martes, 20 de abril de 2021

Un paraíso en el infierno: las comunidades del desastre.

"Es el paraíso de estar a la altura de las circunstancias, el paraíso que demuestra que, habitualmente, la mayoría no lo estamos, que perdemos pie y se nos escapa esa posibilidad y nos hundimos en el yo menoscabado, en sociedades sombrías. Muchos han dejado de aspirar a una sociedad mejor. Sin embargo, son capaces de reconocerla cuando la tienen delante. Otros la reconocen, la aprovechan, se sirven de ella, y de los pecios y escombros nacen cambios políticos y sociales duraderos, tanto positivos como negativos. En el infierno está la puerta a los paraísos posibles de nuestro tiempo." 

Rebecca Solnit, "Un paraíso en el infierno".

 

Ellen Meyers, fundadora de la Teachers Network, estaba saliendo del metro en Canal Street cuando vio cómo se estrellaba el primer avión. Fue una de las primeras personas en dirigirse al sur cuando miles de personas corrían hacia el norte, pues su madre, de ochenta años, vivía allí. Al encontrarse con un viejo amigo, Jim, decidieron continuar juntos. Encontraron a la madre y se metieron en el cuarto de las lavadoras con cincuenta personas más al escuchar el derrumbamiento de la segunda torre. 

Meyers se acuerda que la madre dijo: "Puede que ahora tengamos vistas al río".
No pude contener la risa. Y entonces Jim dice: "No llevo veinte años con VIH para morirme ahora", y ya no pude parar. Él se reía también. Estábamos riéndonos histéricamente y lo único que podía pensar era: "No hay otras dos personas en el mundo con las que preferiera estar ahora mismo". Todos sobrevivieron, y en cuanto llegaron al puerto, regresaron para echar una mano a los demás.

Es uno de los muchos testimonios que relata Rebecca Solnit en su libro "Un paraíso en el infierno. Las extraordinarias comunidades que surgen en el desastre", donde explora el terremoto de 1906 en San Francisco, la explosión de 1917 que destruyó Halifax, el terremoto de la Ciudad de México de 1985, el 11-S en Nueva York y el huracán Katrina en Nueva Orleans. 
Y sobre la actual pandemia de Covid, donde señala que lo primero que nos enseñan los desastres es que todo está conectado, y que todos ellos son cursos intensivos de identificación de conexiones. Resultan siempre un momento de crisis, o lo que los antropólogos llamamos liminaridad: espacios intermedios fuera del tiempo ordinario, y por ello transformadores. El antropólogo Victor Turner afirma que es en estos espacios donde se da la "communitas", los lazos que se crean cuando todo el resto de sistemas y estructuras se resquebrajan, se vuelve inexistentes o irrelevantes. (Durkheim llamó a los rituales colectivos que surgen en este momento "efervescencia colectiva"). Solnit lo representa mediante una metáfora muy visual: el deshielo, "cuando las banquisas de hielo se resquebrajan, el agua fluye entre ellas y los barcos pueden atravesar lugares que en invierno les habían estado vedados". El hielo sería el Statu Quo, "algo que siempre nos pareció estable y que, según nos dicen desde arriba, no puede alterarse". Hasta que lo hace, contrariando a las élites, las que se benefician del mismo Status Quo, que en el caso de los desastres, están más preocupadas de mantenerlo o restablecerlo, de proteger las propiedades y sus negocios lucrativos, que de proteger la vida de nadie. Al principio de la pandemia, fueron las que nos afirmaban que lo idóneo era volver al trabajo para salvaguardar el mercado bursátil, sin prestar atención a las insuficientes condiciones laborales que se daban en estos espacios para no enfermar. Los desastres también son, no hay que olvidarlo, una oportunidad de renovación para el capitalismo, que genera mercados para reemplazar aquello que se ha destruido y ganar más terreno.

