viernes, 31 de enero de 2020

Los atajos del cerebro: todos somos erroristas (y está bien).

"La tiranía de los objetos... Ella no sabe que yo existo. Como los androides, carece de la capacidad de apreciar la existencia de otro ser." 
Del libro "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?" Philip Dick.

Los seres humanos somos capaces de detectar patrones en nuestro entorno y elaborar, utilizando la imaginación, planes complejos, concibiendo cambios de mejora. Y no lo hacemos solos. Hablamos con otras personas para tener nuevas perspectivas. Así es como la información se convierte en conocimiento. Podemos comunicar esas ideas a nuestros compañeros, para pensar juntos esas mejoras antes imaginadas y trabajar colectivamente. Hasta que de tanto que fallen, se repitan, se aprenda de la experiencia, se modifiquen y se mejoren... lo que fueron en su día innovaciones drásticas, se conviertan en tradiciones.

El cerebro es maravilloso, pero también una chapuza. Según las psicólogas sociales Susan Fiske y Shelley E. Taylor, somos "indigentes cognitivos": “...  las  personas, especialmente cuando se encuentran bajo presión de tiempo o enfrentan una situación inusualmente compleja, luchan por simplificar [hasta la saciedad] sus procesos cognitivos ...”

Preferimos explicaciones rápidas y simples a razonamientos más precisos y detallados. Evaluamos la información en base a qué tanto nos hace “sentir bien”, en lugar de en cuanto nos ayuda a tomar mejores decisiones. Acudimos a atajos mentales (heurísticas es su nombre técnico) en la toma de decisiones. Incurrimos en sesgos. Pero el cerebro lo hace por algo: sobrevivir. No puedes sentarte a analizar y a hacer un razonamiento profundo de todo lo que te ocurre, todo lo que recibes de tu entorno. Si consumes constantemente información, el cerebro entra en modo de sobrecarga y no es capaz de digerir y de quedarse con lo interesante. Lo mejor, y si hay tiempo: ¡descanso!: "Esos momentos de ocio o de distracción son los que permiten que el tálamo aprenda a priorizar, a ponderar la información y a prestar atención a varias cosas distintas." explica el bioquímico y neurocientífico Henning Beck. "La ociosidad puede ser la madre de todos los vicios, pero al mismo tiempo el ocio es el principio de toda creatividad”.

Pero al cerebro no le gusta el dolce far niente, ni siquiera cuando estamos dormidos. Por eso, los atajos mentales, heurísticas, nos facilitan la solución de problemas cognitivos complejos.
Para ello, está la habilidad de detectar patrones. Al cerebro le encantan los patrones de pensamiento y las rutinas, por eso amamos los algoritmos de las redes sociales. El cerebro prefiere los patrones en lugar de números. El lenguaje del cerebro no es hacer cálculos como las máquinas, sino el pensamiento abstracto.

El problema surge cuando el cerebro ve patrones por todas partes, patrones simples, sencillos. El periodista y antropólogo Tom Phillips (Humanos), lo explica con un claro ejemplo: "Tampoco es un problema grave cuando se trata de cosas como señalar las estrellas del cielo nocturno y decir: «Oh, mira, es un zorro persiguiendo una llama». Pero cuando el patrón imaginario que uno ve es del tipo «la mayoría de los crímenes los comete un determinado grupo étnico...», bueno, entonces el problema es realmente serio."

Heurístico de anclaje:
En una situación de incertidumbre, donde tienes que tomar una decisión, y no tenemos de dónde tirar porque no se nos ocurre ninguna experiencia anterior, tomamos un punto de referencia, cualquier dato que llegue primero, como agarrarse a una boya en alta mar. El problema surge cuando los enunciados sugieren esos datos con el objetivo de afectar a tu juicio, porque te lo han lanzado, como si de una boya se tratase. "Entre 2007 y 2017, murieron más estadounidenses por accidentes con su cortacésped que por atentados terroristas, pero aún hoy el Gobierno norteamericano no ha declarado la guerra a los cortacéspedes (aunque, para ser sinceros,en vista de los acontecimientos más recientes no puede excluirse esa posibilidad)." explica Phillips. ¿Y por qué nos agarramos a estos datos antes de sopesarlos y hacer nuestra propia investigación? Porque el cerebro trabaja más con lo que ha ocurrido recientemente o las que han causado más emociones o son más memorables. Lo primero que escuchaste, lo que te causó más impresión, una experiencia emocionante vivida... Para hacer juicios rápidos está bien, siempre y cuando no declares la guerra a los cortacesped.

