenta de que mucha gente no ha tenido acceso a la noche con tantas estrellas. Un ejemplo de esta distorsión es el cambio total en la percepción contemporánea de la noche. Nos parece absurdo leer cómo Van Gogh tuvo acceso a cielos tan negros que pudo distinguir el color de las estrellas. La electrificación masiva es un proceso reciente, algo tan antiguo como la noche, se ha borrado en 150 años”.

Y es que en esta obra, cuyo título completo es "Cielos negros. Mientras la contaminación lumínica nos está robando la noche", Irene Borgna cuenta el viaje que la llevó bajo los cielos más oscuros de Europa: una oportunidad para reflexionar sobre el problema a menudo subestimado de la contaminación lumínica. El alumbrado público nació hace poco más de cien años, y alrededor de los treinta se ha convertido en norma para gran parte de la humanidad tener noches luminosas, y nos quedamos encerrados como moluscos en nuestra propia luz.
 
Según el nuevo atlas de la luminosidad artificial de la night sky, publicado en Science Advances en 2016 (como actualización de la versión original de 2001), la posibilidad de ver la Vía Láctea (“nuestra casa en el Universo”, como escribe Borgna) está cerrada a más de un tercio de la humanidad. Hasta el punto de que, el 17 de enero de 1994, inmediatamente después del fuerte terremoto de Los Ángeles, con la ciudad a oscuras, se produjeron numerosas llamadas telefónicas al 911 y al cercano observatorio astronómico Griffith debido a la extraña nube plateada suspendida sobre el ciudad: muchos habitantes nunca la habían visto y temían que pudiera ser una amenaza.

En marzo, un estudio mostró por primera vez la conexión entre la contaminación lumínica y la propagación de patógenos: al analizar pollos en diferentes áreas de Florida, los investigadores observaron cómo la exposición a bajos niveles de luz nocturna coincide con un mayor riesgo de infecciones por el virus del Nilo Occidental. Y está influenciado incluso más que por otros factores como la densidad de población humana. En el pasado, ya se había demostrado cómo la contaminación lumínica alargaba el periodo de una infección del gorrión común, favoreciendo potencialmente la propagación del virus.

Hay otro problema con la contaminación lumínica: que afecta el ritmo circadiano. Cada uno tiene impreso un ritmo en el ADN que marca la sucesión cíclica del sueño y la vigilia según las condiciones de iluminación. Los hay que han evolucionado para mantenerse despiertos, moverse, migrar, conseguir comida, construir un nido o guarida y reproducirse durante el día y los que, en cambio, tienen que hacer lo mismo en la oscuridad. Si alteramos la alternancia luz/oscuridad con la irradiación de luz artificial tras la puesta del sol, alargando el día y, de hecho, anulando la noche, restamos espacio y tiempo vital a las miles de especies que necesitan de la oscuridad para sobrevivir.

El ejemplo más famoso de interferencia de luz artificial en la noche es quizás el de las tortugas marinas, perturbadas en su anidación en la playa por la luz de las farolas, que las confunde haciéndolas desviar su rumbo hacia el océano. Pero desde los insectos hasta los mamíferos (especialmente a los murciélagos), pasando por los peces, los reptiles y las aves,
nadie es inmune a la perturbación de la luz artificial.


Las polillas (que fijan su ruta migratoria en función de la Luna o estrellas
especialmente brillantes) y las aves migratorias se confunden con las fuentes de luz, lo que provoca desviaciones desastrosas de las rutas, con desenlaces fatales. Miles de aves mueren cada año al chocar contra ventanas iluminadas y las aves marinas son atraídas al suelo por las fuentes de luz.

Perturbamos los ambientes acuáticos evitando que se desarrollen algas y microorganismos, que eclosionen los huevos de pez payaso y que los salmones se orienten.  
La luz nocturna procedente de fuentes como las farolas afecta también al crecimiento y la floración de las plantas.

"Los sapiens no somos una excepción: si nuestro ritmo circadiano como monos diurnos se ve alterado porque persistimos en prolongar nuestra vigilia después de la puesta del sol sobreiluminando la noche, corremos el riesgo de insomnio y deficiencia de melatonina. Nuestro organismo acaba confundiendo la noche con el día, no libera la hormona del sueño y el descanso, alterando nuestros ritmos biológicos y comprometiendo las funciones del sistema inmunológico." “Quienes trabajan de noche y duermen de día tienen un mal ritmo circadiano y son más propensos a desarrollar diabetes, obesidad, enfermedades cardiovasculares y algunos tipos de cáncer, y una mayor incidencia de diversas formas de depresión. En definitiva, bromear con el ritmo circadiano no parece ser una gran idea a la larga”.

La “contaminación lumínica” no tiene sólo un coste ecológico de dimensiones catastróficas; también es cultural, estética, antropológica.

"Finalmente, personalmente, estoy convencida de que un niño sin estrellas corre el riesgo de convertirse en un adulto que no sueña." advierte Borgna. “Pasar una noche bajo un cielo estrellado 'serio' donde puedes admirar la Vía Láctea en toda su belleza es algo que te cambia: es como nadar en el mar, se te mete debajo de la piel. Pero los que tienen un cielo opaco sobre la cabeza pierden el interés por levantar la nariz y no es su culpa: el cielo no es muy interesante” 
 
Niue es un país de algo más de 1.600 habitantes, una isla del Pacífico Sur. El estado autónomo mas pequeño del mundo y que desde 1974 depende de Nueva Zelanda (que está 2400 kilómetros lejos de ella) para su defensa y para recibir asistencia administrativa y económica. Es de 259 kilómetros cuadrados terrestres. Los bosques tropicales cubren la mayor parte de su superficie tan solo interrumpidos a orillas del océano por extravagantes formaciones de coral fosilizadas.

