miércoles, 15 de agosto de 2012

Las últimas tierras vírgenes: los últimos testigos blancos.

"Cualquier tonto puede destruir los árboles. Ellos no pueden escapar." John Muir.(1838-1914)

"No, la vieja África pertenece ya al pasado, y yo vi como desaparecía" John Hunter.(1887-1963)


"Lo que ahora permanece, comparado con lo que hubo, es como el esqueleto de un hombre enfermo" Platón.


En 1930, el antropólogo Claude Lévi-Strauss observó en Brasil cómo las tierras vírgenes eran destruidas por la colonización industrial. "Tristes trópicos" está lleno de admiración ante la belleza natural: «La selva amazónica parece un nuevo mundo planetario»; y también de críticas ante la fealdad destructora: «Como un animal senescente, cuyo caparazón se espesa [...] y no permite respirar a la epidermis, la mayor parte de los países europeos deja que sus costas se obstruyan con villas, hoteles y casinos [...] las playas, donde el mar nos entregaba los frutos de una agitación milenaria, bajo el pisoteo de las muchedumbres sólo sirven para la disposición y exposición de los desperdicios».

Vladimir K. Arseniev recorrió Siberia a principios del siglo XX. Capitán del Ejército ruso, geógrafo y explorador, rindió homenaje al guía que le acompañó en sus expediciones cartográficas para los zares. La gran película 'Dersu' 'Uzala' (1975) narra esta aventura. Pero Dersu Uzala existió de verdad.
Era un cazador de la etnia goldi contratado para recorrer las montañas de Sijoté-Alín, entre Rusia, China y Corea. En aquellos viajes, los duros cosacos se convierten en tímidos conejillos enfrentados al recio ambiente de la taiga. Salvan la vida gracias al sabio cazador, que lee e interpreta los más mínimos indicios en la naturaleza que los rodea

En su mentalidad animista, todo tiene personalidad, desde la piedra al animal, y con todo se comunica. Y ese mundo de relaciones tan amplio implica una ética, una forma de solidaridad con todo lo salvaje y lo humano, incluso aquello que no se conoce. Arseniev se rinde ante Dersu, pero el ruso también descubre que Dersu y su mundo están desapareciendo por culpa de él mismo. Los trenes, los leñadores, los colonos y sus ciudades borran lo salvaje. El destino del entrañable cazador goldi es el mismo que el de la taiga: perderse.

Esto es lo que escribe Arseniev cuando vuelve tiempo después a un rincón especial para él: «No reconocí más el lugar; todo había cambiado. Una colonia entera se había creado cerca de la estación, donde se habían empezado a explotar canteras de granito, a abatir el bosque, y se desbastaban traviesas para construir la vía férrea [...] los dos grandes árboles habían desaparecido, reemplazados por rutas, terraplenes y excavaciones de fecha reciente».

La conquista del Far West americano también tuvo testigos de excepción como John Muir (1838-1914). Él mismo fue un granjero llegado a Wisconsin desde Escocia cuando era niño. Sus caminatas por un país salvaje con una manta y un poco de pan como todo equipaje le llevaron a dar la voz de alarma sobre el destrozo que los colonos estaban produciendo en la salvaje América.

John Muir fue muchas cosas: explorador, viajero, granjero, naturalista, inventor, filósofo, escritor, pero aquello que le da un lugar en la historia es que es uno de los padres del conservacionismo y piedra angular, absolutamente fundamental, de la cruzada en defensa de la naturaleza. También se relaciona con los pueblos indios, y a partir de la humildad y el respeto, no desde la soberbia y la superioridad colonial de sus coetáneos.

Cuando Muir explora y viaja, la inmensa mayoría de las tierras de Estados Unidos, Canadá, Alaska son tierras vírgenes, prácticamente por descubrir y explotar, con una naturaleza en estado primigénico no modificada por la actuación humana. Mientras que las generaciones contemporáneas a Muir ven en aquellas tierras minas de carbón, bosques para talar, prados para las reses o simples explotaciones ganaderas, Muir descubre allí la esencia de la naturaleza, y se imbuye de la convicción de la obligación del ser humano de conservar aquellos parajes, no explotarlos. La naturaleza es el templo, el santuario del ser humano, y como tal debe ser preservado.

