El antropólogo David Graeber, en su artículo ¿De qué nos vale si no podemos pasarlo bien?, hace un repaso histórico de lo que supone el juego y la mentalidad racional.
Explica que en la ciencia darwiniana, "la competición por los recursos, el cálculo racional de los beneficios y la gradual extinción de los débiles fueron tomados como las principios organizadores del universo." Todo funcionaba como si de un mercado encarnizado se tratase.
En el neodarwinismo, en cambio, se centra en la propagación de los genes... desde que se descubrió que existían. En este caso, "los animales simplemente trataban de maximizar la propagación de su propio código genético." Un gran ejemplo es Richard Dawkins y su libro El gen egoísta. Cualquier entidad biológica era una máquina, o un torpe robot, programado por códigos genéticos que tiene como objetivo "extender implacablemente sus territorios, impulsado por un inagotable deseo de propagación." Seguimos con el cálculo racional, pero esta vez para propagarse: el crecimiento ilimitado y la pulsión de la acumulación. El mercado encarnizado actual.
En uno u otro caso, "significa atribuir motivos racionales a todos los comportamientos, y que si la observáramos en humanos sería normalmente caracterizada como egoísmo o codicia", resume Graeber.
¿Y en todo esto, dónde entra el juego, el hacer el tonto, la diversión como fin en sí misma?
"No tenemos que explicar por qué las criaturas desean estar vivas. La vida es un fin en sí mismo. Y si vivir consiste realmente en tener potencias – correr, saltar, volar por el aire – entonces es seguro que el ejercicio de estas potencias como un fin no tiene tampoco que ser explicado."
La vida deseosa de sí misma.
Si somos máquinas racionales de cálculo... ¿Cómo es que se desarrolló la conciencia?
¿Y si podemos creer que una molécula de ADN, por alguna razón que nadie sabe, solo desea propagarse (de manera metafórica, claro), ¿por que no creemos en el hecho de que todos los niveles de la realidad física tengan algo mínimamente parecido a intencionalidad, libertad o experiencia?
Este es otro nivel: considerar la posibilidad de que las partículas subatómicas tengan «libre albedrío» o incluso experiencias. En la actualidad, la existencia de libertad a nivel subatómico es objeto de agitado debate.
Chanda Prescod-Weinstein, física astrónoma, escribe en su libro "El cosmos desordenado":
"Una de las lecciones más duras que nos ha traído el siglo XX es que nuestro mundo tiene, en esencia, una naturaleza cuántica.
En el contexto que nos ocupa, podemos decir que la física cuántica (lo que los físicos llamamos «mecánica cuántica») concibe las propiedades fundamentales de las partículas de tal modo que todo suceso que se produce en el universo no es más que una probabilidad entre otras. Algunos sucesos son más probables, pero todo es posible. (...) No nos es posible jamás predecir con exactitud lo que harán las partículas, pero sí que podemos calcular la probabilidad de que algo suceda y la escala temporal en la que prevemos que lo haga. El mundo cuántico de las partículas nos obliga a extender nuestra imaginación científica a nuestra realidad científica: cosas que no parecen lógicas son ahora lo real. La existencia de cualquier objeto dado en nuestra vida cotidiana parece un hecho concluyente, garantizado. La mesa en la que tengo los pies apoyados está ahí, solo que hay una probabilidad increíblemente pequeña, casi cero, de que dentro de un momento ya no esté."
¿Y si le damos otra vuelta? ¿Por qué asimilamos que el universo puede descomponerse en partes cognoscibles de manera independiente?
Karen Barad, física teórica de partículas y filósofa feminista, escribe en su libro "Meeting the Universe Halfway: Quantum Physics and the Entanglement of Matter and Meaning":
"La física de partículas [...] es la manifestación suprema de la tendencia al reduccionismo científico".
"La naturaleza misma de la materialidad es un enredo. La materia misma siempre está ya abierta al "Otro", o más bien enredada con él. (...) Esto es tan cierto para los electrones como para las estrellas frágiles y para el ser humano constituído diferencialmente. (...) Por lo tanto, la ética no se trata de una respuesta correcta a un otro radicalmente exteriorizado, sino de responsabilidad y rendición de cuentas por las vivas relaciones del devenir de las que somos parte”.
Venga, un ejemplo de juego.
Un juego ritual importante que desempeñan los adultos Mbuti. Como lo describe Colin Turnbull (The Mbuti Pygmies), el juego comienza como un “juego de tirar la cuerda”, con las mujeres tirando de un extremo de una larga cuerda o de una vid y los hombres tirando de la otra. Pero tan pronto como un lado comienza a ganar, alguien de aquel equipo irá al otro lado, cambiando también simbólicamente su sexo y convirtiéndose en un miembro del otro grupo.
"Uno de ellos abandona su lado y se une a las mujeres, tirando hacia arriba de su tela de corteza y ajustándolo a la manera de las mujeres, gritando en falsete, ridiculizando la condición de mujer por la misma exageración de su mimo", según Turnbull.
Si las mujeres comienzan a ganar "Una de ellas se ajusta la ropa de corteza, dejándola hacia abajo, y avanza hacia el lado masculino y se une a sus gritos con voz de bajo profundo, de manera similar burlándose de la condición masculina"
"Cada persona que cruza trata de superar las burlas de la última, causando más y más risas, hasta que, cuando los concursantes están riendo tan fuerte que no pueden cantar o tirar más, dejan la cuerda y caen al suelo cerca de la histeria."
5 comentarios:
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