Thomas Bekker |
"Creo que el género mismo es la violencia, que las normas de masculinidad
y feminidad, tal y como las conocemos, producen violencia. Si
cambiáramos los modos de educación en la infancia, quizá modificaríamos
lo que llamamos violencia de género." Beatriz Preciado, filósofa.
El libro de Cuerpos Sexuados comienza con un caso real y totalmente esclarecedor:
"Con las prisas y la emoción de la partida hacia los juegos olímpicos de 1988, María Patiño, la mejor vallista española, olvidó el preceptivo certificado médico que debía dejar constancia, para seguridad de las autoridades olímpicas, de lo que parecía más que obvio para cualquiera que la viese: que era una mujer.
Pero el Comité Olímpico Internacional (COI) había previsto la posibilidad de que algunas atletas olvidaran su certificado de feminidad. Patiño sólo tenía que informar al «centro de control de feminidad», raspar unas cuantas células de la cara interna de su mejilla, y todo estaría en orden... o así lo creía. Unas horas después del raspado recibió una llamada. Algo había ido mal. Pasó un segundo examen, pero los médicos no soltaron prenda. Cuando se dirigía al estadio olímpico para su primera carrera, los jueces de pista le dieron la noticia: no había pasado el control de sexo. Puede que pareciera una mujer, que tuviera la fuerza de una mujer, y que nunca hubiera tenido ninguna razón para sospechar que no lo fuera, pero los exámenes revelaron que las células de Patiño tenían un cromosoma y que sus labios vulvares ocultaban unos testículos. Es más, no tenía ni ovarios ni útero. De acuerdo con la definición del COI, Patiño no era una mujer.
En consecuencia, se le prohibió competir con el equipo olímpico femenino español. Las autoridades deportivas españolas le propusieron simular una lesión y retirarse sin hacer pública aquella embarazosa situación. Al rehusar ella esta componenda, el asunto llegó a oídos de la prensa europea y el secreto se aireó. A los pocos meses de su regreso a España, la vida de Patiño se arruinó. La despojaron de sus títulos y de su licencia federativa para competir. Su novio la dejó. La echaron de la residencia atlética nacional y se le revocó la beca. De pronto se encontró con que se había quedado sin su medio de vida. La prensa nacional se divirtió mucho a su costa. Como declaró después, «Se me borró del mapa, como si los doce años que había dedicado al deporte nunca hubieran existido».
Abatida pero no vencida, Patiño invirtió mucho dinero en consultas médicas. Los doctores le explicaron que la suya era una condición congénita llamada insensibilidad a los andrógenos; lo que significaba que, aunque tuviera un cromosoma y sus testículos produjeran testosterona de sobra, sus células no reconocían esta hormona masculinizante. Como resultado, su cuerpo nunca desarrolló rasgos masculinos. Pero en la pubertad sus testículos comenzaron a producir estrógeno, como hacen los de todos los varones, lo cual hizo que sus mamas crecieran, su cintura se estrechara y su cadera se ensanchara. A pesar de tener un cromosoma Y y unos testículos, se había desarrollado como una mujer. Patiño decidió plantar cara al COI.
«Sabía que era una mujer», insistió a un periodista, «a los ojos de la medicina, de Dios y, sobre todo, a mis propios ojos».
Contó con el apoyo de Alison Carlson, ex tenista y bióloga de la universidad de Stanford, contraria al control de sexo, y juntas emprendieron una batalla legal. Patiño se sometió a exámenes médicos de sus cinturas pélvica y escapular «con objeto de decidir si era lo bastante femenina para competir».
Al cabo de dos años y medio, la iaaf (International Amateur Athletic Federation) la rehabilitó, y en 1992 se reincorporó al equipo olímpico español, convirtiéndose así en la primera mujer que desafiaba el control de sexo para las atletas olímpicas. A pesar de la flexibilidad de la iaaf, sin embargo, el coi se mantuvo en sus trece.
Pero, ¿por qué le preocupa tanto al coi el control de sexo? En parte, las reglas del coi reflejan las ansiedades políticas de la guerra fría: durante los juegos olímpicos de 1968, por ejemplo, el coi instituyó el control «científico» del sexo de las atletas en respuesta a los rumores de que algunos países de la Europa Oriental estaban intentando glorificar la causa comunista a base de infiltrar hombres que se hacían pasar por mujeres en las pruebas femeninas para competir con ventaja. El único caso conocido de infiltración masculina en las competiciones femeninas se remonta a 1936, cuando Hermann Ratjen, miembro de las juventudes nazis, se inscribió en la prueba de salto de altura femenino como «Dora». Pero su masculinidad no se tradujo en una gran ventaja: aunque se clasificó para la ronda final, quedó en cuarto lugar, por detrás de tres mujeres.
