jueves, 24 de noviembre de 2011

Los Sadhus o porqué sólo se valora lo que se consigue con esfuerzo.

Un sadhu (Saa-dhu) es un asceta hindú que  sigue el camino de la penitencia y la austeridad para obtener la iluminación. Un concepto que necesitaría muchas encarnaciones, los Sadhus, hombres santos de la India, cojen un atajo y viven por y para encontrar esta iluminación en la vida presente. 

El estilo de vida sadhu corresponde con la última, y cuarta, de las etapas en la vida de un hinduista, pues todas las personas que practiquen esta religión deben pasar primero por los estudios, luego por ser padres, más tarde peregrinos y por último sadhus. Por ese motivo se ven tantos sadhus ancianos cerca de las orillas de los ríos, especialmente del Ganges. Se están preparando para morir.

Por lo general viven solos, al margen de la sociedad pasan los días en la devoción de su deidad elegida, dejando atrás todas las ataduras materiales para liberarse a un mundo con la realidad divina. Dedican su vida a los rituales, la meditación y al yoga. Suelen ser nómadas y peregrinos que van recorriendo el país en busca de lugares sagrados y festivales, y rara vez se establecen mucho tiempo en un mismo sitio. Son vegetarianos estrictos, no beben alcohol, practican la castidad y la renuncia a cualquier tipo de placer material. Son ascetas en el pleno sentido de la palabra y se han despojado de todo lo que tenían, incluyendo su familia, condiciones de casta, etc. 

Algunos realizan rituales mágicos, como los Changing, que realizan una ofrenda ritual de productos alimentarios a los humeantes montones de estiércol de vaca en el marco de un fuego sagrado.

 38 años con el brazo levantado.
Otros practican intensas formas de yoga y meditación. Los Khareshwari, que practican el voto de no sentarse ni acostarse durante 12 años. Se trata de una austeridad dolorosa, la hinchazón de piernas y pies tienden a desarrollar úlceras persistentes. Pueden caminar, pero su único medio de descanso es un cabestrillo donde poder apoyar una de sus piernas. Un árbol es el lugar tradicional para la austeridad de pie, se le denomina Vrik-asanas, árbol que significa postura, de hecho el Khareshwari se asemeja a un árbol, los pies hinchados de los devotos que parecen raíces.

Los Aghori llevan una vida de extrema meditación y espiritualidad y por lo general no suelen llevar ningún tipo de vestimenta, solo en algunos casos aparecen vestidos con el sudario de algún fallecido o embadurnados con las cenizas de una cremación. Suelen portar un cráneo humano que utilizan a modo de cuenco para beber.
Pueden comer carne cruda de cadáveres que aparecen flotando en el río Ganges, o carne quemada procedente de alguna cremación. Creen que el canibalismo les confiere poderes sobrenaturales, así como beneficios físicos tales como evitar el envejecimiento. Para ellos, un cadáver no es más que materia natural que carece de la fuerza vital que alguna vez tuvieron. Con el consumo de carne humana prueban que nada es profano, y que la materia muerta simplemente pasa de un estado a otro.

Los Nagas son los más prominentes ya que se mantienen desnudos, cubiertos solamente con un "vibhuti" o cenizas sagradas. Dejan crecer su pelo en bucles llamados "jata". Se dice que pasan la mayor parte de sus vidas en pleno Himalaya, donde viven al margen de la sociedad desde el momento en que deciden convertirse en ascetas. Algunos de ellos fueron entregados por sus padres a un gurú que, tras adoctrinarles y utilizarles como esclavos durante años, les permitió convertirse a su vez en maestros. Otros por sí mismos decidieron abandonar el mundo material y renacer en el espiritual. Tanto es así, que los hay que celebran su propio funeral y se deshacen de todos sus bienes y documentos. 

El Estado indio, que reconoce la muerte legal –aunque no física- de los sadhus, dejará en ese momento de considerarles ciudadanos de este mundo. Ha muerto un hombre y ha nacido un sadhu.
La organización dentro de la secta es extremadamente rígida y tiene forma piramidal. En las celebraciones religiosas masivas -como el Kumbha Mela- se producen a veces verdaderas batallas campales entre sectas o facciones de sadhus, y es entonces cuando entran en acción las espadas, las lanzas o los tridentes que normalmente portan sólo como símbolos religiosos. Algunas han surgido como escisiones que han dado lugar a nuevas sectas: por ejemplo la secta Juna sólo prestan obediencia ciega a Soham Baba, su mahamandalesvara, o gran jefe, y son capaces de pelear hasta la muerte contra los seguidores de una secta rival.

"Es un mundo complejo, muy primitivo y poco conocido. Los naga siempre han despertado entre la gente una mezcla de fascinación y temor, y todavía hay quien piensa que efectivamente son muertos cuyo cuerpo está ocupado por el espíritu de Shiva y, como tales, hay que respetarlos", dice el antropólogo indio Anil Bhose.