Su gobierno ha reemplazado todas las farolas de la isla por opciones más amigables para el cielo, pero no solo se ha quedado ahí, pues también ha explorado nuevas formas de mejorar la iluminación doméstica. Por eso, ha recibido la acreditación formal de la Asociación Internacional de Cielos Oscuros (IDA) como Santuario Internacional de Cielos Oscuros y Comunidad Internacional de Cielos Oscuros. Los niueanos tienen una larga historia de navegación estelar y una vida regulada por los ciclos lunares y las posiciones de las estrellas. El conocimiento de los cielos nocturnos, en manos de los ancianos de la comunidad, se ha transmitido de generación en generación. Los ancianos de Niue ahora esperan que la pasión por aprender la historia cultural de las estrellas se reavive en las generaciones más jóvenes. La Vía Láctea con las Nubes de Magallanes grandes y pequeñas y la constelación de Andrómeda son verdaderamente un espectáculo para la vista.
 

 


*Y no. No es cierto que más luz signifique menos delincuencia y menos accidentes de tráfico. Por ejemplo, se ha demostrado que demasiada luz mal dirigida puede deslumbrar a los conductores y que las luces blancas intensas borran más que lo que revelan, cegando a las víctimas de la violencia e incluso a las cámaras de vigilancia. Para que las calles de la ciudad sean seguras no debe haber mucha luz, sino una iluminación de calidad que ilumine sin deslumbrar, distribuida uniformemente con el mínimo de puntos de luz, preferiblemente con luz de color cálida.

 


domingo, 27 de febrero de 2022

La máscara y el ávatar: el rostro de los espíritus y el origen de la persona.

 "¿Cómo entender a una máscara sino como un artefacto que, inmediatamente, produce y multiplica alteridades? A quienes las contemplan les inquieta tanto como atrae: imposible mostrarse indiferente ante las máscaras." Carlos Dávila, antropólogo.

 “La fotografía es nuestro exorcismo. La sociedad primitiva tenía sus máscaras, la so­ciedad burguesa sus espejos. Nosotros tenemos nuestras imágenes”. Jean Baudrillard, filósofo y sociólogo.

¿Habeis visto la película "La máscara"? Va sobre alguien que encuentra una extraña máscara, y cuando se la coloca en el rostro, se convierte en Loki, que es un ser mitológico nórdico, una especie de ser travioso, que cambia formas, un dios mentiroso. Curiosamente, en árabe "maskharah" es mofa, burla, bufón... y en latino medieval, también significaba "bruja".
Bueno, pues en esta película se muestra lo que una máscara significa tradicionalmente: quien la porta, se convierte en ese ser que porta. Si la máscara es de un dios, se convertirá en ese dios, si es de un animal, será ese ser.

Y es que las máscaras no son solo artefactos decorativos o para el juego. Los seres humanos, en la antigüedad, vivían en relación directa e íntima con la naturaleza. Para hacer frente a sus fenómenos, tenían dos formas: a través de la veneración o a través del engaño. Las máscaras, en la historia de la humanidad, tienen una función reguladora social esencial en una comunidad humana.

Por ejemplo, en los ritos funerarios, la máscara está ahí para hacer de mediador y guía en un momento de crisis como ese, en el encuentro entre el más allá y el mundo terrenal. Controla la fuerza vital de la persona fallecida, la orienta y evita que haya daños o conflictos en la colectividad. Malas sensaciones, malos entendidos... 

También hay otros momentos delicados como las celebraciones en la cosecha de cultivos, las máscaras se utilizan para comunicarse con los ancestros o dioses y suplicarles por una tierra fértil.

También se utilizan las máscaras en una iniciación, y ahí preside un cambio, una transición: de niño/a a adulto, o de ciudadano a guerrero, a sanadora, a chamana... Hay muchos ejemplos.

Algunas mascaradas son meramente lúdicas, como puede ser un desfile o una danza...

Pero curiosamente, la máscara, aunque sea un objeto que tapa el rostro, tiene muchísima relación con el origen de la idea de "persona", de ser individual, de un ser singular, y con su rostro.

Fijaros, para eso vamos a remontarnos al griego clásico y el término para rostro, "prosopon", que literalmente significa "lo que está delante de la mirada de otros". Pero es que también significa máscara o careta. Y no solo en los teatros griegos, sino en los rituales como los que he explicado. Es una cultura en la que la apariencia y el ser era lo mismo. Lo que se veía era la verdad, como cuando decimos que "si no lo veo, no lo creo". Lo que los otros ven, y tu “yo” interior, era exactamente lo mismo.
Es una cultura del honor y la vergüenza, es la cultura del "que dirán", de mantener la pureza del linaje familiar y la reputación. Ésto nos sonará de la cultura mediterranea tradicional. Lo importante es que no se vea, no "dar que hablar a los vecinos". Por eso, también en la cultura clásica griega, colocarse una máscara convertía al que la portaba en el ser que simbolizaba, porque a los ojos de los demás era lo mismo.


El término "persona" ya existía, pero no con el mismo significado de ahora, como ser singular o individual, el “yo” interior. Hay quien dice que este término puede venir de "personare" (es decir, "sonar a través de algo"). Se refiere a la máscara teatral equipada de un dispositivo especial que alzaba la voz del actor para hacerse oir en esos grandes teatros. Aunque hay otros etimologistas que explican que proviene del término etrusco "phersu" (
φersu), que significaba 'máscara'. Al fin y al cabo, aseguran, fueron los etruscos los que llevaron la máscara a occidente.

Y entonces apareció la persona jurídica y la moral. La persona jurídica surge con Roma, con el derecho romano. Todos los ciudadanos romanos son personas civiles, y poseen propiedades, firman contratos, derechos y obligaciones, impuestos... Y además, un solo hombre podía ser sujeto de varios roles, varios papeles sociales: era un padre, o una persona que representa un negocio, o una persona que es parte de una comunidad religiosa... Claro, me refiero a los hombres libres, no a los esclavos que no se les consideraba persona, eran "aprosopon". 