Pero y si somos personas juiciosas, que sopesamos todas las variantes, reflexionamos, nos colocamos las gafas y nos llevamos la mano a la barbilla incluso cuando elegimos las cientos de variedades de patatas fritas en el supermercado (¡no caeré en el engaño y miraré el cuadro nutricional!). Aún entonces, cuando las comas, tu cerebro estará contento de saber que no se equivocaba, y éste es otro sesgo: el de confirmación. "Centrar la atención, en cualquier mínima evidencia que refrende lo que ya pensamos, ignorando a la ligera aquellas otras, posiblemente mucho más abrumadoras, que sugieran que íbamos totalmente desencaminados." 

Y no solo eso, si aún así vemos que nos estamos equivocando, que la cosa se tuerce... seguimos defendiendo nuestra postura errónea, repasamos nuestros recuerdos de cómo y por qué hicimos esa elección. Es el sesgo de selección-apoyo. Es por esto que, por mucho que rebatamos que la mayoría de los crímenes no los comete cierto grupo étnico, aportando datos y grandes gráficos, "puede que se reafirmen más en su error con fuerza redoblada" (esos gráficos están sesgados, un amigo de un amigo me contó...)


También están los heurísticos de simulación, el "y si...": estimar la probabilidad de un suceso basándose en la facilidad con la que podemos imaginarlo. A veces, el segundo en el podio se muestra menos contento que el tercero. Esto se debe a que para el segundo es muy fácil simular la situación de haber quedado primero, pero se encuentra en peor situación. En cambio, para el tercero es más fácil imaginarse la situación de que algo hubiera fallado y haber quedado fuera del podio, antes que haber quedado en mejor lugar, por lo que ahora está en mejor situación, y más feliz. 



Son estos fallos los que diferencian a los seres humanos de cualquier otro animal y del ordenador más perfecto. El cerebro humano no sabe bien cómo tomar decisiones, ni recordar de forma precisa y tampoco calcular, como las máquinas. ¿Resolver problemas de manera rápida y eficiente, buscando en algoritmos similitudes y correlaciones?, eso es cosa de los ordenadores. "El error, y la posibilidad de aprender de ello para la próxima es quizá lo que ha llevado al ser humano al lugar en el que está", afirma henning Beck en su libro "Errar es útil".

Y explica que el cerebro y los ordenadores se diferencian en algo fundamental: las personas se plantean preguntas y los ordenadores dan respuestas. Los ordenadores siguen reglas, pero las personas pueden modificar esas reglas. Los humanos tenemos la capacidad o el arte de resolver los problemas de forma creativa. Tenemos la capacidad de enfocar los problemas de una manera distinta, intercambiando con otros los puntos de vista y creando otros. Como seres simbólicos, tenemos la capacidad de comprensión y de pensamiento conceptual, abstracto. Nuestro cerebro no trata de aprender, sino de comprender. El cerebro sopesa hechos objetivos con sentimientos subjetivos. Para los ordenadores, "el símbolo 😊 se diferencia de 😔 solo en un tercio de sus datos, sin embargo el significado para nosotros es completamente diferente."

“Las emociones son como un turbo, aceleran nuestro aprendizaje, porque las áreas de la memoria están muy conectadas con las que controlan los sentimientos. Por eso, es muy importante transmitir una buena emoción cuando se enseña algo”. Entrenando aprendemos mejor. Porque el aprendizaje es emocional: entrenar hace que sintamos que tenemos más control sobre el resultado, y nos hace sentirnos satisfechos, nos hace “sentir bien”. Los deportistas lo llaman "la zona", cuando parece que tu cuerpo funciona solo, con total control.
El problema surge cuando nos echan el anzuelo (o los patrones, de nuevo) para sentirnos bien con el fin de beneficiarse, por ejemplo a través del móvil, o la inerfaz de las redes sociales, "porque así estás generando datos que los hacen ganar dinero", explica la periodista Marta Peirano (El enemigo conoce el sistema): 

"La gente tiene que ser consciente de que estas aplicaciones no son inocuas, están diseñadas literalmente como máquinas tragaperras, para ser irresistibles, no porque ellos quieran crear adictos, sino como consecuencia de su modelo de negocio, que consiste en extraer datos. Y para que ese modelo funcione, necesitan tenerte colgado del móvil." Son sistemas que producen "la mayor cantidad de pequeños acontecimientos inesperados en el menor tiempo posible. En la industria del juego se llama event frequency. Cuanto más alta es la frecuencia, más rápido te enganchas, pues es un loop de dopamina. Cada vez que hay un evento, te da un chute de dopamina, cuantos más acontecimientos encajas en una hora, más chutes, que es lo que te genera adicción." 
Además, "el que no sepas si vas a tener premio, castigo o nada, hace que te enganches más deprisa. La lógica del mecanismo provoca que sigas intentando, para entender el patrón. Y cuanto menos patrón hay, más se atasca tu cerebro y sigue, como las ratitas de las cajas de Skinner, que fue quien inventó el condicionamiento de intervalo variable. La rata le da a la palanca de manera obsesiva, tanto si sale comida como si no."