Gracias a Muir se crearon parques nacionales como Yosemite o Sequoia. Hoy, son un vestigio: sólo un 3% de los bosques de secuoyas siguen en pie, y la mayor parte gracias a Muir. Se ganó tanto respeto con sus líricas descripciones de la naturaleza y con sus estudios científicos que Ralph Waldo Emerson o Theodore Roosevelt viajaron desde el Este para encontrarlo en las montañas de California. Su mensaje al presidente fue claro: "Cualquier tonto puede destruir los árboles. Ellos no pueden escapar. Sólo el Gobierno puede hacer algo". Y era urgente, ya que ya la mitad de los bosques estaban destruidos en 1909. Muir explicó a Roosevelt que Estados Unidos no podía rivalizar con Europa con su Historia y sus catedrales, pero que su naturaleza suponía una experiencia espiritual y cultural que rivalizaba con los castillos y catedrales de Europa.
Theodore Roosevelt and John Muir, Grizzly Giant Tree, Yosemite National Park, 1903

Otro escocés curtido por una infancia campesina nos dejó un testimonio tremendo de lo que ocurrió en África. Se llamaba John Hunter (1887-1963) y llegó a Nairobi en 1905, a los 18 años. Su oficio fue el de cazador, primero para ganarse la vida con el marfil y las pieles y, después, a sueldo del gobierno colonial para eliminar la fauna problemática. Considerado el último gran cazador, aseguraba haber dado muerte a 350 búfalos, mil rinocerontes, centenares de leones y mil cuatrocientos elefantes, cifras que causan escalofríos sabiendo que casi todas estas especies están hoy protegidas y bajo amenaza de extinción. 

En "Cazador blanco", uno de sus libros de memorias, escribe: «Cuando llegué por primera vez a Kenia la caza cubría las llanuras hasta donde alcanzaba la vista. Yo he sido uno de los últimos cazadores  de los viejos tiempos. Cacé leones en lugares donde ahora se alzan ciudades y disparé contra los elefantes desde la locomotora del primer ferrocarril que cruzó el país.  En el espacio de la vida de un hombre he visto cómo la selva se convertía en tierras de cultivo y tribus enteras de caníbales pasaban a ser obreros de fábrica. [...] Tanto la caza como las tribus nativas, tales como yo las conocí , ya no existen. Los acontecimientos que yo presencié no pueden ser revividos. Nadie verá otra vez las grandes manadas de elefantes conducidas por enormes machos de colmillos que pesaban ciento cincuenta libras cada uno. Nadie escuchará los gritos de guerra de los masai mientras sus lanceros avanzan en la espesura buscando a los leones que han devorado sus vacas. Los hechos que presencié no volverán a suceder jamás. [...] Serán muy pocos los que podrán aún decir que pisan tierras jamás holladas por el hombre blanco. No, la vieja África pertenece ya al pasado, y yo vi como desaparecía».

Hasta ahora hemos visto lo que pasaba en la transición del XIX al XX en América, África y Asia. ¿Dónde está Europa? Es difícil encontrar textos parecidos por una razón: ya no había grandes espacios que destruir en ese entonces. Eso había ocurrido hace tiempo. Y hubo quienes lo contaron miles de años atrás. Hablando sobre la región del Ática, Platón afirma en 'Critias': «Lo que ahora permanece, comparado con lo que hubo, es como el esqueleto de un hombre enfermo [...] hay montañas que ahora no tienen más que comida para las abejas, pero que tenían árboles hace no mucho [...] y estaban enriquecidas por las lluvias de Zeus, que ahora caen sobre la tierra desnuda para perderse en el mar, cuando antes el suelo era profundo y la retenía...». En realidad, la historia clásica está llena de relatos como éste. Hasta "El poema de Gilgamesh", el más antiguo relato escrito de la Humanidad, narra la profanación de un bosque sagrado.

Leer a Muir, Arseniev, Lévi-Strauss o Hunter nos hace comprender hasta qué punto hemos disminuido el mundo en el que vivimos. Los retazos salvajes que restan, como los parques de África, ya le parecían a Hunter un despojo. Cuando Muir recorría California la humanidad tenía 1.000 millones de personas. Ahora somos 7.000 y en 2050 llegaremos a 9.000. Cuando le preguntaron a Levi Strauss sobre el futuro, el dijo "No me pregunte nada de eso. Estamos en un mundo al que ya no pertenezco. El que conocí y amé tenía 1.500 millones de habitantes. El mundo actual tiene 6 mil millones de humanos. Ya no es el mío."

