"La premeditación de la muerte es premeditación de
libertad. El que aprende a morir, aprende a no servir. El saber morir
nos libera de toda atadura y coacción. No existe mal alguno en la
vida para aquél que ha comprendido que no es un mal la pérdida de
la vida."
Montaigne.
La preocupación humana por la muerte se remonta a los orígenes de Homo sapiens. Edgar Morin, sociólogo y filósofo, explica que:
“... La novedad sapiens que aporta al mundo no reside, tal como se había creído, en la sociedad, la técnica, la lógica o la cultura, sino en la sepultura y la pintura”.
"Asimismo, parece claro que este hombre no sólo rehúsa admitir la muerte, sino que la recusa, la supera y la resuelve a través del mito y de la magia...”.
El antropólogo británico James Frazer, en su libro La rama dorada, cita muchas de las culturas en las que existen tabúes relacionados con la manera de expresar la muerte, e incluso de nombrar a los muertos. Así, pueblos tan alejados como los guajiros colombianos, los mongoles o los tuaregs del Sahara evitan pronunciar el nombre de las personas fallecidas para impedir que la muerte regrese a por más víctimas.
Es singular el caso de los aborígenes australianos quienes, como muchas tribus indias, ponen a sus hijos nombres de objetos y animales. Así, con el muerto, cuyo nombre no se puede volver a pronunciar, desaparecen palabras de uso común -águila, fuego, árbol, nube- para las que inmediatamente hay que encontrar una nueva denominación, de manera que el idioma cambia constantemente y de forma caprichosa en cada pueblo, tribu, barrio o familia.
Entre los indios navajos se considera una grave descortesía interesarse por la salud de los otros, porque piensan que el mero hecho de mencionarla puede acabar con ella. De modo que, si ve a un navajo, nunca le pregunte qué tal está o cómo se encuentra.
Aunque hoy, según Morin, las cosas han cambiado: “El hombre oculta su muerte como oculta su sexo y sus excrementos. Se presenta bien vestido [...] Se diría un ángel. Se comporta como un ángel para expulsar a la bestia. Se avergüenza de su especie: le parece obscena”.
El antropólogo británico James Frazer, en su libro La rama dorada, cita muchas de las culturas en las que existen tabúes relacionados con la manera de expresar la muerte, e incluso de nombrar a los muertos. Así, pueblos tan alejados como los guajiros colombianos, los mongoles o los tuaregs del Sahara evitan pronunciar el nombre de las personas fallecidas para impedir que la muerte regrese a por más víctimas.
Es singular el caso de los aborígenes australianos quienes, como muchas tribus indias, ponen a sus hijos nombres de objetos y animales. Así, con el muerto, cuyo nombre no se puede volver a pronunciar, desaparecen palabras de uso común -águila, fuego, árbol, nube- para las que inmediatamente hay que encontrar una nueva denominación, de manera que el idioma cambia constantemente y de forma caprichosa en cada pueblo, tribu, barrio o familia.
Entre los indios navajos se considera una grave descortesía interesarse por la salud de los otros, porque piensan que el mero hecho de mencionarla puede acabar con ella. De modo que, si ve a un navajo, nunca le pregunte qué tal está o cómo se encuentra.
Aunque hoy, según Morin, las cosas han cambiado: “El hombre oculta su muerte como oculta su sexo y sus excrementos. Se presenta bien vestido [...] Se diría un ángel. Se comporta como un ángel para expulsar a la bestia. Se avergüenza de su especie: le parece obscena”.
Se ha impuesto, entonces, una perspectiva nihilista ante la
muerte. Tal como escribía el filósofo Wittgenstein,“mi muerte, mucho más que un suceso, será el fin del mundo, la
conclusión definitiva de todo”.
Visión, dirá el filósofo y sociólogo Jean Baudrillard, que define nuestra civilización:
“La irreversibilidad de la muerte biológica es un hecho
científico moderno. Es específico de nuestra cultura. Todas las
otras afirman que la muerte comienza antes de la muerte, que la vida
continúa después de la vida y que es imposible discriminar la vida
de la muerte.”