Y entonces llegó la persona moral. Es la religión la que promulga una persona moral, reflexiva, con sustancia. Cuando insultamos y decimos "tú eres insustancial", pues nos estamos refiriendo a la "hipóstasis" en griego, algo así como 'substrato' o 'sustancia'. La tradición cristiana divulga esta noción y todo lo que conlleva, palabras que ahora usamos mucho como dignidad, integridad, igualdad... Ya no importa tanto el que dirán, los roles que tengamos a lo largo de la vida, lo que ven los demás... Importa más lo que está por debajo, lo interior, la razón, el alma. Que eso no cambia.

Y ya sabemos la importancia del alma en la religión cristiana... La cultura de la culpa judeocristiana. Eso de no tener cargos de conciencia, y lo que se decía de "por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa" y el hecho de confesarse... 

Si la comparamos con la cultura del honor y la vergüenza, veremos las diferencias. En estas culturas de honor y vergüenza (que algo ya he comentado antes) el problema es si lo que has escondido bajo el felpudo sobresale por los bordes y los demás lo ven, y te "pillan". Recordemos que el rostro y la máscara es lo mismo, es decir, lo que el resto de tu comunidad ve es la verdad. En China, es el "mianzi" o (rostro), el prestigio chino, la reputación y el status social de una persona. "Tener cara" no es como cuando decimos que alguien "tiene mucha cara", como algo negativo. En esta cultura, tener rostro es construirse un nombre, ser alguien, y con rectitud.
En estas culturas, si te "pillan", como decía, la humillación (que no la confesión) es lo más eficaz. Un ejemplo sería esas imágenes de políticos o empresarios asiáticos ante los medios pidiendo perdón y disminuyendo su reputación y su prestigio individual. Vale, también recordamos aquello de "lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a ocurrir" del rey emérito de España, Juan Carlos, porque fue descubierto de viaje en un safari muy caro en un momento muy duro económicamente para el país. No nos pareció suficiente, y no tardaron en reprocharle "falta de ética y de moral". Realmente no pretendía ser una humillación, sino una confesión, lo que hacía con el perdón era apelar a la bondad cristiana.

Pero el que le demos tanta importancia a la mente, a la sustancia, a la razón... sobre el cuerpo, no significa que no le demos importancia al rostro. Como decimos "la cara es el espejo del alma".

El antropólogo David Le Breton explica incluso que "podríamos calificar al racismo como la liquidación del rostro. Para el racista, el otro no existe en su singularidad. Todos son iguales, según la típica expresión del racista."

y es que "la individuación del rostro también implica disponer de una cierta cantidad de códigos culturales."

Además, la importancia de la vista sobre los demás sentidos está ahí, eso también lo hemos “mamado” de antiguas culturas. Por eso nos gusta tan poco llevar mascarillas. Eso de "si no lo veo, no lo creo". La verdad es lo que se ve. En griego clásico, la "alétheia" que significa "verdad”, también significa "desocultamiento". O por ejemplo la palabra "idea", que deriva del griego (eido) que significa "yo vi" y también significa “yo sé”. Al contrario que a las culturas asiáticas, no nos gustan las sombras y lo que se oculta. Cuando decimos de alguien que "no da la cara", hablamos de la hipocresía. Nos gusta la transparencia y la espontaneidad, la iniciativa individual... Cosas que no son tan bien vistos en la sociedad japonesa o china, ya que las relaciones deben gestionarse teniendo en cuenta unas reglas y pensando en el grupo, manteniendo la armonía y paz social. Es importante mantener un equilibro entre esa máscara que presentamos al resto y nuestro interior. Esa fachada o máscara en japonés es el "tatemae" (tus opiniones o tu manera de ser adaptándote a las obligaciones sociales de tu entorno) y ese interior tuyo, lo llaman "honne" (tus sentimientos y opiniones reales e íntimos.)

Y aún así, los occidentales no hemos olvidado a las máscaras. No hay más que abrir instagram y otras redes sociales, esos selfies, esas fotos demostrando una felicidad infinita. ¿Pero es que nadie trabaja, todos están de vacaciones? Es curioso porque decimos que subimos estas fotos, las "subimos", y los datos los subimos a una nube, ahí arriba. Nuestra foto de perfil, el avatar, también lo subimos. Pero “avatar” significa literalmente "descenso" en sánscrito. Es un concepto dentro del hinduismo y se refiere a la encarnación de una deidad en la tierra, una bajada de un dios a tierra. Y así de ambiguo es el trato a nuestro rostro y a nuestro cuerpo. Culto al cuerpo, sí, pero sin arrugas ni varices ni enfermedades...


Y no en todas las culturas es así. Como siempre, basta compararnos con otras comunidades humanas para verlo. Un hombre canaco de Nueva Caledonia se lo decía al etnógrafo Maurice Leenhardt: “No nos explicasteis nada de lo que es un espíritu. Procedíamos según el espíritu. Lo que nos habéis aportado es el cuerpo".

Por eso, fue con la industrialización y la urbanización cuando se extendieron las
fotografías y los espejos. Los espejos no fueron objeto habitual en las casas hasta la segunda mitad del S. XIX. Y es que nuestra principal prueba de individualidad es el cuerpo y, especialmente, el rostro. Y desde entonces, absorbemos al día cantidades ingentes de datos, de imágenes, medios de comunicación, canales de tv... y nos decantamos no por lo real, sino por la apariencia de lo real. Por un poco de coherencia ante tanto cambio, tanta rapidez, tanta publicidad que capta a cada segundo nuestra atención. Y nos construimos, o mejor, dicho, nos dicen que debemos construirnos una especie de marca personal, construirnos a nosotros mismos y vendernos como si fuésemos un producto más del mercado. Toda la publicidad nos lo dice “se tú”, “se único”, “porque tú lo vales”. Una marca coherente, clasificada, estereotipada, acorde a sus algoritmos, vaya. 

Pero bajo esas máscaras, los seres humanos seguimos siendo seres encarnados, con nuestras contradicciones, cambios, enfermedades, con nuestra historia y nuestras cicatrices.