Hablando del momento actual, puede decirse que si quedaba una zona virgen era la de las latitudes árticas. Y ya no existe. Barry López ya contó en "Sueños árticos" (1986) el momento en el que la industria y el calentamiento global empezaban a deformarlo. 

El Ártico está considerado como el barómetro de la salud del planeta. Si quieres ver cómo de sano está el planeta, ven y tómale el pulso en el Ártico” Afirma Sheila Watt-Cloutier, activista inuit. Parece que su pulso no es muy estable: tanto los sami como los inuit coinciden en que ahora el clima es impredecible: “Ya no puedes confiar en las habilidades tradicionales para leer el clima. En los viejos tiempos uno podía saber de antemano qué tiempo haría. Esas señales y habilidades ya no sirven” declara Veikko Magga, saami. ”Los inuit tienen un juego tradicional de malabares. El tiempo hoy es un poco así” Comenta N. Attungala, inuit.

John Muir escribió que un día levantó la cabeza y contempló uno de los espectáculos más grandiosos que la naturaleza ofrece a los ojos del ser humano: una aurora boreal, de “suprema, serena y celestial belleza”

"Sobrecogido por tanta belleza, regresé a mi cabaña, avivé el fuego, me 

calenté un poco y me preparé para ir a la cama, 

aunque demasiado feliz y rico en auroras como para dormirme.” 


Escenas de Dersu Uzala, dirigida por Akira Kurosawa:


-¡No hagas eso, no tires la carne la fuego. El fuego se comerá toda la carne. Nosotros nos marcharemos, y si viene la gente y ve la carne, podrá comer!
- ¿Quién va a venir por aquí??
- Viene mucha gente.
- ¿Quién?
- Viene el tejón, y el cuervo también! Y los pequeños ratones, mucha gente! En la taiga nunca estamos solos, NUNCA!


Fuentes:
suplementos/natura/2009/42/
1260226811.html

sábado, 11 de agosto de 2012

Tribus a vista de pájaro.

Vivimos en un mundo de gran belleza. Desde el aire, la diversidad de sus paisajes es cautivadora.
Durante generaciones, los pueblos indígenas han sido los guardianes de estas tierras.

"El propósito de la antropología es hacer del mundo un lugar seguro para las diferencias humanas."
Ruth Benedict.



martes, 7 de agosto de 2012

Adios, historia, adios: el fatalismo.

 
"La historia no ha terminado, somos nosotros quienes la hemos abandonado" Manuel Cruz, filósofo.

"Lo que hay que hacer es pensar a largo plazo, imaginar el futuro, y a corto plazo pensar de manera modesta." Marc Augé, antropólogo.

"Ya no se pide a los políticos que mejoren las cosas, sino que no las empeoren." Marc Abelés, antropólogo.

"Debemos reubicar el futuro. A juicio de muchos pueblos de Oceanía el futuro reside atrás, no adelante." Margaret Mead.

“En estos tiempos la gente busca conocimientos, no sabiduría. El conocimiento pertenece al pasado; la sabiduría, al futuro” Vernon Cooper, indio lumbee, sabio.


Manuel Cruz, filósofo:

"Constantemente escuchamos en los medios de comunicación "hemos entrado en una nueva era" "esta es una nueva etapa" "se está escribiendo la historia" Frases que nos convencen de que tenemos poco que ver con el pasado, y ese convencimiento tradicional de que podíamos aprender de los seres humanos que nos precedieron, se ha ido olvidando. Nos creemos inaugurales, creemos que con nosotros empieza todo y lo que hubo antes no tiene mucho valor y que de ahí muchas lecciones no podemos sacar porque son radicalmente diferentes.""Cuando uno analiza lo que escribían autores del siglo XX, muchos vértigos de entonces se parecen a los nuestros. Como el de sentirse incapaz de entender lo que pasa."

