"Saudade -Qué será?... yo no sé... lo he buscado
en unos diccionarios empolvados y antiguos
y en otros libros que no me han dado el significado
de esta dulce palabra de perfiles ambiguos.
Dicen que azules son las montañas como ella,
que en ella se oscurecen los amores lejanos,
y un noble y buen amigo mío (y de las estrellas)
la nombra en un temblor de trenzas y de manos.
Y hoy en Eca de Queiroz sin mirar la adivino,
su secreto se evade, su dulzura me obsede
como una mariposa de cuerpo extraño y fino
siempre lejos -tan lejos!- de mis tranquilas redes.
Saudade... Oiga, vecino, sabe el significado
de esta palabra blanca que como un pez se evade?
No... Y me tiembla en la boca su temblor delicado.
Saudade..."
Pablo Neruda
en unos diccionarios empolvados y antiguos
y en otros libros que no me han dado el significado
de esta dulce palabra de perfiles ambiguos.
Dicen que azules son las montañas como ella,
que en ella se oscurecen los amores lejanos,
y un noble y buen amigo mío (y de las estrellas)
la nombra en un temblor de trenzas y de manos.
Y hoy en Eca de Queiroz sin mirar la adivino,
su secreto se evade, su dulzura me obsede
como una mariposa de cuerpo extraño y fino
siempre lejos -tan lejos!- de mis tranquilas redes.
Saudade... Oiga, vecino, sabe el significado
de esta palabra blanca que como un pez se evade?
No... Y me tiembla en la boca su temblor delicado.
Saudade..."
Pablo Neruda
"Las procesionarias del pino se empujan, forman una hilera de seda que
ellas mismas han creado y por ese camino marcado circulan y vuelven a
circular incansablemente". Un entomólogo llamado Jean Henri-Fabre
intentó que renunciaran a ese instinto colocando una maceta en torno a la
palmera, diseminando el hilo de cera, eliminando todo rastro de su
camino, separando a su líder... Las orugas se quedaron paralizadas al no
poder acceder a la palmera, pero se quedaron en el mismo rastro de seda
suicida. Sólo se alejaron de la maceta cuando quedaron extenuadas y
muertas de hambre.
La antropóloga Virginia Mendoza hace una
comparación del comportamiento de las procesionarias con el sentimiento
de arraigo que se da en los grupos humanos, en su libro: "Quién te
cerrará los ojos. Historias de arraigo y soledad en la España Rural".
Este hechizo del camino de seda no afecta sólo a las procesionarias, aunque
nos creamos seres innatamente aventureros, también los
seres humanos somos animales de costumbres.
La Historia se empecina en mostrarnos a expedicionarios audaces,
historias de Héroes que recorren largos viajes, ejemplos de
emprendedores audaces, autónomos, individualistas. Pero la historia real es que en general, los seres
humanos no tenemos esa tan grande ansia por explorar nuevas tierras. No
nos gustan los cambios, las sorpresas o lo que no podemos controlar. El
ser humano, nos decía Lévi-Strauss en “Tristes Trópicos”, se ha
propuesto siempre la tarea de edificar una sociedad en la que fuera
posible vivir bien, sin necesidad de cambio. Sociedades o comunidades
más o menos estables en las que hubiese una continuidad en las
interacciones, sin tantos cambios vitales abruptos, sin tanta
reinvención de la identidad. De hecho, en una conferencia, Lévi-Strauss explicó que los
antropólogos eran “los traperos de la historia” y que buscaban su tesoro
en los cubos de basura de los historiadores.
Son las historias
de muchos grupos humanos que decidieron, aún en su aislamiento, quedarse
en sus tierras y con sus gentes. Y muchos aceptaron que eran los únicos
seres que habitaban la tierra, sin ninguna pizca de ansiedad.
"¡¡Nosotros estamos solos en este mundo!!" Le
gritaron los inughuit a Sackheuse (intérprete del almirante John Ross).
Por eso, cuando les vieron a los hombres blancos por primera vez en
1818, creyeron que eran dioses o espíritus del aire.