Blanca Cárdenas y Carlos Dávila, dos docentes de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), reunieron una colección de 12 máscaras, elaboradas por diferentes artesanos, que materializan al SARS-CoV-2 en diversas realidades socioculturales en México: nahua y afromestizo de Guerrero, nahua de la huasteca hidalguense, ikoot del sur de Oaxaca, mestizo de Jalisco, mixteco del sur de Puebla y nahua del centro de Veracruz...
"Cada una de estas máscaras ofrece la visión y la narrativa del mascarero que la imaginó, y construyó. Se trataba de darle rostro a la COVID-19, y dejar constancia de sus efectos en la memoria, no de motivar el diseño de una artesanía “souvenir”. O tal vez sí. ¿Por qué no? Sumados a los cubrebocas adornados con “arte étnico”, es posible que estas máscaras nos digan mucho sobre algo que los pueblos afrodescendientes e indígenas han vivido con especial desasosiego en los últimos cinco siglos en México y América Latina. Esta memoria en madera le puso rostro al virus."
 
"Los artesanos trabajan con diferentes estrategias. Cuando le preguntamos a uno por qué tardaba tanto, dijo: "Lo siento, no he podido soñar". Este artista tuvo que soñar su máscara, porque así podía entrar en el mundo sobrenatural." explica Dávila.
Y continúa: "Una muerte causada por consecuencias humanas, como el virus, es una mala muerte. Creen que cuando alguien muere por causas naturales, se transforma en una estrella. Cuando uno muere de forma no natural se convierten en aire infectado. Algunos piensan que el origen del virus es la continua agresión a nuestro planeta y la destrucción de la naturaleza. Dicen que la tierra está llorando."
 

 
 
 
- "El individuo y sus máscaras". María Belén Altuna Lizaso.
- Entrevista “David Le Bretón: 'Internet es el universo de la máscara'”. Por Mercedes Funes. En: LN Revista, de Diario La Nación. 18 de julio.
-  "El crisantemo y la espada: los patrones de la cultura japonesa" Ruth Benedict (invitación de la Oficina de Información de Guerra de Estados Unidos, con el fin de comprender y predecir el comportamiento de los japoneses en la Segunda Guerra Mundial).

lunes, 14 de febrero de 2022

Martha, la última paloma mensajera: las mascarillas, el meta-verso, y la economía de la atención.

"Entonces habrán nuevas enfermedades. Es un hecho fatal. Otro dato, igual de fatal, es que nunca podremos rastrearlos desde su origen."

 Escribió Charles Nicolle, Premio Nobel de Medicina 1928, en "Destin des Maladies Infectiques" (1933). Las causas: el impacto del ser humano en su entorno, la expansión de las poblaciones humanas, la desigualdad y el cruce de la barrera de las especies. Y recuerda que:

El conocimiento de las enfermedades infecciosas enseña a los hombres que son hermanos y solidarios. Somos hermanos porque nos amenaza el mismo peligro, unidos porque el contagio más a menudo nos viene de nuestros semejantes.

También somos, desde este punto de vista, cualesquiera que sean nuestros sentimientos frente a ellos, solidarios con los animales(...). Los animales a menudo portan los gérmenes de nuestras infecciones (...). ¿No sería eso motivo suficiente, terrenal, egoísta, para que los hombres miraran con solicitud a los seres que les rodean (...)? 

Es un lugar común pensar y decir que con el precio de un proyectil salvaríamos muchas vidas humanas, que con el de un acorazado construiríamos y equiparíamos laboratorios, fértiles en descubrimientos, y que, si los hombres hubieran puesto a disposición de eruditos el presupuesto de la última guerra, habrían reducido y borrado varias de nuestras enfermedades más graves."

"¿Dónde estabas o qué estabas haciendo cuando cayeron las torres gemelas?"
Recordamos la situación exacta, las emociones, las conversaciones casi palabra por palabra. Absortos mirando una pantalla, o buscándola para ver el directo, conscientes de que era un acontecimiento mundialmente histórico. Pero "¿dónde estabas o qué estabas haciendo cuando vino la epidemia?" Las epidemias son cosa distinta. Vienen y se fraguan desde abajo no como revolución, sino como visita, que es el significado original de la palabra "epidemia" en griego antiguo, "visita", llegada a un lugar. Una visita no bienvenida, que irrumpe en las rutinas de la gente común, que ni pretenden ni se imaginan que sus acciones tengan alguna consecuencia en la historia mundial. No se consideran partícipes aunque sí conscientes de que es algo que está cambiando el curso de la historia a nivel mundial. Quizás es que, como expresó Albert Camus, "la plaga no está hecha a la medida del hombre, por lo tanto el hombre se dice que la plaga es irreal, es un mal sueño que tiene que pasar. Pero no siempre pasa, y de mal sueño en mal sueño son los hombres los que pasan." Y así los seres humanos pasamos por la historia, pasas que cosan, seguimos en la rutina de producir y consumir mientras, inmunodepresivos, la enfermedad nos consume. La palabra "consumo" en su origen tuvo ese significado, precisamente, de cómo las enfermedades debilitan, unas más que otras: la tuberculosis llegó a ser nombrada también como "consumo".


Pero hay otra palabra cuya etimología alude a esa solidaridad que recuerda Charles Nicolle en tiempos de gripe, la de la pandemia. "Pandemia" era una palabra que se usaba para describir un tipo de amor. Afrodita Pandemos (hija de Zeus y Dione), era el amor 'de todo el pueblo', del amor vulgar, la Afrodita capaz de pacificar y unir en un único cuerpo sociopolítico a los habitantes de distintas clases. Ese amor vulgar nada heróico, que nadie recuerda ni es evocador como las guerras preventivas o los empresarios donando o naves alunizando. El amor rutinario del mirar con solicitud, del silencio que acompaña y la comunicación no verbal, del mantenimiento como productividad, de la cordialidad y la identidad que late al ritmo de los demás.  
 