Las emociones también afectan en la memoria. "El propósito de la memoria no es reflejar el pasado de forma perfecta sino ayudar a planear el futuro. Las regiones cerebrales que falsean nuestros recuerdos son las mismas que nos ayudan a idear nuestro futuro" explica Henning Beck. Es decir, nos permiten crear una identidad propia a partir del pasado y aprender mejor de nuestras experiencias para encarar el futuro. Y ésto solo lo logramos porque aceptamos los fallos de memoria, así somos capaces de crear nuevas ideas para el futuro. La memoria “aunque no sea cierta, es coherente”.

La eficacia del cerebro “se desarrolla al dividir un problema en partes, componer equipos flexibles y distintas redes para buscar soluciones, y dejar trabajar con la máxima libertad posible”.  
"El cerebro no es un almacén de datos, sino un organizador de conocimiento, y despliega todo su saber cuándo no se le trata estúpidamente".



Fuentes:
Errar es útil, de Henning Beck. 
Humanos, de Tom Phillips.
El enemigo conoce el sistema: Manipulación de ideas, personas e influencias después de la economía de la atención, de Marta Peirano. 
Social cognition. Fiske, S. T., & Taylor, S. E.
https://www.bbc.com/mundo/noticias-51268343
https://www.elconfidencial.com/tecnologia/2019-06-12/marta-peirano-5g-facebook-google-huawei-enemigo-conoce_2066566/

lunes, 13 de enero de 2020

¿Está el enemigo? que se ponga: la guerra absurda.

"El hombre nace esclavo, débil, insuficiente y dependiente, sometido e imperfecto. En resumen, nace imbécil" 
afirma tajante el filósofo italiano Maurizio Ferraris en el libro "La imbecilidad es cosa seria".
 
"A más técnica, mayor grado de imbecilidad», porque "mayor es la imbecilidad que se percibe". "La imbecilidad es lo propio de la modernidad porque con las potencialidades expresivas que ofrece el mundo actual, el estúpido se pone más fácilmente de manifiesto que en cualquier otra época más recogida y silenciosa". 

De hecho, en 1912, Guglielmo Marconi, el inventor de la radio, hizo esta predicción: "El advenimiento de la era de las comunicaciones sin cables hará imposible la guerra, porque la hará ridícula». Pero en 1914, el mundo fue a la guerra.

"Mis guerras son absurdas porque lo es la guerra en sí" decía el humorista Gila.
 
"La guerra es una inyección colectiva de sangre en la cabeza; en otras palabras, es la reina de las cagadas", explica el periodista y antropólogo Tom Phillips en su libro "Humanos". "Pero, aparte de ser muy malas de por sí, el caos y la estrechez de miras y, en general, la majadería de los machotes en las guerras no hacen sino subrayar la innata capacidad de la humanidad para fracasar estrepitosamente de otras muchas maneras."

Y cuenta la historia de la isla de Guam, en el Pacífico, durante la guerra entre España y Estados Unidos de 1898. Guam por entonces era colonia de España, país que se olvidó por completo de informarles de que estaban en guerra.

"Cuando una pequeña flota de buques de guerra estadounidenses llegó a la isla, sospechosamente poco defendida, y disparó trece cañonazos al viejo fuerte español de Santa Cruz, la reacción de los dignatarios guameños fue acercarse en barcas de remos a los buques para agradecer a los americanos sus generosas salvas de cortesía y disculparse porque les iba a llevar un rato devolverles el gesto.

Tras unos momentos de perplejidad, los americanos explicaron que no les habían enviado saludos, que lo que intentaban, de hecho, era entablar batalla, porque estaban en guerra."

"Guam se rindió oficialmente al cabo de unos días, y ha sido territorio de Estados Unidos desde entonces."

Otra historia de batalla absurda fue la acontecida en Kiska, una isla pelada, pero de gran valor estratégico, situada en el Pacífico Norte, a medio camino entre Japón y Alaska. Los japoneses la tomaron en 1942, en la Segunda Guerra Mundial, lo que alarmó sobremanera a los estadounidenses.