 

"Ha cambiado mucho la percepción de la historia. Nos relacionamos de manera naturalista y pasiva con la historia. Antes hablábamos o pensábamos el futuro como algo en lo que nosotros podíamos intervenir o por lo menos intentarlo. Ahora leemos las noticias con la misma actitud fatalista o derrotista con la que leemos la noticia del tiempo. "Se avecina una borrasca" o "sube la prima de riesgo" lo leemos exactamente con la misma actitud. No tiene nada que ver con nosotros, no podemos hacer nada. Con la borrasca llevaremos un paragüas, para la prima de riesgo nos prepararemos para cuando nos recorten el sueldo. Hay que recuperar la voluntad de protagonizar nuestra propia historia.
 

"Todos dábamos por hecho el progreso, que con el paso del tiempo iríamos mejorando. De pronto, hemos incorporado la idea de que no necesariamente mejoramos y que es posible que nos vengan mal dadas. Hay sectores de las clases medias, que provienen de familias humildes, que tienen miedo de volver a la pobreza. Hay una sistemática administración, por parte de los poderes, del miedo. Es uno de los grandes combustibles del poder en estos momentos: el miedo a la pobreza, el miedo a la miseria. Y esto es una novedad, que en el siglo XX no se daba."


 

"Los medios de comunicación también pierden esta vocación de sentido, de interpretar y de explicar. El corresponsal ha sido sustituido por el enviado al lugar de los hechos, sin aportar ninguna clave ni elementos de critica para que el ciudadano emita sus propios juicios. Los responsables del gobierno constantemente apelan al sentido común en sus discursos, aunque se contradigan. No comentan las razones, su horizonte, se contradicen y son discursos de bajísima intensidad."


"El abandono del pasado no ha significado el alimentar el futuro entendido como el lugar imaginario donde albergamos nuestros sueños. Lo que hay es un gran presente voraz que se lo come todo. Ahora tenemos grandes dificultades para distinguir el pasado y el futuro en el terreno de la anticipación. Un ejemplo es la crisis de la ciencia ficción. Hoy es difícil distinguir entre algo que es ciencia ficción y de algo que hoy ya existe."


Marc Augé, antropólogo.

"La difusión de esa idea según la cual la historia terminó y que no hay nada más por imaginar que lo que existe es en parte por el desarrollo de la comunicación. Ese sentimiento contribuye al desencanto laico que hay en el mundo. No se espera nada del futuro, no hay perspectivas entusiastas, lo que es sorprendente, porque, al fin y al cabo, todavía tenemos todo por descubrir." "A mi manera de ver estamos ahora como la gente de Extremadura en el siglo XV, que no sabía lo que había más allá y descubrieron un mundo nuevo. Estamos explorando ahora el espacio. Por otro lado, estamos descubriendo los secretos de la vida, de la identidad, con la genética..."

"El papel de la política
es doble: mantener la necesidad de pensar el futuro, porque hay que salir de la ideología del presente, que es una sociedad que consume todo, especialmente imágenes de televisión, lo que proporciona una forma pasiva de existir y de consumir. Esa dispersión de los votos puede deberse a gente que no tiene una idea bien precisa del futuro y que ve en los partidos fragmentación y diferencias radicales. Puedo preguntarle a un verde, a un socialista, incluso a un trotskista, cuál es su visión del futuro dentro de 30 o 40 años y será muy fácil ligar el discurso de uno y otro, pero tienen que hacer progresos para definir esa idea y definir etapas. Lo que hay que hacer es pensar a largo plazo, imaginar el futuro, y a corto plazo pensar de manera modesta. Saber
cuál es la finalidad de la sociedad. Cuestionarse si la economía es un medio o un fin, por ejemplo, son debates que no son de tipo abstracto y filosófico, sino bien concretos.
Marc Augé.

Marc Abélès, antropólogo.

"Evidentemente se ha producido un gran cambio entre el período marcado por el Mayo del 68 francés, en el cual se tenía la sensación de que era posible transformar la sociedad, de que se iba hacia algo mejor y se podía crear una sociedad más justa.
Ingresamos en una época signada por la incertidumbre, por la existencia de amenazas, que no son solamente políticas y sociales sino también, por ejemplo, ambientales. Ya no se pide a los políticos que mejoren las cosas, sino que no las empeoren. Hoy existe la idea de que la política y los políticos quedan neutralizados con respecto a exigencias más profundas, sobre las cuales no tienen demasiado dominio."