El amor vulgo que resiste aún en la corte, en la cortesía que es lo mismo que urbanidad, en ese baile de distancias y mascarillas que llevamos a regañadientes. Y es normal: en una forma de vida en la que prima la individualidad, a lo largo de la historia nuestro vestuario se ha ido desprendiendo de todo lo que tuviera que ver con el anonimato, de todo lo que escondiera la identidad: capas, pañuelos, velos o embozos y todo lo que tapara el rostro, símbolo supremo de la Identidad. Mostrar, descubrir, el desocultamiento ha sido en Occidente sinónimo de verdad, de transparencia y confianza, individualidad y modernidad.

Pero el distanciamiento será físico, que no social. Porque la conexión social humana es posible aún en la distancia. Aún cuando la TV nos escupe imágenes de egoísmo, caos y competición incluso en algo tan vulgo como hacerse con ingentes cantidades de paquetes de papel higiénico para ti y para los tuyos. 

Porque en el caso de los seres humanos, en una variedad de emergencias y
desastres, lo común es la cooperación y el comportamiento ordenado y regido por normas.
Incluso un altruismo notable: por la epidemia de Covid-19, se crearon múltiples redes horizontales de atención y apoyo. Rebecca Solnit en 'Un paraíso en el infierno', proporciona más relatos que
desmontan el mito de que tras los desastres repentinos, la gente se vuelve desesperada y egoísta.
De hecho, en los incendios y otros peligros naturales, las personas tienen más probabilidades de morir por no responder a las señales de peligro hasta que sea demasiado tarde, que por reacción exagerada o caótica ante ellos.

El comportamiento de las personas está continuamente influenciado por las normas sociales: lo que percibimos que otros están haciendo o lo que pensamos que otros aprueban o desaprueban. Incluso las ideas conspiranoicas, o negacionistas, que se autodefinen como pensadores autónomos al margen del rebaño, también aluden al "cada vez somos más" para resultar convincentes. La gran cantidad de redes sociales está sostenida bajo esta premisa, ganar afiliación o aprobación social.

La socióloga Shoshana Zuboff escribe sobre las palomas mensajeras en "La era del capitalismo de vigilancia" y compara su triste historia con el diseño de las redes sociales para inducir y exagerar esa querencia al rebaño humano, "sobre todo entre los jóvenes", que "cautiva nuestra atención con esos oscuros encantos suyos de la comparación, la presión y la influencia sociales". Explica: "los etnólogos llaman a esta orientación “hogar en la manada”, una adaptación de ciertas especies, como las palomas mensajeras y los arenques, que se dirigen a la multitud en lugar de a un territorio en particular". Para atrapar a miles de estas palomas a la vez, los recolectores utilizaron ese instinto: no estaban atadas a ningún territorio, el único 'hogar' que conocían estaba en la multitud. Por eso, unicamente tenían que atrapar algunas aves y atarlas con los ojos cerrados, que el resto de la bandada descendía para “atenderlas”. La última paloma mensajera murió en el Zoológico de Cincinnati en 1914. Se llamaba Martha.
 
"Mientras centramos nuestra atención en la multitud, los apresadores comerciales nos rodean con sus tecnologías y arrojan sobre nosotros sus redes", advierte Zuboff.
 
El problema es que siendo en realidad plataformas publicitarias, su objetivo es generar enganche y adicción gracias a la envidia y a la frustración perpetua de los consumidores ante la exigencia de mantener una "marca personal". "Esta intensificación comercial de la querencia al rebaño no puede sino complicar, retrasar o impedir la difícil negociación psicológica para alcanzar el equilibrio entre el yo y los otros", puntualiza.
 
Deseamos a toda costa sostener esa marca personal y el papel de emprendedor y coach de nuestro viaje vital. El ideal de los profesionales del coaching es "no cuestiones el mundosimplemente adáptate y además saca beneficio económico". "Piensa en positivo, si llueve tienes dos opciones, o quejarte o vender paraguas". Somos accionistas de nuestra propia fuerza de trabajo y el mundo es un mercado donde deben captar tu valor. La publicidad que te sugiere que "tú lo vales" y te desafía a que "seas tú mismo", lo que te pide es que seas ese "ave de señuelo", que encajes tu identidad en unos algoritmos coherentes, patrones reconocibles y estables para que puedan armar una publicidad más personalizada y poder captar así la poca atención que nos queda en nuestra ajetreada vida. 
 
Y en ese trajín debemos conseguir sostener una identidad virtual pero sin aristas ni ambages: compartir no lo que hemos vivido, sino lo que queremos que crean que hemos vivido. La percepción de una vida feliz, llena de experiencias y vivencias sin momentos aburridos ni rutinarios, sin ambigüedades ni contradicciones, sin desigualdades ni injusticias. Antes, el desocultamiento y la transparencia eran sinónimo de la verdad. Pero cuando la verdad es un enorme lodazal y todo está bajo sospecha, es más cómodo fijarse en lo que aparenta mayor grado de realidad: la apariencia y la actualidad. La incomodidad debe evitarse a toda costa, y la realidad incomoda.
 
Una vida repleta de algo así como la obsolescencia programada de la experiencia vital: paquetes de experiencias llenos de vivencias intensas y fugaces, novedades instantáneas llenas de "likes" que cuando acaban, (y acaban rápido), te azuzan a consumir más. La felicidad de la publicidad es solo un momento antes de que quieras más felicidad, explicaba Don Draper en la serie "Mad Men". 
 
Experiencias de vida como inversiones en bolsa, sobre las que ni puedes comprender sus procesos de cambio ni controlarlas en alguna medida a lo largo del tiempo y los espacios. Son reacciones e impulsos, sobresaltos. Cada vez más acotados por las burbujas de nuestros filtros, sin poder ver más allá de nosotros mismos y de los valores en relación con nuestra identidad. Evaluamos a todos en función de lo que pueden hacer por nosotros, y los tratamos en consecuencia.
 
