jueves, 24 de marzo de 2022

Cielos negros: nos están robando la noche.

“Era una de esas noches claras, estrelladas, cubiertas de rocío, que oprimen el espíritu y aplastan nuestro orgullo con la brillante prueba de la terrible soledad, de la oscura insignificancia desesperada de nuestro planeta.” Joseph Conrad (Azar)
 

Copérnico descubrió que la Tierra no era el centro del Universo, sino que giraba en torno al Sol, en el siglo XVI. 

Después, los astrónomos descubrieron que el Sol no se hallaba en el centro del Universo, sino que nuestro sistema solar forma parte de una galaxia con miles de millones de soles. 

Y luego, que nuestra galaxia es una entre miles de millones de galaxias en el Universo, cada una con miles de millones de estrellas, y que además, es una insignificante porción de un inmenso cosmos. 

Nosotros decimos "noche", pero contiene siete partes: atardecer, crepúsculo, conticinio (la hora de la noche en que todo está en silencio), intempesto, gallicinio, madrugada y alba.
Y cada vez más, al contemplar el cielo y sus estrellas en una noche negra y clara, nos sentimos aplastados y humildes. Y eso que es sólo una minúscula parte de todo el Universo lo que podemos ver. En una ciudad, apenas si alcanzamos a distinguir entre diez y doscientas estrellas. Pero en el campo, en una noche sin luna, pueden verse a ojo desnudo hasta 2.500 estrellas.

Hay una palabra que ayuda para explicar este estado o emoción: 幽玄 - Yūgen. O mejor dicho, para saber que es mejor no explicarlo. Los kanjis que conforman esta palabra significan oscuridad y misterio, calma y profundidad. Se trata de dejarnos atravesar y poder apreciar y expresar aquello que nos conmueve sin caer en una inútil obstinación por querer explicarlo y describirlo absolutamente todo.

Escribe Junichiró Tanizaki en "El elogio de la sombra": Lo mismo que una piedra fosforescente en la oscuridad pierde toda su fascinante sensación de joya preciosa si fuera expuesta a plena luz, la belleza pierde toda su existencia si se suprimen los efectos de la sombra."

Escribe Robert Macfarlane en "Los lugares salvajes": “Nuestro desencanto de la noche a través de la iluminación artificial puede parecer, si es que se nota, como un efecto secundario lamentable pero eventualmente trivial de la vida contemporánea. Aquella hora invernal, sin embargo, en lo alto de la loma de la cumbre con las estrellas cayendo claramente en lo alto, me pareció que nuestro alejamiento de la oscuridad era una gran y grave pérdida. Como especie, nos resulta cada vez más difícil imaginar que somos parte de algo que es más grande que nuestra propia capacidad. Hemos llegado a aceptar una herejía de distanciamiento, una creencia humanista en la diferencia humana, y suprimimos siempre que sea posible los frenos y contrapesos sobre nosotros: los recordatorios de que el mundo es más grande que nosotros o que estamos contenidos en él”.

Explica Irene Borgna, antropóloga y guía naturalista. "No soy una experta en estrellas, pero el cielo estrellado tiene un encanto que es
comprensible incluso para los menos experimentados. La naturaleza a menudo se comunica incluso sin necesidad de interpretación, entonces, obviamente, quienes la conocen pueden ver más cosas". Ella viajó en camper en busca de los rincones más alejados de la contaminación lumínica, donde se puede admirar la bóveda estrellada. Y entonces escribió el libro "Cieli Neri".


"Nos embarcamos en este viaje de aventuras impulsado por una búsqueda lúdica de estos lugares y nos apasionamos, queríamos entender quién se lleva la noche, qué historias se esconden detrás de estos lugares. Durante el día exploramos y por la noche disfrutamos del cielo."


"En algún momento te das cuenta de que mucha gente no ha tenido acceso a la noche con tantas estrellas. Un ejemplo de esta distorsión es el cambio total en la percepción contemporánea de la noche. Nos parece absurdo leer cómo Van Gogh tuvo acceso a cielos tan negros que pudo distinguir el color de las estrellas. La electrificación masiva es un proceso reciente, algo tan antiguo como la noche, se ha borrado en 150 años”.

Y es que en esta obra, cuyo título completo es "Cielos negros. Mientras la contaminación lumínica nos está robando la noche", Irene Borgna cuenta el viaje que la llevó bajo los cielos más oscuros de Europa: una oportunidad para reflexionar sobre el problema a menudo subestimado de la contaminación lumínica. El alumbrado público nació hace poco más de cien años, y alrededor de los treinta se ha convertido en norma para gran parte de la humanidad tener noches luminosas, y nos quedamos encerrados como moluscos en nuestra propia luz.
 
Según el nuevo atlas de la luminosidad artificial de la night sky, publicado en Science Advances en 2016 (como actualización de la versión original de 2001), la posibilidad de ver la Vía Láctea (“nuestra casa en el Universo”, como escribe Borgna) está cerrada a más de un tercio de la humanidad. Hasta el punto de que, el 17 de enero de 1994, inmediatamente después del fuerte terremoto de Los Ángeles, con la ciudad a oscuras, se produjeron numerosas llamadas telefónicas al 911 y al cercano observatorio astronómico Griffith debido a la extraña nube plateada suspendida sobre el ciudad: muchos habitantes nunca la habían visto y temían que pudiera ser una amenaza.

