miércoles, 14 de mayo de 2025

Infraespecies y el ímpetu involutivo: antropología y ecología.

"Desde el punto de vista de la gran variedad cultural de nuestra especie, es fácil adivinar que hay incontables formas de hacer naturalezas o ecologías." Aníbal G. Arregui, antropólogo.

"Un estudio reciente sobre abejas de las orquídeas neotropicales sugiere incluso que estos insectos recolectan químicos volátiles de las flores y "los almacenan" en "bolsas" para "exhibir sus 'perfumes' más tarde" durante los cortejos sexuales." Natasha Myers, antropóloga. Carla Hustak, historiadora. 

"Darwin fue un brillante racista", comienza así el libro del antropólogo Aníbal G. Arregui "Infraespecie. Del fin de la naturaleza al futuro salvaje". 

Y explica que en El origen del hombre (1871), Darwin daba por hecho que las "variedades de humanos no caucásicos", estaban destinadas a la extinción. Hasta que la antropología cultural aseguró que el éxito de los grupos humanos no dependía de su biología, sino de factores históricos, sociales o culturales. 

Pero antes que la idea de raza, estaba la idea de «especie», que resultaba ser la misma lógica jerárquica, selectiva y evolutiva, no solo para explicar el devenir del Homo sapiens, sino también el del resto de las especies.

"Y que hoy continúa con divulgadores científicos, como Pinker o Harari, que siguen sin considerar la diversidad social, cultural o cognitiva de los humanos y siguen divulgando teorías generalizantes y biológicamente redundantes", advierte Arregui.

En el libro "La seta del fin del mundo" (2021), la antropóloga Anna Tsing habla de "relaciones interespecie", "multiespecie». Relaciones que vinculan a los humanos con otros organismos. https://unaantropologaenlaluna.blogspot.com/2021/12/antropologia-mas-alla-de-la-humanidad.html
 
La antropóloga de Juno Salazar Parreñas, en "Producing affect: Transnational volunteerism in a Malaysian orangutan rehabilitation center" estudia cómo se constituye la humanidad a través de encuentros multiespecies y cómo los encuentros afectivos producen subjetividades humanas y no humanas, "tiene consecuencias más allá de aquello que es específico" a los sujetos humanos y no humanos.

Otra antropóloga, Radhika Govindrajan, muestra en su libro "Animal Intimacies" que las relaciones entre humanos y animales tienen en ocasiones un componente íntimo y afectivo similar al que orienta las relaciones entre humanos.
 
Otro libro, "Ímpetu involutivo. Afectos y conversaciones entre plantas, insectos y científicos", de la historiadora Natasha Myers y la antropóloga Carla Hustak, contiene un capítulo llamado "Darwin entre las orquídeas." En él aparece un pequeño párrafo de la carta que Darwin escribió a J. D. Hooker, 19 de junio de 1861:

"He tenido mucha suerte y ahora ya he examinado casi todas las orquídeas británicas, y cuando esté en la playa redactaré un artículo bastante largo sobre los medios de fecundación para Linn. Socy y yo no logramos imaginarnos nada más perfecto que esos diversos y curiosos artilugios."

Y es que, en un lapso de unos veinte años, Charles Darwin produjo seis volúmenes dedicados al estudio de las plantas. Pero fueron las orquídeas las que captaron toda su atención. Para Darwin, eran una prueba de la selección y la adaptación naturales.
 
"Los experimentos de Darwin en la década de 1860 demostraron que las orquídeas pueden alterar activamente sus anatomías respondiendo a los insectos visitantes" para que se "entreguen" a los placeres de la pseudocopulación". Un estudio reciente sobre abejas de las orquídeas neotropicales sugiere incluso que estos insectos recolectan químicos volátiles de las flores y "los almacenan" en "bolsas" para "exhibir sus 'perfumes' más tarde" durante los cortejos sexuales." (Schorkopf, Dirk Louis P., Lukasz Mitko y Thomas Eltz, "Enantioselective Preference and High Antennal Sensitivity for (-)-Ipsdienol in Scent-Collecting Male Orchid Bees, Euglossa cyanura.")

 
 
Las autoras aseguran que "actualmente, reducen las interacciones entre especies a las acciones de "genes egoístas", es decir, reducir el gasto de energía de un organismo mientras maximizan su aptitud reproductiva para la supervivencia de la especie a largo plazo. Estas explicaciones neodarwinistas son endémicas en el campo floreciente conocido como "ecología química". Los investigadores en este campo apuntan a los determinantes químicos que moldean las relaciones ecológicas, para atraer, repeler, y comunicarse.
 