Aunque el coi hacía tiempo que inspeccionaba el sexo de los atletas olímpicos ya que algunos sostenían que la participación de las mujeres en las competiciones deportivas las convertían en criaturas virilizadas. En 1912, Pierre de Coubertin, fundador de las olimpíadas modernas (inicialmente vedadas a las mujeres), sentenció que «el deporte femenino es contrario a las leyes de la naturaleza». Las autoridades olímpicas se apresuraron a certificar la feminidad de las mujeres que dejaban pasar, porque el mismo acto de competir parecía implicar que no podían ser mujeres de verdad.
Hasta 1968, a menudo se exigió a las competidoras olímpicas que se desnudaran delante de un tribunal examinador. Tener pechos y vagina era todo lo que se necesitaba para acreditar la propia feminidad. Pero muchas mujeres encontraban degradante este procedimiento. En parte por la acumulación de quejas, el coi decidió recurrir al test cromosómico, más moderno y «científico». El problema es que ni este test ni el más sofisticado que emplea el coi en la actualidad, pueden ofrecer lo que se espera de ellos. Simplemente, el sexo de un cuerpo es un asunto demasiado complejo.
No hay blanco o negro, sino grados de diferencia.
Una de las tesis principales de este libro es que etiquetar a alguien como varón o mujer es una decisión social. El conocimiento científico puede asistirnos en esta decisión, pero sólo nuestra concepción del género, y no la ciencia, puede definir nuestro sexo. Es más, nuestra concepción del género afecta al conocimiento sobre el sexo producido por los científicos en primera instancia.
En 1972, los sexólogos John Money y Anke Ehrhardt popularizaron la idea de que sexo y género son categorías separadas. El sexo, argumentaron, se refiere a los atributos físicos, y viene determinado por la anatomía y la fisiología, mientras que el género es la convicción interna de que uno es macho o hembra (identidad de género) y las expresiones conductuales de dicha convicción.
Las feministas de la segunda ola de los setenta, por su parte, también argumentaron que el sexo es distinto del género. Estas feministas sostenían que si las chicas tenían más dificultades con las matemáticas que los chicos, el problema no residía en sus cerebros, sino en las diferentes expectativas y oportunidades de unas y otros. Tener un pene en vez de una vagina es una diferencia de sexo. Que los chicos saquen mejores notas en matemáticas que las chicas es una diferencia de género.
Las feministas no cuestionaban la componente física del sexo; era el género lo que estaba en cuestión. Al ceder el territorio del sexo físico, las feministas dejaron un flanco abierto al ataque de sus posiciones por la base de las diferencias biológicas. Así, en ciertos círculos la cuestión de la relación entre sexo y género
se convirtió en un debate sobre la «circuitería» cerebral.
En efecto, el feminismo ha encontrado una resistencia masiva desde los dominios de la biología, la medicina y ámbitos significativos de las ciencias sociales. Todo ello ha movido a las pensadoras feministas a cuestionar la noción misma de sexo y, por otro lado, a profundizar en los significados de género, cultura y experiencia. La antropóloga Henrietta A. Moore, por ejemplo, argumenta que «lo que está en cuestión es la encarnación de las identidades y la experiencia. La experiencia ... no es individual y fija, sino irredimiblemente social y procesual».
Nuestros cuerpos son demasiado complejos para proporcionarnos respuestas definidas sobre las diferencias sexuales. Cuanto más buscamos una base física simple para el sexo, más claro resulta que «sexo» no es una categoría puramente física. Considérese el problema del Comité Olímpico Internacional. Los miembros del comité quieren decidir quién es varón y quién es mujer. ¿Pero cómo? El coi puede aplicar la prueba del cariotipo o del adn, o inspeccionar las mamas y los genitales, para certificar el sexo de una competidora, pero los médicos se rigen por otros criterios a la hora de asignar un sexo incierto. Se centran en la capacidad reproductiva (en el caso de una feminidad potencial) o el tamaño del pene (en el caso de una presunta masculinidad). Por ejemplo, si un bebé nace con dos cromosomas x, oviductos, ovarios y útero, pero un pene y un escroto externos, ¿es niño o niña? Casi todos los médicos dirían que es una niña, a pesar del pene, por su potencial para dar a luz, y recurrirían a la cirugía y tratamientos hormonales para validar su decisión.
La elección de los criterios para determinar el sexo, y la voluntad misma de determinarlo, son decisiones sociales.