Y cada vez más proclives a las dinámicas competitivas entre identidades políticas, avivadas por los algoritmos que refuerzan y radicalizan nuestro sesgos, porque la vida es una carrera donde hay ganadores y perdedores, y la ira y el miedo (como esa paloma que aletea desesperadamente) resultan ser el mejor cebo para el enganche. 
Nuestro avatar es el señuelo, y el distanciamiento social es cada vez mayor. 

Se nos expulsa a la multiplicidad sin capacidad de acuerdo, sin códigos de interacciones, sensaciones, experiencias comunes. Sin una vida reflexiva y comunal tejida en el cuidado. Un cuerpo social que sin reflexión ni atención, es incapaz de encontrar una narrativa o estrategia de solidaridad común, de compromisos comunes, y que solo reacciona a estímulos, no a acciones planificadas. 
 
Y del amor vulgar, del vulgo, de la diferencia como fortaleza, se pasa a las colectividades con escasez de solidaridad
. En el libro de Sara Schulman, "La gentrificación de la mente: testigo de una imaginación perdida", cuenta como en su edificio, eran los inquilinos más antiguos los que estaban más dispuestos a solidarizarse y organizarse para conseguir servicios y quejarse por los roedores o las luces fundidas, mientras que los inquilinos nuevos "están muy poco dispuestos a exigir cuestiones básicas. Carecen de la cultura de la protesta" en situaciones que exigía acciones colectivas. Preferían cruzarse con ratas en pasillos oscuros a tener que organizarse con los otros vecinos...
¡Y pagaban alquileres mucho más altos!
 
"Antes de la herramienta que empuja la energía hacia afuera, hicimos la herramienta que trae la energía a casa", escribió la escritora Úrsula K. Le Guin. Y lo explica de esta manera: el mayor invento de nuestros antepasados, antes de los palos y las espadas, fue el recipiente. Para meter algo que quieres y guardarlo o disfrutarlo o compartirlo. El recipiente como una canasta de mimbre, ideal para dispersar las esporas de las setas que contiene. Recipiente también es el hogar mismo, o el bloque de vecinos, que resulta ser el recipiente de personas. Incluso la persona misma como recipiente, llena de muchos yoes que fluyen, intersección de muchas fuerzas dentro y fuera, y que se resiste a una definición impuesta. O el carro de la compra, que en el tiempo de la espera del confinamiento se llenó de cervezas, chips, harina y levadura... Porque parecían ser todos los días iguales, y al tiempo lo ritualizamos con sucesiones rítmicamente regulares, con rutinas y repeticiones: tiempo de ejercicio, ágapes, videollamadas, cocinar, charla y cerveza, juego...

Y la espera continúa como Kairós, el nieto de Cronos en la mitología griega, ese momento idóneo entre el deseo y su satisfacción. La espera adecuada como práctica en el pensamiento utópico. Utopía siempre en el horizonte, decía Galeano, que sirve para caminar. "Esperanza activa", pide Joanna Macy. También es un recipiente la imaginación, para ir recolectando historias, valores y significados bioculturales diversos. Un recipiente de "ideas", palabra derivada del griego "eido", que significa tanto como "yo vi" como "yo sé". El desocultamiento.

No necesitamos de Internet para reproducirnos, sino del agua, la tierra, el sol. Las utopías tecnológicas alimentan la fantasía de un cuerpo inmortal, pero no alimenta a nuestro cuerpo. No necesitamos del meta-verso, sino del pluri-verso, donde sean seguras las emergentes y fluidas diferencias humanas en un mundo que, lo queramos o no, escapa de nuestro control. En un cuerpo que, lo queramos o no, es vulnerable, y contagioso, y terrorista. Quizás no la inmortalidad, pero si la sensación de una vida más larga y plena, se consigue con una mayor cantidad de tiempo de disfrute, de atención plena en lo real, de mirar y ver, de tocar otros cuerpos vulnerables. La biodiversidad nos ha dado una lección primordial: una comunidad diversa con una red compleja de interdependencias resiste mejor a los embates en la historia. Los monocultivos, la falta de diversidad, reduce los cortafuegos y atrae plagas y enfermedades.


 

Fuentes: 

"Cómo no hacer nada. Resistirse a la economía de la atención" Jenny Odell.  

"La peste". Abert Camus.

"Destin des Maladies Infectiques". Charles Nicolle.

 "Un paraíso en el infierno. Las extraordinarias comunidades que surgen en el desastre". Rebecca Solnit.

"El tiempo regalado. Un ensayo sobre la espera". Andrea Köhler.

"La pandemia de la desigualdad. Una antropología desde el confinamiento". Jose Mansilla.

"El enemigo conoce el sistema. Manipulación de ideas, personas e influencias después de la economía de la atención". Marta Peirano. 

"La gentrificación de la mente: testigo de una imaginación perdida". Sara Schulman.

 "The Carrier Bag Theory of Fiction". Úrsula K. Le Guin.

 "Using social and behavioural science to support COVID-19 pandemic response". Jay J. Van Bavel, Katherine Baicker, Robb Willer, et a.

martes, 25 de enero de 2022

Ecocidio o "koyaanisqqatsi": acabar con la corporación antes de que nos mate.

“Incluso después de todas las luchas por el cambio climático, e incluso después de todos los compromisos públicos de esas corporaciones, todavía planean obtener ganancias mientras el mundo se derrumba a su alrededor”.

David Whyte. "Ecocidio. Acabemos con la corporación antes de que nos mate

"Si podemos compensar las molestias en un punto en el que los costes de la defensa en la preparación de los casos sean más altos que las potenciales compensaciones a pagar, por supuesto, lo consideraremos desde una perspectiva económica."  
Werner Bauman, director ejecutivo de Bayer (matriz de Monsanto).
 
 
Bauman disparó sin pestañear esta frase, en respuesta al largo historial de denuncias de cáncer debido al herbicida Roundup con glifosato. O "molestias".