"Si bien se les concede el poder de engañar, estas plantas son representadas de todos modos como actuantes mecánicos." Todo resulta ser "efectos ciegos de una variación genética azarosa sujeta a las fuerzas selectivas que imponen sus polinizadores. Parece que una economía neodarwinista no puede admitir el placer, el juego o la improvisación dentro de o entre las especies."

No puede admitir el juego... y resulta que el juego existe en todo el universo
animal. "El juego es fuente de alegría y una forma de expresar la propia existencia", escribía el antropólogo David Graeber (¿Qué sentido tiene si no podemos divertirnos?) ¿Por qué el gasto de energía debe dirigirse hacia algún objetivo primario como conseguir alimento, asegurar territorio, éxito reproductivo o el dominio...? Los juegos son manifestaciones del disfrute de la vida y del deseo de interactuar con otros, y ejercitar plenamente las capacidades. 

Este ensayo "Ímpetu involutivo", en la misma línea, propone una lectura alternativa de las ecologías planta/insecto.

Y se preguntan: ¿Se podría decir que la vida vegetal y animal no humana, pueda "estar interesada en algo"? "Pues los animales y las plantas tienen, y han inventado, múltiples maneras de estar interesados. Ante todo, estar vivo es estar interesado. Y estar interesado no significa solamente "orientarse", "elegir", "buscar", pues los seres vivos no están simplemente afectados pasivamente por lo que sucede en su medio, sino que buscan activamente ser afectados."
Y si...
"¿Y si lo que el insecto busca cuando se deja atrapar por el encanto de una flor que despide los perfumes más cautivadores fuera eso, dejarse atrapar, desde luego, pero para ser afectado?"

¿De qué se trata la involución?
 
"Si los evolucionistas tienden a fetichizar las lógicas económicas y de adaptación, los involucionistas amplifican otras dimensiones de la vida ecológica. (...) llaman la atención sobre la práctica y las improvisaciones momentáneas de los practicantes multiespecíficos atrapados conjuntamente en ecologías cargadas afectivamente."

"En una mirada involutiva, las plantas son alquimistas que convierten la luz solar y el dióxido de carbono en locuciones volátiles e inventan formas de medios de comunicación atmosféricos dispuestos para la expresión a larga distancia. Son artesanas que fabrican miméticamente anatomías responsivas. Son también sensores agudamente sintonizados cuyos cuerpos pueden registrar la diferencia de temperatura más sutil, el mínimo roce del ala de un insecto que pasa, y que pueden discernir pequeñas diferencias en herbívoro detectando distintas sustancias en su saliva. Sus raíces y rizoma forman una red de conexiones tan compleja como el sistema nervioso de un animal, y se mueven activamente respondiendo a su mundo siempre cambiante."
 
La "capacidad para autotransformarnos y reorientar nuestras ecologías cotidianas en direcciones que la biología, por sí sola, no puede explicar", a esto es a lo que se refiere el antropólogo Ánibal Arregi con el término "Infraespecies." Cuando consideramos a los sujetos o especímenes situados en el tiempo y en el espacio y en relaciones mínimas, dotadas de subjetividad, intencionalidad y autónomas, y no únicamente como "especies".
 
"Después de todo, es en el inframundo de las relaciones íntimas y cotidianas entre especímenes o individuos concretos, y no en el suprauniverso de las categorías taxonómicas y las teorías evolutivas, donde se originan muchos de los procesos que determinan las ecologías del presente."

"Desde el plano infraespecie se hace evidente que los organismos tejemos relaciones mundanas y tentativas con las que, más allá de los esquemas explicativos de las ciencias naturales, hacemos y rehacemos las ecologías que nos rodean."
 
Sin embargo, según el pensamiento evolucionista, existen determinadas especies o razas que se adaptan y están predeterminada biológicamente incluso para dominar. Pero la antropología social y cultural, y sus disciplinas afines, tienen el reto de demostrar que no se trata solo de cómo «nos adaptamos» al entorno, sino cómo lo construimos, de manera íntima, en la cotidianeidad, y cómo coexistimos con otros seres a los que incluso podemos considerarles no desde el qué, sino desde el quién.