Pudiera ser que esa concepción nihilista de la muerte sea la consecuencia de la idea de la muerte como tabú. Baudrillard y Louis-Vincent Thomas, antropólogo y sociólogo, parecen estar de acuerdo en que el tabú de la muerte está relacionada con el control
social. Baudrillard sugiere que el hecho de que la muerte sea ocultada,
significa más bien que es omnipresente:
"Sabemos lo que significan esos lugares inencontrables: si la
fábrica ya no existe es porque el trabajo está en todas partes
[...], si el cementerio ya no existe es porque las ciudades modernas
asumen por entero su función: son ciudades muertas y ciudades de
muerte. Y si la gran metrópoli operacional es la forma lograda de
toda una cultura, entonces, simplemente, la nuestra es una cultura de
muerte."
De manera que la sociedad que hace de la muerte un tabú, es una sociedad letal: desde la industria bélica al monopolio de la muerte y violencia por parte del Estado (pena de muerte, brutalidad policial), hasta, como dice Baudrillard, la construcción de las necrópolis modernas, donde somos, “muertos en vida, arrastrados entre instantes insignificantes”.
Sogyal Rimpoché, maestro budista, cuenta:
"Un día iba viajando por Francia con mi esposa, admirando el
paisaje mientras conducía. Pasamos ante un extenso cementerio que
estaba recién pintado y adornado con flores. Mi esposa comentó:
—Rimpoché, mira qué pulcro y qué limpio lo tienen todo en
Occidente. Hasta los lugares donde depositan los cadáveres están
inmaculados. En Oriente, ni siquiera las casas donde vive la gente
están tan limpias.
—Ah, sí —repliqué—, es verdad; es un país muy civilizado.
Tienen unas casas maravillosas para los cadáveres de los muertos.
Pero, ¿no te has fijado? También tienen casas muy bonitas para los
cadáveres de los vivos”.
Por otro lado, la ciencia nos remite a la misma paradoja: en la
medida en que quiere matar a la muerte, participa de esa idea que
quiere rechazar. Matar al muerto, segregarlo, rechazarlo es impedir entenderla como algo natural, impedimento que se vuelve contra nosotros
en angustia de muerte, de modo que mientras
“nosotros traficamos con
nuestros muertos la moneda de la melancolía, los Otros viven
con los suyos bajo los auspicios del ritual y la
fiesta”.(Baudrillard)
Si, como hemos dicho, la muerte es el tema tabú en Occidente,
¿cómo es posible su omnipresencia en los medios de comunicación?
“Los medios de comunicación difunden sobre la muerte un
discurso superabundante que la trivializa y oculta su dimensión
esencial: muertes anónimas y lejanas, de interés estadístico o
anecdótico, muertes espectaculares cuya repetición disminuye la
repercusión emocional y cuya escenificación las diferencia
radicalmente del drama vivido.”
De manera que consumimos un espectáculo visual permanente, que
“cada día aporta su cuota de catástrofes, de crímenes, y de
guerras, de vidas en peligro y de anuncios de fallecimientos”.Thomas.
Así, tanto en las catástrofes naturales como en los
atentados, encontramos en los medios de comunicación la misma producción, edición, control,
invención de la realidad: si se trata de un atentado o de una
catástrofe natural en un país del Primer mundo, lo mediático sigue las
siguientes pautas: ocultamiento de muertos (¿quién vio un cadáver
o cuerpo sin vida el 11-S? Además, en nuestra cultura estamos acostumbrados a todo tipo de eufemismos para
referirnos a la muerte: preferimos decir ‘cuerpo’ para no hablar de
‘cadáver’.); construcción narrativa consoladora y
esperanzadora, que remite a la protección del Estado (banderas, jefe
de Estado en la zona), de la Tecnología y del Capital (despliegues
militares, ostentación tecnológica).
Sin embargo, si la catástrofe sucede en un
país tercermundista, todo apunta a una especie de pornografía de la
muerte: primeros planos de cadáveres, imágenes de dolor, zoom de
miradas desesperadas, etc.