Estos inughuit
nunca habían visto al hombre blanco, pero tampoco a otros seres humanos.
Sin embargo, aún en su permanente aislamiento, los extranjeros les
definieron como una sociedad “feliz y satisfecha”.
También en las
lenguas humanas se vislumbra este sentimiento de arraigo a la tierra. Mendoza explica
el término galés "hiraeth", esa melancolía que se asocia a la falta de
la tierra natal.
En portugués, bien conocida es la palabra
"saudade". La palabra gallega es “morriña”, y la vasca "herrimina", dolor de pueblo, como "mal du pays" en francés, o "heimweh" en alemán..
"Hüzün" es la melancolía en
turco, pero la melancolía de la que "participan millones”, según el
escritor Orhan Pamuk. La melancolía de quienes viven atados a esa tierra. Un sentimiento que es vivido por un colectivo, entre las ruinas del Imperio Otomano.
Los rumanos, quizás más solidarios con sus
emociones, lo definen simplemente como "dór": "dolor". Mircea Eliade en "«Dor» Nostalgia rumana ",
cuenta que es imposible hablar un cuarto de hora con un campesino rumano
sin que esta palabra brote de sus labios. «¿Dolor de qué? ¿Quizá de la
vida que dejamos pasar sin gozar? ¿Quizá de la infancia, de la juventud
que de pronto descubrimos que hemos perdido? Seguramente de nuestros
amores, que ya murieron, o del amor presente que no tenemos valor de
agotar...»
"Un rumano no dice tan solo: Mi-e dor de tine, «tengo dolor de ti» (te
amo); sino que también dice: Mi-e dor de iarba verde, «quiero ver las
verdes hierbas» (tengo nostalgias camperas), o: Mi-e dor de un din bum!,
«sediento estoy de buen vino»."
Una de las más bellas poesías del gran Eminescu se titula: Mai am un singur dor... «Sólo tengo ahora un deseo...»
«En la paz de última hora
No me abran la sepultura
En tierras de junto al mar.
Los bosques quiere mi alma
Se abran para descansar
Y que el cielo sereno cubra
El agua profunda y calma...»
No me abran la sepultura
En tierras de junto al mar.
Los bosques quiere mi alma
Se abran para descansar
Y que el cielo sereno cubra
El agua profunda y calma...»
La vida humana es feliz en la calma y en la
conversación; no en la melancolía perpetua de este continuo trasiego de la
historia. O en el ruido, en el vértigo y en la ambición que nos inculca
este Sistema que nos exige cambios ambiciosos y emprendedores. Se nos
dice que el ser humano es una especie ambiciosa, y que en su insaciable
naturaleza humana hará lo que sea por explorar y conquistar nuevas
tierras o, en menor medida, por colonizar ese nuevo iPhone.
Mientras, Virginia Mendoza ha conocido, en sus propias
palabras, "a quienes le cerrarán los ojos a la tierra". Los y las que
decidieron permanecer en su tierra y que "ni las ausencias ni los miedos
minarían su instinto de permanencia".
Y escribe:
"El mundo se acelera. La vida se acelera.
¿No será esta necesidad de volver a la vida lenta la máxima expresión de supervivencia ahora que la premura nos acerca a la muerte a marchas forzadas?"
¿No será esta necesidad de volver a la vida lenta la máxima expresión de supervivencia ahora que la premura nos acerca a la muerte a marchas forzadas?"
Cuando somos bebés "la quietud nos aterra y pedimos que nos mezan con alaridos, lágrimas y gimoteos" Ahora, tenemos prisa por obtener silencio y quietud. "Volvemos al pueblo con un renovado orgullo: no hemos sucumbido a los males de la ciudad y eso nos hace fuertes e invencibles."
Fuentes:
http://www.filosofia.org/hem/194/esp/9430501a.htm
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminarMarvin Harris trataría de explicar la utilidad social de la morriña.
ResponderEliminarEnhorabuena por tu blog y enriquecernos con los "despojos" de los historiadores.