En este momento en el que parece que el ser humano está perdiendo el control sobre aquello que le rodea (crisis climática, económica, sanitaria), estos fenómenos y seres salvajes nos enfrentan a una pregunta incómoda, según Arregui: 
 
"¿Existe la posibilidad de que en el futuro debamos coexistir con seres y fenómenos que reivindican su autonomía, que evidencian nuestra vulnerabilidad, y que atestiguan la fragilidad de nuestro intento de dominación y domesticación del entorno?"

Y recuerda que "la relación entre cultura y naturaleza no es la de una oposición entre «lo natural» y «lo artificial» (...) Más bien, la cultura puede entenderse como la forma en que los humanos penetran, reconfiguran y hasta generan la propia naturaleza (...) a partir de sus respectivos marcos culturales."
 

 


martes, 6 de mayo de 2025

Sentido y sensibilidad animal: La inmensidad del mundo.

"Desde entonces, sin embargo, la antropología regresó a los animales a través de nuevas y más interesantes maneras (...). Y así, yo también me encuentro inexorablemente atraído por la temática de nuevo. Lo que ha cambiado es que estamos más preparados para escuchar lo que los indígenas nos están contando sobre los animales, tanto en Sudamérica como en otros lugares, y para tomar lo que dicen tan en serio como tomaríamos los pronunciamientos de cualquier filósofo occidental. No podemos seguir asumiendo que mientras los filósofos tienen sus razones y sus argumentos, los indígenas sólo tienen actitudes y creencias, absorbidas por el resto de su 'cultura"

"Y estudiar con la gente y con los animales -más que hacer estudios de ellos- es investigar las condiciones y posibilidades de la vida tanto para el presente como para el futuro."

Tim Ingold, antropólogo.


En numerosas culturas indígenas, la humanidad no existe en una plataforma elevada desde la que mira por encima del hombro a otras especies. Hay modestia y equidad. Hay aprecio y gratitud por toda la naturaleza, en lugar de la sensación de que la naturaleza existe únicamente para beneficio de la humanidad, para usarla y despilfarrarla como mejor le parezca (o no).

Nadie duda de que el ser humano es especial, único. Al fin y al cabo, somos los únicos (que sepamos) que reflexionamos sobre la evolución, por no hablar de crear sinfonías y rascacielos. Pero eso no es decir mucho: todas las especies son únicas, de lo contrario no serían especies distintas por derecho propio. Cada especie puede hacer cosas con las que los humanos solo sueñan, ya sea volar o sumergirse en las profundidades. Y no solo eso. Hay tantas maneras de percibir tu propio mundo, tu propia casa, que ni siquiera imaginarías...

El naturalista Charles Darwin se escribió a sí mismo una nota: "Nunca uses las palabras superior o inferior". Los simios no aparecieron solo para transformarse en humanos.

Tampoco los reptiles evolucionaron únicamente para dar lugar a los mamíferos, ni los peces a los anfibios. Las ranas son perfectamente felices siendo ranas. Ninguna es una criaturas frustrada a las que se le impide alcanzar "la humanidad".

Una vez, leí en las redes sociales:

"La oreja del gato posee 32 músculos para girarlas y captar sonidos.

Para qué? Para ignorarte..."

"Los expertos en comportamiento animal suelen advertir contra los peligros del

antropomorfismo, la tendencia de atribuir erróneamente emociones o capacidades mentales humanas a otros animales. Sin embargo, tal vez la manifestación más común y menos reconocida de antropomorfismo es la tendencia a olvidar los demás Umwelten, a enmarcar las vidas de los animales en función de nuestros sentidos, no de los suyos", escribe Ed Yong, periodista científico británico nacido en Malasia, en su libro "La inmensidad del mundo".  

 "Umwelten" designa la burbuja sensorial de cada especie animal. Y no solo los sentidos primarios (olfato, gusto, oído, tacto, vista) sino otros a los que ni nos asomamos: ecolocalización, electrolocalización, magnetorecepción, visión ultravioleta...

Advierte que "este sesgo tiene consecuencias. Dañamos a los animales al llenar el mundo con estímulos que abruman o aturden sus sentidos, como las luces costeras, que atraen a las tortugas recién nacidas y las alejan del océano; los ruidos submarinos, que ahogan los cantos de las ballenas, y los paneles de cristal que parecen masas de agua en el sonar de los murciélagos. Malinterpretamos las necesidades de los animales que tenemos más cerca, por ejemplo, al no dejar a los perros, que se orientan por el olor, olisquear sus entornos, imponiéndoles el mundo visual de los humanos. También subestimamos las capacidades de los animales para nuestro propio detrimento, perdiendo así la oportunidad de comprender la auténtica inmensidad y maravilla de la naturaleza, las delicias que, tal como escribió William Blake, nos «encierran en cinco sentidos»."