"En el verano de 1943, 34.000 soldados estadounidenses y canadienses se prepararon para intentar reconquistar Kiska."
"Cuando tomaron tierra, el 15 de agosto, las tropas aliadas se encontraron Kiska envuelta en una niebla espesa y gélida. En condiciones infernales de frío helador, con viento, lluvia y cero visibilidad, avanzaron a ciegas por el terreno rocoso, paso a paso, tratando de evitar minas y otras trampas, mientras constantes fogonazos de armas de fuego de enemigos invisibles iluminaban la niebla a su alrededor. Durante veinticuatro horas, esquivaron las balas de los francotiradores y, palmo a palmo, escalaron la pendiente hacia el centro de la isla, acompañados por explosiones en sordina de los proyectiles de la artillería, el staccato del fuego de combates cercanos y gritos confusos que intentaban transmitir órdenes o rumores sobre la proximidad de las fuerzas japonesas.

No fue sino hasta el día siguiente, al contar sus bajas —veintiocho muertos, cincuenta heridos— cuando descubrieron la verdad: allí no había nadie más que ellos.


De hecho, hacía casi tres semanas que los japoneses habían abandonado la isla. Las tropas estadounidenses y las canadienses se habían estado disparando entre sí.

Esto podría haber pasado a los anales como un error desafortunado, pero comprensible, excepto por un detalle. Su equipo de vigilancia aérea había avisado a los jefes de la operación, semanas antes del desembarco, que habían dejado de ver signos de actividad japonesa en la isla, y que creían que probablemente había sido evacuada. Pero los jefes desoyeron los informes de vigilancia."

Una historia parecida cuenta de Karánsebes (en la actual Rumanía) en 1788. Las tropas austriacas estaban de retirada durante la noche y atravesaban la ciudad de Karánsebes, atentas por si aparecían los turcos persiguiéndolas.
 
"Alguien pegó un tiro al aire y algún otro empezó a gritar: «¡Los turcos, los turcos!». Los soldados de caballería se lo tomaron en serio, y, naturalmente, se lanzaron a cabalgar de un lado a otro gritando ellos también «¡los turcos, los turcos!». Con lo que todo el mundo entró en pánico y trató de huir de las quiméricas fuerzas otomanas. Entre la oscuridad y la confusión (y probablemente la borrachera), se cruzaron dos unidades de tropa, ambas confundieron a la otra con el temido enemigo y empezaron a dispararse como locos.
Para cuando todos se dieron cuenta de que en realidad no los atacaba ningún turco, buena parte de las tropas austriacas habían huido, se habían volcado carros y cañones y el grueso de sus provisiones se habían perdido o se habían echado a perder. Cuando al día siguiente apareció por fin el ejército turco, descubrieron un montón de austriacos muertos y los restos desperdigados de su campamento." 

En 1871, Alfred Nobel dijo, a propósito de su invención de la dinamita: «Tal vez mis fábricas pongan fin a las guerras antes que sus congresos: el día que dos ejércitos puedan aniquilarse mutuamente en un instante, todas las naciones civilizadas reaccionarán con horror y disolverán sus tropas». 

En 1877, Richard Gatling, inventor de la ametralladora que lleva su nombre, escribía a un amigo: «Se me ocurrió que si podía inventar una máquina —un arma de fuego— que disparara a tal velocidad que permitiera a un solo hombre rendir en combate tanto como cien, eso, en gran medida, supliría la necesidad de contar con grandes ejércitos, y, en consecuencia, se reduciría enormemente la exposición al combate y a las enfermedades»

En 1932, Albert Einstein predijo que «no existe el menor indicio de que algún día vaya a poder obtenerse [energía nuclear]».
 
En 1945, Robert Oppenheimer, el hombre que dirigía los esfuerzos por producir la bomba atómica en Los Álamos, escribió: «Si este arma no convence a los hombres de la necesidad de poner fin a la guerra, nada que salga de un laboratorio lo conseguirá jamás». 
 
El siglo XX, escribió el historiador Eric Hobsbawn: “ha sido el más sangriento en la historia conocida de la Humanidad. La cifra total de muertos provocados directa o indirectamente por las guerras se eleva a unos 187 millones de personas, un número que equivale a más del 10 por ciento de la población mundial de 1913”.
(Guerra y paz en el siglo XXI)

 "...en este complejo mundo, en el que mucha gente camina con barriles de pólvora encendiendo sus cigarrillos imprudentemente, debemos percatarnos que el enemigo somos demasiadas veces nosotros mismos. Es una situación que debería hacernos entender que debemos ser mucho mas cuidadosos de lo que hemos sido hasta ahora." Eric Wolf, antropólogo e historiador.