Es lo que los sociólogos al desastre llaman "pánico de las élites", a partir de la creencia errónea de que la gente corriente se comportará de manera reprobable y causará el caos que estropeará más las cosas. Las élites (fuerzas armadas, clases altas, el Gobierno) tienden a pensar que si ellas no tienen el control, la situación se descontrola, por lo que tienden a tomar medidas represivas, que se convierten en desastres secundarios. Por ejemplo, cuando hay órdenes de "entrar a disparar" en casos de "saqueos". Cuando hablan de los saqueos o pillajes, son los mecanismos que ponemos en práctica para sobrevivir y cuidar de los demás en situaciones de urgencia, cuando la economía comercial ha dejado de funcionar. Lo que ocurrió tras el terremoto de San Francisco en 1906 fue lo mismo que lo que ocurrió noventa y nueve años después, tras el huracán Katrina. Militares, policías o patrullas urbanas que disparaban a las mismas víctimas de la catástrofe en nombre de la propiedad y de su propia autoridad y legitimidad y la de la de los magnates. En Nueva Orleans, tras el huracán Katrina, la histeria sobre los saqueos creció hasta el punto de que dos días y medio después del desastre, el alcalde y la gobernadora pidieron a las tropas dedicadas a las labores de emergencia que abandonaran las tareas de rescate y se centraran en los pillajes. Mientras, la televisión nacional grababa a los agentes de Policía entrando en Walmart y confiscando vehículos de un concesionaro Cadillac. Algunos periodista advirtieron de que si una fotografía mostraba a personas afroamericanas requisando bienes esenciales, se hablaba de "saqueos", mientras que si eran blancos, estaban "reuniendo provisiones". Surgieron grupos de mercenarios blancos, dispuestos a disparar a los, en su opinión totalmente sesgada, saqueadores.
 
La socióloga especializada en desastres Kathleen Tierney, afirmó en una conferencia en 2006: "Lo que las élites temen es la perturbación del orden social los desafíos a su legitimidad" (...) Miedo al desorden social; miedo a los pobres, a las minorías sociales y a los inmigrantes; obsesión con los saqueos y los delitos contra la propiedad, disposición a recurrir a la fuerza letal, y toma de decisiones a partir de meros rumores." "Los medios de comunicación hacen hincapié en el desorden y en la necesidad de un control social más estricto, lo que refleja y refuerza el discurso político que reclama una mayor participación el Ejército en la gestión del desastre."
 
Cuando el hielo se resquebraja, surgen nuevos caminos. "Al término de una
tormenta, el aire queda limpio de las partículas de materia que enturbiaban la vista. Es entonces cuando alcanzamos a ver más lejos y con mayor claridad"
, escribe Solnit. Tal vez conozcamos la libertad, no la que ondean los conservadores para afianzar y acrecentar su beneficio personal sin límites, sino la libertad para buscar alternativas al status quo, personal y político. "Creo que la oleada neoliberal de nuestra época comenzó por privatizarnos las emociones, arrebatándonos lazos sociales y la noción de un destino común", escribe Solnit. 
 
La pandemia nos está dando argumentos a favor de la asistencia sanitaria universal, de la buena organización de los productos y servicios de los que dependemos. De la contribución al bien común. 
Y también saca a la luz las carencias organizativas, administrativas y morales de Gobiernos enteros, y la perturbación y el cuestionamiento se dan constantemente. La burocracia es incapaz de hacer frente a las necesidades más urgentes, pues no tiene la capacidad de improvisar bien y rápidamente como los ciudadanos, y porque a veces sus prioridades son las opuestas a la de éstos. 
Tricia Wachtendorf, una socióloga del desastre que pasó tiempo en Nueva york tras el 11 de septiembre, explicó que los agentes tendían a sentirse incómodos frente a los voluntarios de la Zona Cero porque su presencia significaba la "ineptitud de la respuesta oficial". El reparto de productos por parte de estos grupos los definían como "comida rebelde" y "material renegado"

Los seres humanos somos seres complejos, y la esperanza puede cohabitar con el dolor y las dificultades, con la tristeza y con la furia, pero no con el optimismo que afirma que todo irá bien si lo deseas muy fuertemente. 
Es en estos momentos de catástrofes cuando hay determinación: la vida en el aquí y ahora ante las necesidades inmediatas y la supervivencia, al margen de lo superfluo. Saber lo que hay que hacer sin necesidad de líderes o coodinación centralizada. El desastre nos brinda una liberación temporal de las preocupaciones, las inhibiciones y las ansiedades asociadas con el pasado y el futuro. La improvisación de nuevas reglas, nuevos roles, nuevas alianzas: comedores comunales, refugios de emergencia, cadenas humanas... 
Y también una inédita intimidad y empatía hacia los demás, porque todos comparten la amenaza del mismo desastre y el mismo futuro incierto. Cuando la pérdida es compartida, el sufrimiento no margina, sino que ofrece un canal para la comunicación y expresión íntimas, para el consuelo y apoyo físico y emocional. Al igual que en los grupos de apoyo para personas que sufren la misma enfermedad, en los que se generan comunidades de pacientes donde nadie se sienta solo por el hecho de sufrir. En los desastres, además, se entiende que los objetivos personales y  grupales están imbricados y se generaliza la generosidad: "el egoísmo, al fin y al cabo, trata más de fortunas futuras que de adquisiciones presentes", reflexiona Solnit.