"Y si se insiste en mantener una suerte de esquizofrenia, en la que por un lado tenemos la forma en que la gente vive, se defiende frente a fantasmas o amenazas reales o imaginarias, y por el otro un discurso clásico y retórico sobre cambiar el mundo, etc.,etc., lo que se obtiene son líderes como Berlusconi, Sarkozy o Putin, que se manejan más cómodos con la lógica de la supervivencia, agitando, ahuyentando o manteniendo a raya esas amenazas y temores."


Margaret Mead, antropóloga.

"Seguimos enfocando el futuro como una prolongación del pasado: los historiadores hablan de la decadencia en que cayeron en el pasado los sistemas religiosos y el derrumbe de los imperios. Pero debemos reubicar el futuro. A juicio de los occidentales, el futuro está delante de nosotros, quizá a sólo unas pocos horas del presente, a veces a mil años de distancia, pero siempre delante: no aquí, sino fuera de nuestro alcance. A juicio de muchos pueblos de Oceanía el futuro reside atrás, no adelante. Los balineses opinan que el futuro se parece a una película expuesta pero no revelada, que se despliega lentamente, en tanto que los hombres están a la espera de lo que les mostrará. Interpretan que es algo que los está alcanzando, y nosotros también utilizamos esta figura retórica cuando decimos que oímos a nuestras espaldas las pisadas implacables del tiempo. Para construir una cultura en la que el pasado sea útil y no coactivo, deberemos modificar la ubicación del futuro." 


Acordando la corazonada del futuro.

La palabra recordari, deriva de re (de nuevo) y cor (corazón), osea, pasarlo por el corazón de nuevo. Los antigüos creían que la memoria, y la mente completa, no estaba alojada en el cerebro, sino en el corazón, por ser lo que da pulso a la vida, al igual que la memoria. Por eso tenemos corazonadas.

En portugués, si sabes una cosa de memoria la conocerás "de cor", en inglés "learn by heart" y en francés "par coeurs". De corazón.

Cuando te pones de acuerdo con alguien, digamos que concuerdas o que acuerdas, y cuando te acuerdas de alguien le vuelves a pasar por el corazón.

Recordar también significa "despertar" Según la DRAE, este uso todavía persiste en Asturias, México, León, Argentina, Colombia, Ecuador y República Dominicana, entre otros lugares. Por eso, allí piden "recuérdenme a las 3" para pedir que les despierten a esa hora.

Quizás habría que volver a despertar la historia, recordarla y acordarla para un futuro con corazón.

Oren Lyons, indio onondaga, sabio.

“En nuestra forma de vida, en nuestro gobierno, en todas las decisiones que tomamos, pensamos siempre en la séptima generación futura. Nuestro trabajo consiste en procurar que los que vengan después, las generaciones que aún no han nacido, no encuentren un mundo peor que el nuestro.”



Fuentes:
“Cultura y compromiso: estudio sobre la ruptura generacional" Margaret Mead.
http://www.rtve.es/alacarta/
audios/carne-cruda/carne-
cruda-filosofar-tiempos-
revueltos-29-05-12/1423195/
http://edant.clarin.com/
suplementos/zona/2008/06/08/z-03615.htm 714868-marc-auge-hay-que-amar-
la-tecnologia-y-saber-controlarla

viernes, 3 de agosto de 2012

El naufragio del hombre: El apocalipsis antropológico.

“Maneje su carro con un solo dedo”, “conozca el mundo sin salir de casa”, “endurezca sus glúteos sin levantarse del sillón”, “hágase millonario sin esfuerzo”, “compre desde su hogar”, “lo hacemos todo por usted”, “hable más tiempo, más lejos, más barato”, “beba, coma, duerma, rásquese, mire”, “no lo piense más: haga daño”, “nosotros disparamos mientras usted descansa”, “produzca diez toneladas de basura con un solo euro”, “mate más niños a menos precio”, “mutílese gratis”, “destruya el planeta desde la pantalla de su ordenador”, “no lea, no piense, no luche, no se canse, no viva: vea la televisión”. 
Santiago Alba Rico, filósofo y ensayista, analiza la cultura capitalista en su libro filosófico con toques antropológicos "El Naufragio del Hombre":


El placer de hacerlo todo pedazos.