Los sadhus son la respuesta en India para el sistema de valores. Han dejado atrás todas las ataduras materiales para liberarse a un mundo con la realidad divina, y viven en cuevas, bosques y templos por toda la India. Existen alrededor de 4 ó 5 millones de sadhus hoy en día en el país, y son personas respetadas, veneradas e incluso temidas. De hecho, a ellos sí que se les permite el uso de hachís y cannabis pese a que su consumo es ilegal tanto en India como en Nepal y son mantenidos por todos los ciudadanos que les donan alimentos.

Las historias sobre los sadhus centenarios que subsisten en los profundos bosques del Himalaya practicando el yoga y ayunando durante meses pueden ser sólo leyenda. Pero se sabe que el carácter guerrero algunos sadhus les llevó a plantar batalla a los musulmanes que invadieron la India en el siglo XII, y más tarde a los británicos. Con su empeño por mantenerse al margen de la sociedad y del mundo material, se diría que los sadhus están resistiéndose a perder la guerra contra una nueva invasión: la de la modernidad.

Y es lógico si pensamos que en realidad, los que nos autodenominamos modernos nos comportamos las más de las veces como auténticos sadhus sin causa:


Un hombre entra en una zapatería, y un amable vendedor se le acerca:

- ¿En qué puedo servirle, señor?
- Quisiera un par de zapatos negros como los del escaparate.
- Cómo no, señor. Veamos: el número que busca debe ser... el cuarenta y uno. ¿Verdad?
- No. Quiero un treinta y nueve, por favor.
- Disculpe, señor. Hace veinte años que trabajo en esto y su número debe ser un cuarenta y uno. Quizás un cuarenta, pero no un treinta y nueve.
- Dígame: ¿quién va a pagar los zapatos, usted o yo?
- Usted.
- Bien. Entonces, ¿me trae un treinta y nueve?

El vendedor, entre resignado y sorprendido, va a buscar el par de zapatos del número treinta y nueve. Por el camino se da cuenta de lo que ocurre: los zapatos no son para el hombre, sino que seguramente son para hacer un regalo.

- Señor, aquí los tiene: del treinta y nueve, y negros.
- ¿Me da un calzador?
- ¿Se los va a poner?
- Sí, claro.
- ¿Son para usted?
- ¡Sí! ¿Me trae un calzador?

El calzador es imprescindible para conseguir que ese pie entre en ese zapato. Después de varios intentos y de ridículas posiciones, el cliente consigue meter todo el pie dentro del zapato.

Entre ayes y gruñidos camina algunos pasos sobre la alfombra, con creciente dificultad.

- Está bien. Me los llevo.

Al vendedor le duelen sus propios pies sólo de imaginar los dedos del cliente aplastados dentro de los zapatos del treinta y nueve.

- ¿Se los envuelvo?
- No, gracias. Me los llevo puestos.

El cliente sale de la tienda y camina, como puede, las tres manzanas que le separan de su trabajo. Trabaja como cajero en un banco.

A las cuatro de la tarde, después de haber pasado más de seis horas de pie dentro de esos zapatos, su cara está desencajada, tiene los ojos enrojecidos y las lágrimas caen copiosamente de sus ojos.

Su compañero de la caja de al lado lo ha estado observando toda la tarde y está preocupado por él.

- ¿Qué te pasa? ¿Te encuentras mal?
- No. Son los zapatos.
- ¿Qué les pasa a los zapatos?
- Me aprietan.
- ¿Qué les ha pasado? ¿Se han mojado?
- No. Son dos números más pequeños que mi pie.
- ¿De quién son?
- Míos.
- No te entiendo. ¿No te duelen los pies?
- Me están matando, los pies.
- ¿Y entonces?
- Te explico -dice, tragando saliva-. Yo no vivo una vida de grandes satisfacciones. En realidad, en los últimos tiempos, tengo muy pocos momentos agradables.
- ¿Y?
- Me estoy matando con estos zapatos. Sufro terriblemente, es cierto... Pero, dentro de unas horas, cuando llegue a mi casa y me los quite, ¿imaginas el placer que sentiré? ¡Qué placer, tío! ¡Qué placer!

A veces, hay que pararse y pensar si realmente lo que se hace con tanto esfuerzo merece la pena, si es verdaderamente tan valioso que merezca tanto esfuerzo.
O como decía el escritor Gabriel Garcia Marquez: “Ninguna persona merece tus lágrimas, y quien las merezca, no te hará llorar”



Fuentes:

2 comentarios:

Emilio Manuel dijo...

Ya intuyo que este primera lectura me va a llevar a otra más profunda, saltando de página en página y de libro a libro.
Un saludo

Antropólogaenlaluna dijo...

Bueno ésta es sólo una manera de unir lecturas, luego cada uno es libre de hacer sus saltos a su manera.
Saludos y como siempre gracias por tu aporte.