"¿Cómo sabes si cada ave que surca los cielos
no es un inmenso mundo de alegría,
encerrado por tus cinco sentidos?"

 

Añade, "puede parecer restrictivo porque implica que todas las criaturas estamos atrapadas en la casa de nuestros sentidos, pero para mí, la idea [del Umwelten] es maravillosamente expansiva. Lo que nos explica es que no todo es lo que parece y que todo lo que experimentamos no es más que una versión filtrada de todo lo que podríamos vivir. Nos recuerda que hay luz en la oscuridad, ruido en el silencio, riqueza en la nada. Señala los destellos de lo desconocido en lo que nos resulta familiar, de lo extraordinario en lo cotidiano, de la magnificencia en lo mundano."


Desde la antropología sabemos que también entre los humanos animales hay diversidad.

Los hablantes de jahai y semaq beri (Malasia y Tailandia) pueden identificar con fiabilidad alrededor de una docena de categorías de olores "básicas", cada una de las cuales recibe su propia etiqueta lingüística. Una describe el olor que comparten la gasolina, los excrementos de los murciélagos y las escolopendras. Otra define cierta cualidad que comparten la pasta de langostino, la savia del árbol del caucho, los tigres y la carne podrida. Otra más se refiere al jabón, el acre durián y la nota semejante al olor de las palomitas de maíz que desprende el manturón.

"Los seres humanos compartimos con los perros la misma maquinaria básica, pero ellos tienen más de todo: un epitelio olfativo más extenso, docenas de veces más neuronas en ese epitelio, casi el doble de receptores odoríferos y un bulbo olfatorio relativamente más grande. Su equipo, además, está colocado en un compartimento aparte, mientras que el nuestro está expuesto a la corriente principal de aire que atraviesa nuestra nariz. (...) La experiencia de los perros es, al contrario, mucho más continua, porque los odorantes que entran en su nariz tienden a quedarse allí, y su número aumenta con cada olisqueo. (...) Incluso cuando expulsan el aire, lo están absorbiendo."

"El órgano vomeronasal es su secuaz: tiene su propio tipo de células detectoras del olor, sus propias neuronas sensoriales y su propia conexión al cerebro. Normalmente se encuentra en el interior de la cavidad nasal, justo encima del paladar. Pero no nos molestemos en tratar de palpar el nuestro: por el motivo que sea, los seres humanos perdimos nuestro órgano vomero-nasal a lo largo de la evolución, como les ocurrió a otras especies de simios, y también a las ballenas, las aves, los cocodrilos y algunos murciélagos.

Casi todos los demás mamíferos, reptiles y anfibios conservan los suyos. Cuando
un elefante toca a otro con la trompa y se lleva a la boca la punta, bien cubierta de feromonas, esas moléculas van directas al órgano vomeronasal. Cuando los caballos o los gatos contraen el labio superior, mostrando los dientes, están anulando las fosas nasales y enviando los odorantes inhalados al órgano vomeronasal.

Y cuando las mariposas se posan, están saboreando con los receptores que tienen en lo pies. Los peces gatos no necesitan ni posarse: son lenguas natatorias, con sus receptores del gusto repartidos en toda su piel.

Cada cual hemos evolucionado para funcionar de forma óptima. Por eso, el primer paso para entender el Umwelt de otro animal es comprender para qué usa sus sentidos.

Los primates, por ejemplo, probablemente evolucionaron hacia ojos grandes y agudos para capturar los insectos arborícolas que están en las ramas. Los humanos hemos heredado esa visión aguda para guiar los diestros dedos, para leer símbolos que dotan de sentido y para evaluar las señales ocultas en las expresiones faciales sutiles. Nuestros ojos se ajustan a nuestras necesidades. También nos dan una Umwelt singular que muchos otros animales no comparten.

Los humanos superan a casi todos los demás animales en la resolución de detalles. Nuestra vista excepcionalmente aguda.

Pero a todo hay quien gana, y las águilas y otras aves de presa son los únicos animales cuya visión es sustancialmente más aguda que la nuestra. La bióloga sensorial Eleanor Caves ha estado recopilando mediciones de agudeza visual de cientos de especies, y los humanos superan a casi la totalidad. Aparte de las aves de presa, solo otros primates se acercan a nuestro nivel.
 

Pero los ojos agudos tienen también una desventaja importante.En la vista, hay que elegir: O sensibilidad o resolución/agudeza.

Un águila puede ser capaz de ver un conejo a gran distancia en pleno día, pero su agudeza visual cae en picado cuando se pone el sol. (No hay águilas nocturnas). A la inversa, los leones y las hienas puede que no sean capaces de ver las rayas de una cebra a lo lejos, pero su visión es lo bastante sensible como para cazar una por la noche. Estos, y muchos otros animales, han dado prioridad a la sensibilidad sobre la agudeza. Como siempre, los ojos evolucionan para ajustarse a las necesidades de sus propietarios.

Otra diferencia con el resto de animales es que el mundo visual humano está enfrente y nos movemos hacia él. No es así en el resto de animales.

"A vista de pájaro" es cuando vemos algo desde arriba. En realidad, las aves tienen otra vista.
Muchas aves de presa, cuando cazan, miran a un ángulo de 45 grados. Esta vista es la más aguda. Cuando un halcón peregrino se lanza a por una paloma, no se deja caer directamente hacia su presa; lo que hace es volar siguiendo una espiral descendente.

Otro ejemplo: Como las vacas mirando al tren... Pues es que las vacas no solo miran al tren, también te ven a ti mirándoles a ellas con cara de gracia y a tu perro molestando detrás de ella.



Las vacas y otros animales de granja muestran un aire somnoliento por tener su mirada tan fija. Pero es que sus campos visuales cubren casi toda el área alrededor de la cabeza, una vista del horizonte entero a la vez. Lo mismo sucede con otros animales que viven en hábitats planos, incluyendo a los conejos (campos), los cangrejos o los zapateros (superficie de los estanques). (...) Una vaca puede ver simultáneamente a un granjero acercándose desde delante, un collie caminando por detrás y a sus compañeras de rebaño a los lados. Mirar alrededor, que es algo inseparable de nuestra experiencia visual, es en realidad una actividad poco frecuente que los animales solo realizan cuando tienen campos de visión restringidos y zonas agudas estrechas.

La mayoría de los humanos no vemos los rayos ultravioleta, lo cual probablemente explica por qué los científicos estaban tan dispuestos a creer que era una capacidad escasa, cuando, de hecho, es justo lo contrario. La mayoría de los animales que ven en color perciben los rayos ultravioleta: es la norma, los humanos somos la rareza. Y muchos patrones de la naturaleza, en las flores o en el resto de animales, solo se pueden percibir gracias a esta visión.

Tenemos visión tricrómata, de cuatro conos.
Las aves, reptiles, insectos y peces de agua dulce, también. Los dinosaurios eran tetracrómatas casi con certeza absoluta, y seguramente veían toda clase de colores. Los pavos reales tienen unas plumas maravillosas, pero lo que no vemos es el cortejo de flujos de aire que perciben con las plumas de las crestas.

Sobre el oído humano, Luther Standing Bear, un jefe lakota oglagla y autor, escribió en 1933: «Los lakotas [...] amaban la tierra y todas las cosas de la tierra, y la unión crecía con la edad. La tierra está llena de sonidos que el anciano indio puede oír, a veces poniendo la oreja en el suelo para oír con más claridad».



Los humanos son casi tan buenos como los búhos en la dirección horizontal, pero mucho peores en la vertical, donde nuestra precisión cae a entre tres y seis grados. Esto es debido a que nuestras orejas están a la misma altura, de modo que los sonidos que llegan de arriba o de abajo las alcanzan prácticamente al mismo tiempo. Las orejas del búho, sin embargo, tienen una asimetría única: la izquierda está colocada más alta que la derecha. Y para evitar hacer ruido con su propio aleteo cuando caza, el búho tiene plumas suaves en el cuerpo y bordes serrados en las alas, que hacen que su vuelo sea casi imperceptiblemente silencioso.