El libro trata de esta emoción sorprendente, extraña alegría que aflora entre las ruinas, cuando las ruinas son trágicas y dolorosas, pero también una ventana a las posibilidades y anhelos sociales, a ser libre de vivir y actuar de otro modo.
"Son aspectos importantes conforme entramos en una época en la que los desastres van a sucederse cada vez más rapidamente y con mayor intensidad", advierte.
Fortalecimiento de vínculos sociales, trabajos con sentido y gratificantes, y el sentimiento del "poder hacer" frente al "poder sobre", son aspectos que nuestra economía y sociedad nos veta. La nuestra es una sociedad del individualismo, del capitalismo, del darwinismo social, "que asumen que la búsqueda de provecho personal obedece a motivos racionales."
 
Ya en 1894, Gustave Le Bon escribió "Psicología de las masas", poco después de "Origen de las especies" de Darwin. Escribía que en la masa, en el grupo social, un individuo "ya no es el mismo, sino un autómata cuya voluntad no puede ejercer dominio sobre nada. Por el mero hecho de formar parte de una masa, el hombre desciende varios peldaños en la escala de la civilización. Aislado era quizá un individuo cultivado, en la masa es un instintivo y, en consecuencia, un bárbaro. (...) El individuo que forma parte de una masa es un grano de arena inmerso entre otros muchos que el viento agita a su capricho.” Para Le Bon, la sociedad misma es peligrosa, y como opinaba Hobbes, las autoridades debían llevar las riendas de una humanidad esencialmente despiadada. La idea de que la naturaleza humana es esencialmente bestial (cuando ni las "bestias" manifiestan un comportamiento de lucha cruel sin motivo) y solo puede ser refinada por la civilización, también era el argumento principal para justificar la colonización y el saqueo de la época. Thomas henry Huxley en "La lucha por la existencia en la sociedad humana" (1888) defendía que los humanos primitivos luchaban contra los débiles y menos astutos, y "nacían, se reproducían sin medida y morían". Thomas Malthus, así mismo, creía que la vida era un combate continuo por los escasos recursos de la tierra, en el que algunos debían morir. "La escasez es, precisamente, la premisa fundamental del capitalismo", señala Solnit. 

Aunque se dan casos de búsquedas de chivos expiatorios, los episodios más brutales los protagonizaron quienes tratan de sostener el orden imperante y hacer valer sus propios privilegios y autoridad contra una minoría.
Cientos de estudios e investigaciones en situaciones de desastre demuestran que el pánico es un fenómeno inusual, y el comportamiento resulta mayoritariamente racional, y en ocasiones altruista. Cada participante brinda y recibe auxilios pero nunca de manera unidireccional, sino por el deseo de la noción de pertenencia a una civilización que socorre a quien lo necesita. En el Katrina de Nueva Orleans, el eslogan del grupo Common Ground Relief fue precisamente "Solidaridad, no caridad".
La caridad reparte desde arriba, no es reciprocidad, el altruismo es horizontal ya que el intercambio continuo cohesiona las sociedades. 
 
"En la vida diaria, existe mucha más ayuda mutua (y mucha más que ayuda mutua) de lo que se nos quiere hacer creer. La verdadera pregunta no es por qué este breve paraíso de altruismo y cooperación aparece, sino por qué siempre resulta arrollado por otro orden mundial. (...). Es en los desastres y en los momentos de grandes turbulencias sociales cuando los grilletes de los prejuicios y los roles convencionales se desvanecen y se abren nuevas posibilidades."
 
El desastre ofrece soluciones temporales a la alienación y el aislamiento de la vida diaria. El sociólogo pionero en la investigación de desastres Charles Fritz, escribió en "Disasters and Mental health":
"La oposición tradicional entre "lo normal" y "el desastre" casi siempre ignora o minimiza las tensiones recurrentes, inherentes a la rutina de cada día, así como sus efectos personales y sociales. Ignora también (...) el fracaso de las sociedades modernas a la hora de satisfacer esa necesidad básica del individuo que es la identidad comunitaria."
Sin embargo, explica Solnit, en las sociedades cazadoras recolectoras, los riesgos son altos; las luchas intensas y las presiones y la necesidad de cooperación, incesante. "Nosotros hemos reemplazado todo eso por la comodidad, la seguridad y el individualismo. Y hemos adquirido los nuevos desastres, menos visibles, de la alienación y la anomia."
 
"(...) el paraíso que demuestra que, habitualmente, la mayoría no lo estamos, que perdemos pie y se nos escapa esa posibilidad y nos hundimos en el yo menoscabado, en sociedades sombrías. (...) En el infierno está la puerta a los paraísos posibles de nuestro tiempo."