lunes, 13 de enero de 2020

¿Está el enemigo? que se ponga: la guerra absurda.

"El hombre nace esclavo, débil, insuficiente y dependiente, sometido e imperfecto. En resumen, nace imbécil" 
afirma tajante el filósofo italiano Maurizio Ferraris en el libro "La imbecilidad es cosa seria".
 
"A más técnica, mayor grado de imbecilidad», porque "mayor es la imbecilidad que se percibe". "La imbecilidad es lo propio de la modernidad porque con las potencialidades expresivas que ofrece el mundo actual, el estúpido se pone más fácilmente de manifiesto que en cualquier otra época más recogida y silenciosa". 

De hecho, en 1912, Guglielmo Marconi, el inventor de la radio, hizo esta predicción: "El advenimiento de la era de las comunicaciones sin cables hará imposible la guerra, porque la hará ridícula». Pero en 1914, el mundo fue a la guerra.

"Mis guerras son absurdas porque lo es la guerra en sí" decía el humorista Gila.
 
"La guerra es una inyección colectiva de sangre en la cabeza; en otras palabras, es la reina de las cagadas", explica el periodista y antropólogo Tom Phillips en su libro "Humanos". "Pero, aparte de ser muy malas de por sí, el caos y la estrechez de miras y, en general, la majadería de los machotes en las guerras no hacen sino subrayar la innata capacidad de la humanidad para fracasar estrepitosamente de otras muchas maneras."

Y cuenta la historia de la isla de Guam, en el Pacífico, durante la guerra entre España y Estados Unidos de 1898. Guam por entonces era colonia de España, país que se olvidó por completo de informarles de que estaban en guerra.

"Cuando una pequeña flota de buques de guerra estadounidenses llegó a la isla, sospechosamente poco defendida, y disparó trece cañonazos al viejo fuerte español de Santa Cruz, la reacción de los dignatarios guameños fue acercarse en barcas de remos a los buques para agradecer a los americanos sus generosas salvas de cortesía y disculparse porque les iba a llevar un rato devolverles el gesto.

Tras unos momentos de perplejidad, los americanos explicaron que no les habían enviado saludos, que lo que intentaban, de hecho, era entablar batalla, porque estaban en guerra."

"Guam se rindió oficialmente al cabo de unos días, y ha sido territorio de Estados Unidos desde entonces."

Otra historia de batalla absurda fue la acontecida en Kiska, una isla pelada, pero de gran valor estratégico, situada en el Pacífico Norte, a medio camino entre Japón y Alaska. Los japoneses la tomaron en 1942, en la Segunda Guerra Mundial, lo que alarmó sobremanera a los estadounidenses.

"En el verano de 1943, 34.000 soldados estadounidenses y canadienses se prepararon para intentar reconquistar Kiska."
"Cuando tomaron tierra, el 15 de agosto, las tropas aliadas se encontraron Kiska envuelta en una niebla espesa y gélida. En condiciones infernales de frío helador, con viento, lluvia y cero visibilidad, avanzaron a ciegas por el terreno rocoso, paso a paso, tratando de evitar minas y otras trampas, mientras constantes fogonazos de armas de fuego de enemigos invisibles iluminaban la niebla a su alrededor. Durante veinticuatro horas, esquivaron las balas de los francotiradores y, palmo a palmo, escalaron la pendiente hacia el centro de la isla, acompañados por explosiones en sordina de los proyectiles de la artillería, el staccato del fuego de combates cercanos y gritos confusos que intentaban transmitir órdenes o rumores sobre la proximidad de las fuerzas japonesas.

No fue sino hasta el día siguiente, al contar sus bajas —veintiocho muertos, cincuenta heridos— cuando descubrieron la verdad: allí no había nadie más que ellos.


De hecho, hacía casi tres semanas que los japoneses habían abandonado la isla. Las tropas estadounidenses y las canadienses se habían estado disparando entre sí.

Esto podría haber pasado a los anales como un error desafortunado, pero comprensible, excepto por un detalle. Su equipo de vigilancia aérea había avisado a los jefes de la operación, semanas antes del desembarco, que habían dejado de ver signos de actividad japonesa en la isla, y que creían que probablemente había sido evacuada. Pero los jefes desoyeron los informes de vigilancia."

Una historia parecida cuenta de Karánsebes (en la actual Rumanía) en 1788. Las tropas austriacas estaban de retirada durante la noche y atravesaban la ciudad de Karánsebes, atentas por si aparecían los turcos persiguiéndolas.
 
"Alguien pegó un tiro al aire y algún otro empezó a gritar: «¡Los turcos, los turcos!». Los soldados de caballería se lo tomaron en serio, y, naturalmente, se lanzaron a cabalgar de un lado a otro gritando ellos también «¡los turcos, los turcos!». Con lo que todo el mundo entró en pánico y trató de huir de las quiméricas fuerzas otomanas. Entre la oscuridad y la confusión (y probablemente la borrachera), se cruzaron dos unidades de tropa, ambas confundieron a la otra con el temido enemigo y empezaron a dispararse como locos.
Para cuando todos se dieron cuenta de que en realidad no los atacaba ningún turco, buena parte de las tropas austriacas habían huido, se habían volcado carros y cañones y el grueso de sus provisiones se habían perdido o se habían echado a perder. Cuando al día siguiente apareció por fin el ejército turco, descubrieron un montón de austriacos muertos y los restos desperdigados de su campamento." 

En 1871, Alfred Nobel dijo, a propósito de su invención de la dinamita: «Tal vez mis fábricas pongan fin a las guerras antes que sus congresos: el día que dos ejércitos puedan aniquilarse mutuamente en un instante, todas las naciones civilizadas reaccionarán con horror y disolverán sus tropas». 

En 1877, Richard Gatling, inventor de la ametralladora que lleva su nombre, escribía a un amigo: «Se me ocurrió que si podía inventar una máquina —un arma de fuego— que disparara a tal velocidad que permitiera a un solo hombre rendir en combate tanto como cien, eso, en gran medida, supliría la necesidad de contar con grandes ejércitos, y, en consecuencia, se reduciría enormemente la exposición al combate y a las enfermedades»

En 1932, Albert Einstein predijo que «no existe el menor indicio de que algún día vaya a poder obtenerse [energía nuclear]».
 
En 1945, Robert Oppenheimer, el hombre que dirigía los esfuerzos por producir la bomba atómica en Los Álamos, escribió: «Si este arma no convence a los hombres de la necesidad de poner fin a la guerra, nada que salga de un laboratorio lo conseguirá jamás». 
 
El siglo XX, escribió el historiador Eric Hobsbawn: “ha sido el más sangriento en la historia conocida de la Humanidad. La cifra total de muertos provocados directa o indirectamente por las guerras se eleva a unos 187 millones de personas, un número que equivale a más del 10 por ciento de la población mundial de 1913”.
(Guerra y paz en el siglo XXI)

 "...en este complejo mundo, en el que mucha gente camina con barriles de pólvora encendiendo sus cigarrillos imprudentemente, debemos percatarnos que el enemigo somos demasiadas veces nosotros mismos. Es una situación que debería hacernos entender que debemos ser mucho mas cuidadosos de lo que hemos sido hasta ahora." Eric Wolf, antropólogo e historiador.


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