En marzo, un estudio mostró por primera vez la conexión entre la contaminación lumínica y la propagación de patógenos: al analizar pollos en diferentes áreas de Florida, los investigadores observaron cómo la exposición a bajos niveles de luz nocturna coincide con un mayor riesgo de infecciones por el virus del Nilo Occidental. Y está influenciado incluso más que por otros factores como la densidad de población humana. En el pasado, ya se había demostrado cómo la contaminación lumínica alargaba el periodo de una infección del gorrión común, favoreciendo potencialmente la propagación del virus.

Hay otro problema con la contaminación lumínica: que afecta el ritmo circadiano. Cada uno tiene impreso un ritmo en el ADN que marca la sucesión cíclica del sueño y la vigilia según las condiciones de iluminación. Los hay que han evolucionado para mantenerse despiertos, moverse, migrar, conseguir comida, construir un nido o guarida y reproducirse durante el día y los que, en cambio, tienen que hacer lo mismo en la oscuridad. Si alteramos la alternancia luz/oscuridad con la irradiación de luz artificial tras la puesta del sol, alargando el día y, de hecho, anulando la noche, restamos espacio y tiempo vital a las miles de especies que necesitan de la oscuridad para sobrevivir.

El ejemplo más famoso de interferencia de luz artificial en la noche es quizás el de las tortugas marinas, perturbadas en su anidación en la playa por la luz de las farolas, que las confunde haciéndolas desviar su rumbo hacia el océano. Pero desde los insectos hasta los mamíferos (especialmente a los murciélagos), pasando por los peces, los reptiles y las aves,
nadie es inmune a la perturbación de la luz artificial.


Las polillas (que fijan su ruta migratoria en función de la Luna o estrellas
especialmente brillantes) y las aves migratorias se confunden con las fuentes de luz, lo que provoca desviaciones desastrosas de las rutas, con desenlaces fatales. Miles de aves mueren cada año al chocar contra ventanas iluminadas y las aves marinas son atraídas al suelo por las fuentes de luz.

Perturbamos los ambientes acuáticos evitando que se desarrollen algas y microorganismos, que eclosionen los huevos de pez payaso y que los salmones se orienten.  
La luz nocturna procedente de fuentes como las farolas afecta también al crecimiento y la floración de las plantas.

"Los sapiens no somos una excepción: si nuestro ritmo circadiano como monos diurnos se ve alterado porque persistimos en prolongar nuestra vigilia después de la puesta del sol sobreiluminando la noche, corremos el riesgo de insomnio y deficiencia de melatonina. Nuestro organismo acaba confundiendo la noche con el día, no libera la hormona del sueño y el descanso, alterando nuestros ritmos biológicos y comprometiendo las funciones del sistema inmunológico." “Quienes trabajan de noche y duermen de día tienen un mal ritmo circadiano y son más propensos a desarrollar diabetes, obesidad, enfermedades cardiovasculares y algunos tipos de cáncer, y una mayor incidencia de diversas formas de depresión. En definitiva, bromear con el ritmo circadiano no parece ser una gran idea a la larga”.

La “contaminación lumínica” no tiene sólo un coste ecológico de dimensiones catastróficas; también es cultural, estética, antropológica.

"Finalmente, personalmente, estoy convencida de que un niño sin estrellas corre el riesgo de convertirse en un adulto que no sueña." advierte Borgna. “Pasar una noche bajo un cielo estrellado 'serio' donde puedes admirar la Vía Láctea en toda su belleza es algo que te cambia: es como nadar en el mar, se te mete debajo de la piel. Pero los que tienen un cielo opaco sobre la cabeza pierden el interés por levantar la nariz y no es su culpa: el cielo no es muy interesante” 
 
Niue es un país de algo más de 1.600 habitantes, una isla del Pacífico Sur. El estado autónomo mas pequeño del mundo y que desde 1974 depende de Nueva Zelanda (que está 2400 kilómetros lejos de ella) para su defensa y para recibir asistencia administrativa y económica. Es de 259 kilómetros cuadrados terrestres. Los bosques tropicales cubren la mayor parte de su superficie tan solo interrumpidos a orillas del océano por extravagantes formaciones de coral fosilizadas.

Su gobierno ha reemplazado todas las farolas de la isla por opciones más amigables para el cielo, pero no solo se ha quedado ahí, pues también ha explorado nuevas formas de mejorar la iluminación doméstica. Por eso, ha recibido la acreditación formal de la Asociación Internacional de Cielos Oscuros (IDA) como Santuario Internacional de Cielos Oscuros y Comunidad Internacional de Cielos Oscuros. Los niueanos tienen una larga historia de navegación estelar y una vida regulada por los ciclos lunares y las posiciones de las estrellas. El conocimiento de los cielos nocturnos, en manos de los ancianos de la comunidad, se ha transmitido de generación en generación. Los ancianos de Niue ahora esperan que la pasión por aprender la historia cultural de las estrellas se reavive en las generaciones más jóvenes. La Vía Láctea con las Nubes de Magallanes grandes y pequeñas y la constelación de Andrómeda son verdaderamente un espectáculo para la vista.
 

 


*Y no. No es cierto que más luz signifique menos delincuencia y menos accidentes de tráfico. Por ejemplo, se ha demostrado que demasiada luz mal dirigida puede deslumbrar a los conductores y que las luces blancas intensas borran más que lo que revelan, cegando a las víctimas de la violencia e incluso a las cámaras de vigilancia. Para que las calles de la ciudad sean seguras no debe haber mucha luz, sino una iluminación de calidad que ilumine sin deslumbrar, distribuida uniformemente con el mínimo de puntos de luz, preferiblemente con luz de color cálida.

 


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