Los intersexuales como María Patiño tienen cuerpos disidentes. No encajan de
manera natural en una clasificación binaria, si no es con calzador quirúrgico. Ahora bien, ¿por qué debería preocuparnos que una mujer (con sus mamas, su vagina, su útero, sus ovarios y su menstruación) tenga un "clítoris" lo bastante grande como para penetrar otra mujer? ¿Por qué debería preocuparnos que haya personas cuyo "equipamiento biológico cultural" les permita mantener relaciones sexuales tanto con hombres como con mujeres? ¿Por qué deberíamos apuntar o esconder quirúrgicamente un clítoris ofensivamente grande? La respuesta: para mantener la división de géneros.
El que se le ampute a un bebé intersexual depende de lo que pensemos sobre: ¿Cuán importante es el tamaño del pene? ¿Qué formas de erotismo sexual son normales? ¿Qué es más importante, tener un clítoris sexualmente sensitivo, o uno visualmente cercano al tipo corriente?
Mientras, los manuales médicos recomiendan no dar una explicación completa de la condición sexual del infante. Un médico escribió: "Deberíamos hacer todo lo posible para desterrar cualquier sentimiento de ambigüedad sexual" No digo que exista una conspiración del silencio, sino que los médicos están cegados por su propia convicción de que todo el mundo es o varón o mujer. Se debe remodelar un cuerpo sexualmente ambiguo conforme nuestro sistema de dos sexos, a pesar de que deja múltiples cicatrices, requiere múltiples operaciones y a menudo elimina la capacidad orgásmica.
"Cuando descubrí que tenía el sindrome de insensibilidad a los andrógenos, las piezas encajaron. Pero lo que se hizo añicos fue mi relación con mi familia y con los médicos. Lo traumático no fue saber de cromosomas y testículos, sino descubrir que me habían estado mintiendo." escribía una mujer a una revista.
"Si tuviera que etiquetarme como varón o mujer, diría que soy una clase diferente de mujer. No soy un caso de un sexo u otro, ni una combinación de ambos. Nací hermafrodita; y desde el fondo de mi corazón, querría que se me hubiera permitido quedarme así" explica Ángela Moreno, miembro del ISNA (Sociedad Intersexual de Norteamérica).
Un intersexual llamado Emma se crió como mujer. Poseía una vagina y un clítoris lo bastante grande para poder tener relaciones sexuales con hombres y con mujeres. Siendo adolescente, tuvo experiencias sexuales con mujeres, pero se casó con un hombre. Mientras, mantenía relaciones sexuales placenteras con amigas. Confesaba haber deseado en ocasiones ser un varón, pero cuando Young le aseguró que la transformación sería un asunto simple, el/la replicó: "¿Habría que eliminar esa vagina? No sé, porque es mi bono de comida. Si lo hiciera, tendría que prescindir de mi marido y buscarme un trabajo, así que creo que me quedaré como estoy. Mi marido me mantiene bien y, aunque él no me da ningún placer sexual, mi novia me lo da de sobra."
El motivo de recomendar su reconversión era genuinamente humanitario: permitir que los individuos encajaran y funcionaran física y psicológicamente como seres humanos saludables. Pero tras este anhelo subyacen asunciones no discutidas:
-Que debería haber sólo dos sexos.
-Que sólo la heterosexualidad es normal
-Que ciertos roles de género definen al varón y a la mujer psicológicamente saludables."
Pero por fortuna, los seres humanos no solo somos reproductores, de forma imprescindible somos también cuidadores de vida y productores.
"El
capitalismo y el patriarcado de nuestra cultura occidental actual nos
deja un esquema de género y prácticas y normas culturales muy estrechas.
En nuestra sociedad que se autoproclama "moderna y liberal", sólo hay
dos géneros, éstos son
inviolables y están determinados por los genitales."
"Lo
que nos dicen los casos etnográficos es que es precisamente la variedad
de comportamientos sexuales la que predomina. Es solo el etnocentrismo y
la penosa amplitud de miras
de nuestra sociedad la que impide ver en este tipo de comportamientos
algo totalmente natural y hasta común en la especie humana."
Marvin Harris, antropólogo.
Link: El tercer género o queer: el biocentrismo.
Fuentes:
"Cuerpos sexuados" Anne Fausto-Sterling.
http://www.pikaramagazine.com/2010/11/%C2%BFsera-nino-o-nina/
http://www.isna.org/node/64
Muy interesante, gracias por compartirlo.
ResponderEliminarGracias , como siempre excelente análisis
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminar