© Jon Diez Supat |
“El antropólogo no tiene por qué afirmar que todas las culturas son buenas, pero está en la obligación de someter a todas, incluidas las propias, a la misma crítica negativa”.
Pedro Tomé
Artículo publicado en Revista Mito: http://revistamito.com/el-oficio-de-la-antropologia-guerra-al-prejuicio/
En
realidad, la crítica no es lo difícil, tendemos más a ella que al
elogio, sobre todo tratándose de otras costumbres “ajenas” a las
nuestras, a veces tan difíciles de comprender. Ya se sabe, ver la paja
en el ojo ajeno… Lo difícil es, claro, no tender al prejuicio, al
criticar por ignorancia o porque, simplemente, no nos entra en nuestros
esquemas mentales. Sobre todo, el cuidado es mayor cuando se trata del
oficio de la antropología, oficio del trabajo de campo, del
psicoanálisis de las culturas, del de las historias de vida, del
análisis de los patrones humanos… ¿comunes?. De ver la humanidad en el
ojo ajeno, en realidad. “Deporte de riesgo” es como definió a la
antropología una compañía de seguros del antropólogo inocente Nigel
Barley. Quizás lo sea, aún en tierras propias, luchando contra los
estigmas, prejuicios y varios crueles “ismos”. Pero, especialmente,
contra los esquemas mentales, la mente propia.
© Cassimano |
“Todos
somos racistas” fue una advertencia que escuché mucho en mis clases.
Nadie escapa de este principio, por muchos amigos exóticos que se tenga.
Somos conscientes de que no podemos extirparnos el subjetivismo tan
fácilmente, y mucho menos mantener al margen nuestros patrones
culturales. La antropología más que nadie lo sabe, trabaja
analizándolos. Pero igualmente aseguramos que estos patrones culturales
respiran, se mueven, a veces hasta se agitan y hacen su propia
revolución. Es más, este es su orden, y nuestro propio orden social,
afortunadamente. Einstein decía que la mente debería ser como un
paracaídas, abierta, para que las caídas no resulten tan duras. Abierta
con curiosidad, con rebeldía, con humildad, pero sobre todo, con
humanismo.
Nosotros
hacemos cultura, nosotros la construimos. Este enunciado que puede
resultar fácil de entender, a veces es difícil de recordar.
Especialmente en esta época de sentimiento de fatalidad, de resignación,
de que las cosas nos vienen dadas y si llueve, sólo nos queda el
recurso de sacar el paraguas. La cultura impregna, como la lluvia, hasta
los huesos, pero somos nosotros los que creamos y manejamos las nubes. Y
como las nubes, están vivas, y crean formas, y no caben en ningún museo
ni teatro ni nivel scioeconómico. Si se prefiere, el escritor Galeano
lo entiende como “fueguitos.” El mundo es eso, un mar de fueguitos, y
así vamos combustionando a los otros, creando la hoguera de la cultura,
que quema cualquier frontera y traspasa cualquier muro, pero sobre todo,
ilumina y da calor.
El relativismo es otra palabra comodín, y la utilizan tanto políticos, como periodistas como el panadero de la esquina. Ya
rebelé lo imposible de extirpar las creencias morales, por lo que es
tarea ardua afiliarnos a la absoluta neutralidad de la ciencia.
El relativismo moral es el que nos recuerda que no todo vale, que como
personas pensantes, no importa ser antropólogo o político o panadero,
tenemos la obligación de opinar, de tomar una postura. El relativismo
cultural, enfatiza y nos advierte con luces de neón que no puede ser que
sea todo para las personas pero sin contar con ellas. Que si las
culturas las crean los individuos, son con los otros con los que tenemos
que tomar contacto para entender un postulado cultural. Y así, tomando
como base al individuo, formar nuestra revolución mental, nuestro
fueguito, y entonces ya, opinar, actuar, combustionar o mojarnos,
iluminar y da calor.
© Mikel450 |
Anécdotas
clarificadoras no faltan en la antropología. Adriana Kaplan,
antropóloga, propuso un rito de iniciación “alternativo” en Gambia: un
rito de paso que incluyera la significación psicológica de “convertirse
en mujer”, que fuera aceptable para su cultura, y que no incluyera la
mutilación genital como elemento. Objetivo complicado, como complicado
es el ser humano. “Usted ha visto con ojos africanos”, le dijo la
vicepresidente de Gambia. Y ella, con estas gafas, supo tirar del ovillo
de cada mujer, analizó las hebras, y comprendió el nudo. “Yo quiero a
mi hija!” le repetían las madres africanas que obligaban a sus hijas a
hacerse la ablación. Adriana no lo dudó un instante.
“Se
trata de mi alma” le aseguró una alumna yoruba al antes mencionado
antropólogo profesor Nigel Barley. Y le contó que había perdido unas
tallas yorubas pequeñas, unas ibejis, para sus dos bebés, que
lamentablemente, murieron. Los ibejis son la deificación de los gemelos
yoruba, ella les daba de comer, les cantaba, les cuidaba, como
representación de sus niños, para aplacar la pérdida. Desde que un
hombre se los arrebató, asegurando que eran obra del Diablo, se le
aparecían en sueños y querían matarle. Barley le explicó que no eran
necesario tener tallas ibejis tradicionales, que con emplear tallas
inglesas era suficiente. Y le instó a que escribiera sobre ello en su
tesis de antropología. En su formulario de tutoría, no anotó “remitida
al centro de salud para recibir asistencia psicológica”, sino “remitida
para obtener tallas”.
2 comentarios:
Gracias por todo lo que publicas en tu blog. Estoy trabada con mi proyecto de tesis de maestría en Antropología pero tus post siempre me alientan a seguir en este camino. Gracias !!!
Adriana
He aprendido mucho en este blog.
Vernos a nosotros mismos de una manera ajena para poder reconocernos. La cultura y quienes la hacen...tan abstracto! Gracias!
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