Se perfila un modelo controlado,
censurado, que además participa de la autodisuasión y de la
automentira: a nosotros no nos pasan esas cosas.
Baudrillard diría que no es indiferencia lo que sentimos: es goce
de no estar ahí, de poder ver el espectáculo desde un sofá.
“lo
que necesitamos es el sabor afrodisíaco de la multiplicación de las
falsificaciones, de la alucinación de la violencia, el goce de
nuestra indiferencia, de nuestra irresponsabilidad”.
La insensibilidad ante la muerte mediática porque el otro que muere no es ‘tú’, sino ‘él’:
“la
muerte en tercera persona es la muerte en general, abstracta y
anónima, un objeto como otro cualquiera, un objeto que puede
describirse y analizarse... y que representa el colmo de la
objetividad no trágica”.
Igual que en la ciencia, hay una separación entre sujeto y objeto, descripción,
análisis, falta de retroalimentación. Como diría Baudrillard,
ausencia total de intercambio simbólico entre sujeto y objeto.
Sogyal Rimpoché explica que "todo parece ir bien hasta que se acerca la muerte y aparecen inesperados signos de decadencia. Entonces los cónyuges ya no osan acercárseles, sino que les arrojan flores desde cierta distancia..."
Pero tampoco podemos olvidar que la muerte se hace virtual por su
repetición. Thomas resume el efecto de las imágenes como “inofensivo en la
sociedad que teme la muerte, ya que la reduce a información”.
“la sobresaturación de informaciones e imágenes que amenaza al
consumidor, de alguna manera, lo anestesia y rara vez produce
consecuencias prácticas”.
En consecuencia, la ‘muerte-espectáculo’ genera así una hiperrealidad de la muerte que acaba convirtiéndose en la versión de la realidad. Se trata de una jaula
mediática: hay que romper esos barrotes y elaborar un
pensamiento autónomo sobre la muerte, y porqué no, también un
pensamiento poético sobre la muerte, porque tan sólo desde la
poesía se puede pensar que aquellos seres que amamos y se fueron, a
la vez están y no están, se marcharon y permanecen, callan y hablan
a diario con nosotros.
"La muerte es a la vez horrible y fascinante [...] Horrible
porque separa para siempre a los que se aman; porque el chantaje de
la muerte es el instrumento privilegiado de todos los poderes; porque
hace que nuestros cuerpos terminen por desintegrarse en una
podredumbre innoble. Fascinante porque renueva a los vivos e inspira
casi todas nuestras reflexiones y nuestras obras de arte, al tiempo
que su estudio constituye un camino real para captar el espíritu de
nuestra época y los recursos insospechados de nuestra imaginación.
Puede decirse con verdad que amar la vida y no amar la muerte
significa no amar realmente la vida." Louis-Vincent Thomas.
Todos me dicen el negro, Llorona,
negro pero cariñoso,
Yo soy como el chile verde, Llorona,
picante pero sabroso.
negro pero cariñoso,
Yo soy como el chile verde, Llorona,
picante pero sabroso.
Dicen que no tengo duelo, Llorona,
porque no me ven llorar,
Hay muertos que no hacen ruido, Llorona,
y es más grande su penar...
porque no me ven llorar,
Hay muertos que no hacen ruido, Llorona,
y es más grande su penar...
Fuentes:
Extraído de “La construcción mediática de la muerte. Un estudio desde la filosofía, la antropología y la semiótica” Juan Carlos Herranz, Mónica Lafon. http://biblioteca.itam.mx/estudios/60-89/87/JuanCarlosHerranzLaconstruccion.pdf
http://www.socargcancer.org.ar/actividades_cientificas/2006_hombre_ante_la_muerte.pdf
E. Morin, El hombre y la muerte.
L.V. Thomas, La muerte.
L.V. Thomas, Antropología de la Muerte.
L. V. Thomas, El cadáver: de la biología a la antropología.
J. Baudrillard, El intercambio simbólico y la muerte.