Otra manera de cazar es a través de la tela de araña, que extiende el alcance de los sentidos de la araña mucho más allá del alcance de su cuerpo. El cuerpo de la araña está cubierto de miles de rendijas sensiliares, grietas que perciben la vibración, concentradas en torno a las articulaciones, donde se agrupan en clústeres llamados órganos liriformes. Mediante estos órganos exquisitamente sensibles, todas las arañas pueden sentir las vibraciones que circulan por cualquier cosa donde estén posadas. (...) La telaraña ha sido construida por la araña y es parte de la araña. Es tan parte del sistema sensorial y cognitivo de la criatura como su cuerpo. Pero hay una hacker experta en manipular estas redes para robar al resto de arañas su bocado, y es otra araña llamada Argyrodes.

Pensar en la ecolocalización, es pensar en los murciélagos. Pero mientras que los murciélagos solo pueden percibir las formas externas y las texturas de sus objetivos, los delfines pueden asomarse al interior de los suyos. Si un delfín nos ecolocaliza, percibirá los pulmones y el esqueleto. Puede sentir con toda probabilidad la metralla de un veterano de guerra y el feto dentro de una mujer embarazada. Casi con toda seguridad puede distinguir especies de peces basándose en la forma de esas vejigas de aire. Y puede saber si un pez tiene dentro algo raro, como un anzuelo. Mejores que una máquina de rayos X o un escáner.

Los tiburones y las rayas tienen la capacidad para detectar campos eléctricos. La lista incluye las lampreas; los celacantos, unos peces antiquísimos que se creían extinguidos hasta que se encontraron ejemplares vivos en la década de 1930; otros grupos de peces antiguos, incluyendo a los peces espátula, que usan su hocico largo y lleno de electrorreceptores, y algunos anfibios como las salamandras y las cecilias. Y resulta que todos los seres vivos producen campos eléctricos cuando están sumergidos en el agua. Nuestras células animales, que son bolsas de líquido salado, difieren del agua creando un voltaje a través de las membranas celulares. Así ocurre la electrolocalización.

Además, hay peces que detectan campos eléctricos... y también los emiten, como los peces cuchillo y los peces elefante.

Sobre la magnetorrecepción. Cuando llega el momento de que las aves migren, se inquietan, incluso en cautividad dan saltos, aletean y revolotean. Estos movimientos frenéticos se conocen como Zugunruhe, una palabra en alemán que significa «ansiedad migratoria». Las aves saben que ha llegado el momento. Están impacientes por partir. Y como notó el ornitólogo alemán Friedrich Merkel en la década de 1950, conocen el camino. Merkel y sus estudiantes Hans Fromme y Wolfgang Wiltschko capturaron petirrojos europeos en otoño y se dieron cuenta de que la ansiedad migratoria de estas aves no era aleatoria. Por la noche tienden a saltar hacia el sudoeste, exactamente en la dirección que, si no estuvieran en jaulas, los llevaría a la soleada España.

Quizás no hayas escuchado nunca el término "contaminación sensorial". Ed Yong lanza un alegato a favor del respeto de las burbujas sensoriales del resto de los animales. "En vez de entrar en los Umwelten de otros animales, los hemos obligado a vivir en el nuestro bombardeándolos con estímulos creación nuestra. Hemos llenado la noche de luz, el silencio de ruido y el suelo y el agua de moléculas desconocidas. Hemos distraído a los animales de lo que necesitan percibir, ahogando las señales de las que dependen, y los hemos atraído, como polillas a una llama, a trampas sensoriales."

En épocas menos ruidosas, por ejemplo, los cantos de las ballenas, llamadas infrasónicas, podían cruzar océanos enteros.

Cuando estas especies se extinguen, también se extinguen sus Umwelten. Con cada criatura que desaparece perdemos una forma de darle sentido al mundo. Nuestras burbujas sensoriales nos escudan de conocer esas pérdidas, pero no nos protegen de las consecuencias."

¿Bueno, y qué? Tampoco nos vamos a enterar.

No es así. Simplemente piensa: ¿Cuándo fue la última vez que viste una luciérnaga, o que viste la Vía Láctea, ese camino a casa, a nuestro planeta? También para los humanos hay pérdidas y consecuencias. Alrededor del 83% de la gente y más del 99% de los estadounidenses y los europeos vivía bajo cielos con contaminación lumínica. (...) Más de un tercio de la humanidad no pueden ver la Vía Láctea. 

 
"La idea de que la luz viaja miles de millones de años desde galaxias lejanas para ser ahogada en la última milmillonésima de segundo por el resplandor del centro comercial más cercano me deprime una barbaridad», escribió una vez el científico de la visión Sonke Johnsen.