El lema de las corporaciones es: "dejadnos hacer lo que más destruye y así dedicaremos una parte pequeña del beneficio que obtengamos a lo que detruye un poco menos". Así lo explicaba el director ejecutivo de la empresa de hidrocarburos Shell, Ben van Beurden: “Si debemos construir una planta de hidrógeno… esta no será financiada por un negocio de hidrógeno, sino por una de gas o petróleo”.

Escribe David Whyte, catedrático de estudios sociojurídicos, autor de "Ecocidio", en uno de sus artículos sobre la COP26 en Glasgow:
"La paradoja Van Beurden promueve un modelo de negocio que hace que el futuro del planeta dependa de cosas que están matando al planeta. Y por si esto no fuera suficientemente nefasto, nos deja en manos de las mismas corporaciones responsables de acabar con el planeta."
 
"Sí, sabemos cuál es el problema –las emisiones de carbono, el crecimiento
incontrolado de los mercados, la deforestación, el deshielo de los polos-, pero eh, aquí estamos, haciendo cosas increíbles. Buena parte del merchandising, los prototipos y los productos expuestos es realmente espectacular. El sistema de reconocimiento facial de Microsoft para reconocer aves zancudas; las plantas solares de SSE que empujan el agua desde los valles; la primera película de Hitachi sin energía de carbono; el coche eléctrico más rápido del mundo (239km/h) fabricado por Envision Virgin Racing… y un largo etcétera. Ciencia grotesca sin fin y talento para desafiar al clima."
 
Es el “lavado verde” (greenwashing).
 
¿Y qué hacemos con esto? Nos han arrebatado la oportunidad de pensar siquiera en una solución alternativa, porque nos convencieron de que interrumpir ese modelo de negocio supone un suicidio, porque ese es el modelo único para salvar el planeta. (La sociedad de la supervivencia pierde la capacidad de valorar la vida buena, nos recuerda el filósofo Byung-Chul Han). Y nos inducen a que nos  descorporeicemos, y que nos pensemos como corporaciones (empresas corporeizadas). Que seamos asesores empresariales o "coach" de nosotros mismos, leales a nuestros deseos y avatares, desprendiéndonos de todo vínculo, límite y responsabilidad, sin rendir cuentas a nadie, y compitiendo. Pero confiando plenamente en las soluciones de aquellos que crearon los problemas y que antes las negaron.
 
"Un futuro sin memoria, sin imaginación y sin comunidad, impulsa posiciones nihilistas -para lo que queda en el convento, me cago dentro-, atrincheradas -me ocupo de lo mío y de los míos y me defiendo del resto-, o de escapada "tranquilo que algo se inventará", escribe la antropóloga Yayo Herrero. Ella aboga por responsabilizarnos (que no sacrificarnos), por imaginar (que no fantasear), por recordar (que no pretender volver al pasado). Y cita al antropólogo Ramón Sarró quien aprendió de los baga de Guinea Conakry a mirar a su alrededor con doble filtro: 
 
"(...) a mirar un campo de mandioca y ver una selva sagrada, a ver el presente y vislumbrar el pasado (...) el truco consiste en saber ver las dos cosas, mirar con un ojo y ver la otra con el otro, tejer el hilo del presente con el hilo del pasado".


"Emoción" tiene su origen en la palabra latina "movere" y "emovere", moverse, agitar, perturbar. Nuestro planeta y todo lo que contiene, y el universo, es un lugar de movimiento, fuerzas de creación y destrucción. 
La vida solo existe si no estamos aislados de nuestro entorno. Si "la entropía (desorden de componentes) de un sistema cerrado va en aumento", ¿por qué existe la vida, algo que implica un nivel de orden inmenso? El surgimiento y persistencia de la vida es un hecho muy raro. Millones de átomos ordenados en moléculas, que forman células, que forman tejidos...
Pero los seres vivos, (todos los organismos vivos, ya sean virus, bacterias, plantas o animales), somos de todo menos un sistema cerrado. No estamos aislados de nuestro entorno, necesitamos respirar, alimentarnos, producimos desechos... En general estamos intercambiando materia y energía con el medio de manera constante hasta que nos morimos. 
 
Por eso estamos vivos, porque cooperamos con las otras formas de vida, y con nuestro hábitat. 
 
El problema es cuando perdemos este control. A escala local, el filósofo Edward
Casey llamó "Patología del lugar" cuando tu lugar se muestra nocivo. Por ejemplo, lo que le ocurrió a los habitantes de Hunter (Nueva Gales del Sur), una comunidad afectada por la minería de carbón activa. ¿Se puede sentir nostalgia cuando todavía permaneces en tu lugar? Sí, cuando las personas pierden "el consuelo o la comodidad que te da la relación con un hogar que está siendo desolado por fuerzas que se escapaban de su control", tanto por la misma minería como por la injusticia ambiental que deriva de ella, explica el filósofo Glenn Albrecht en "Las emociones de la tierra": "Cuando fuerzas que se escapan de nuestro control destruyen los límites del mundo que conocemos, así como sus leyes y su orden, el hogar se vuelve tóxico y se convierte en "nostalgia sin rumbo".
 
Los pueblos originarios aborígenes o navajos sufrieron esta crisis existencial cuando su mundo se derrumbó al ser despojados de sus tierras y reubicados en campos de concentración. Acabaron con la "tranquilidad del corazón" que te da un buen hogar, como lo definió la antropóloga Deborah Bird Rose, y todo a su alrededor era como "un amigo que actúa de forma extraña", "uggianaqtuq" como dicen algunas comunidades inuit. Los Hopi lo llaman "koyaanisqqatsi", que describe la vida desequilibrada y desintegrada. Cuando aumenta la entropía.
 
Los pueblos aborígenes, en Australia, interpretaban la conexión e interacción de su cultura con las posiciones de ciertas estrellas y constelaciones, y predecían así la variación estacional y los cambios en los ecosistemas que afectaban al sustento humano (alimento, cobijo, orientación...). Por ej. para los boorong la constelación Lyra tiene forma de faisán australiano, Loan, su tótem, y es un conjunto de estrellas que justo se deja ver cuando este ave entierra sus huevos, y desaparece cuando eclosionan. Todo esto lo narraban y lo narran en las historias de los Sueños.
 
"Si existe una experiencia de conexión con algo tan grande como para ser capaz de redimensionarnos y al mismo tiempo de hacernos sentir parte de un todo, es, sin lugar a dudas, la contemplación de un cielo con un número tan grande de estrellas como para ser tridimensional." aconseja la antropóloga Irene Borgna (Cielos negros: cómo la contaminación lumínica nos está robando la noche). “Un niño que crece sin estrellas será un adulto que no sueña. Pasar una noche bajo un cielo estrellado donde puedes admirar la Vía Láctea (nuestra casa en el universo) en toda su belleza es algo que te cambia: es como nadar en el mar, se te mete debajo de la piel.”
 
En las ciudades, hemos perdido el cielo nocturno por las luces artificiales, y así perdemos esta astronomía emocional.
 
"Se caían las estrellas del cielo y los hombres de reunían y decían: Va a haber guerra, que se caen las estrellas. Yo veía que se caían, se desprendían del cielo, pero yo no sabía ni lo que era una guerra cuando lo decían", le contó una mujer de Cauvaca (Aragón, España), Mercedes Sanz Gil, a la antropóloga Virginia Mendoza (Detendrán mi río). Y efectivamente, hubo guerra. Esas cosas horrorosas pasaban. Pero no había cielo que soportase la idea de que todo su pueblo iba a quedar sepultado bajo el pantano de Mequinenza por la depredación de un sistema económico y político sin escrúpulos: "es imposible que el agua cubra la torre". Porque era su río, ese río que conocían tan bien, que lo mismo te "daba la bofetada y los niños tenían que luchar por seguir vivos", como te devolvía fértil la tierra, el sustento de la vida. Tuvieron que decir adiós a su casa y a su mundo naufragado, en aras del "bien común", como otros 500 pueblos más. Nunca el río, en sus momentos más duros, sacrificaba tanto. 
 
Responsabilidad y esperanza activa en recuperar la memoria cultural y ecológica.
Tendremos que aprender de los que conservan su biodiversidad y su diversidad cultural, sus lenguas, que suelen ser los mismos, pueblos originarios. Memoria biocultural para el buen vivir sin destruir lo que nos rodea. La sociedad industrial ha olvidado mucho de su patrimonio biocultural. La extracción (que no producción) de material fósil, la tecnología y la desmotivación (des-emoción) por creernos al margen de la naturaleza, provocaron nuestro borrado de memoria biocultural que ahora necesitamos recordar y reinventar. Que siguen, como advierte Yayo Herrero, en lugares como las residencias de mayores. Por eso, "la detención de cada potencial destrozo cuenta, porque las vidas hay que rehacerlas en lugares concretos. Defender cada kilómetro cuadrado de suelo vivo, cada fuente de agua, cada casa que habita una familia, cada centro de salud, es aumentar posibilidades de vida", escribe.
 
Y los ecosistemas también tienen memoria. Abrir los bienes comunales a otros seres lo cambia todo.
"¿Cómo pude haber pensado que estaba sola?" se preguntaba la académica Germaine Greer mientras participaba en la restauración de la compleja salud de un ecosistema degradado en Cave Creek, Queensland, Australia. Mientras caminaba por la zona, tuvo el preocupante sentimiento de que la tarea era imposible. Hasta que se dió cuenta de que un ave había oxigenado la tierra rasgándola y creando montículos para buscar el lugar adecuado e incubar sus huevos. "Tenía miles de ayudantes... no, millones de ayudantes, equivalentes a cinco humanos. (...) Todos trabajábamos juntos: bacterias, hongos, reptiles, invertebrados, anfibios, pájaros y árboles, además de algún que otro humano."


Todo lo vivo e inerte está interconectado, pero las relaciones no son lineales, a la misma causa no le sigue siempre el mismo efecto. "No tiene sentido cristalizar principios básicos o buscar leyes naturales", advierte la antropóloga Anna Tsing. "
La moderna presunción humana no es el único plan para formar mundos: estamos rodeados de numerosos proyectos de creación de mundos, humanos y no humanos [...] y en ese proceso cada organismo transforma el mundo de todos los demás."  
"Sin los relatos de progreso, el mundo se ha convertido en un lugar aterrador. La ruina nos mira ferozmente [...]. No es fácil saber como construir la vida, y mucho menos evitar la destrucción planetaria. Afortunadamente, todavía tenemos compañía, humana y no humana."
"Yo practico las artes de la observación; examino el caos de los mundos en ciernes en busca de tesoros, que resultan peculiares y con pocas probabilidades de ser encontrados de nuevo, al menos bajo esa forma." 
 
De nuestros miedos.
 
 
De nuestros miedos
nacen nuestros corajes
y en nuestras dudas
viven nuestras certezas.
Los sueños anuncian
otra realidad posible
y los delirios otra razón.
En los extravíos
nos esperan hallazgos,
porque es preciso perderse
para volver a encontrarse.
 
Eduardo Galeano.
 
Fuentes:
Ecocidio: Acabemos con la corporación antes de que nos mate. David Whyte.
Ausencias y extravíos. Yayo Herrero.
Las emociones de la tierra. Glenn Albrecht
Cielos negros: cómo la contaminación lumínica nos está robando la noche. Irene Borgna.
Detendrán mi río. Viginia Mendoza.
La seta del fin del mundo: Sobre la posibilidad de vida en las ruinas capitalistas. Anna Tsing 
White Beech: The Rainforest Years. Germaine Greer.
Getting back into place. Edward Casey 
El libro de los abrazos. Eduardo galeano.