"Lo único que no cuesta nada es la esclavitud
lo único que no requiere esfuerzo es la derrota;  
lo más cómodo es dejarse destruir

Sin manos, desde casa, con un solo dedo, dejando resbalar apenas la mirada sobre una superficie plana, se introducen muchos más efectos que construyendo escuelas o curando heridas.

En una sociedad que da tantas facilidades para perder el juicio
que hace tan llevadero matarse 
y tan irresistiblemente placentero dejar caer las cosas al suelo
que proporciona tantas comodidades para que aumentemos nuestra ignorancia 
y para que despreciemos a los otros y hagamos ricas a las multinacionales, podemos tener la casi total seguridad de que si algo nos produce pereza, 
si algo nos molesta, 
es porque vale la pena.  

En una sociedad que nos obliga precisamente a no hacer ningún esfuerzo, que nos impone una pasividad divertida, 
que nos fuerza a no sentirnos jamás incómodos, perturbados o vigilantes (…), podemos estar casi seguros de que precisamente todo aquello que no queremos hacer nos vuelve un poco más libres.

En una sociedad tan totalitariamente favorable, tan poderosamente benigna, he acabado por adoptar este principio: 

si algo no me gusta, es que es bueno;
si no lo deseo, es que es bello; 
si no tengo ganas de hacerlo, es que es liberador.

Cada vez apetece menos leer, ser solidario, mirar un árbol: he ahí el deber, he ahí la libertad. 
Cada vez nos cuesta menos ver la televisión, conectarnos a Internet, usar el móvil: he ahí una manifestación tan feroz del poder ajeno y de la propia sumisión como lo son la explotación laboral y la prisión. 

Por eso es necesario recuperar la sociedad misma; porque la única manera de frenar la tecnología, e incluso de usarla a nuestro favor, es que la gestione una sociedad consciente y libre y no la voluntad individual de miles de apetencias y gustos y caprichos activados por la facilidad inmensa y el placer insuperable de hacerlo todo pedazos sin moverse del sillón."



Elogio al aburrimiento: 

"Donde mejor se conoce al capitalismo no es donde se hace sufrir a los seres humanos, sino el lugar donde nos divertimos, donde sentimos placer. Y yo creo que hay toda una antropología del placer, el de los mercados. Divertirnos es sacarnos del lugar, llevarnos a otro sitio, y yo elogio al aburrimiento, que me parece fundamental para recuperar el tiempo y los objetos que nos han sido expropiadas por toda esta maquinaria de succión. Por un lado con viajes organizados y centros comerciales, y por otro por toda esta tecnología que dicen ser liberadoras pero que para eso hay que usarlas y liberarlas de esa manera."


El apocalipsis antropológico: 

"Realmente el apocalipsis ya ha ocurrido y no nos hemos dado cuenta por los mecanismos anestésicos que ha conseguido llevarnos a un punto de no retorno sin que hayamos podido darnos cuenta. Este naufragio no sólo es económico, sino antropológico, cultural y moral. Tenemos derecho a asistir al apocalipsis por televisión, hasta el punto de que las cosas que nos afectan a nuestro lado y nos interpelan o nos agreden nos parecen tan ajenas como las que ocurren en Ruanda o en Asia. No son tanto los discursos manipuladores las que nos causan el sentimiento de indiferencia, sino más bien toda una serie de dispositivos materiales que en los últimos 60 años han erosionado todos los recursos antropológicos acumulados ante 8, 10, 15 mil años. 

Es la erosión de recursos como la razón, la imaginación y la memoria. La razón para pasar de lo particular a lo universal; la memoria para tener una experiencia propia de lo vivido (porque nunca hemos tenido tantos artefactos de memorización exterior y menos memoria individual); y el tercero la imaginación entendida como lo contrario a fantasía. Hitler era un gran fantasioso. La imaginación es ese recorrido que todos los seres humanos potencialmente pueden hacer de un niño que es tu hijo, a un niño que te es ajeno, a todos los niños del mundo. Inseparable de la empatía, de la solidaridad, de la movilización a favor de un mundo compartido. Son recursos culturales ante catástrofes que nos permitían sobrevivir. Pero una características que comparten el capitalismo y otras sociedades imperiales es esa ilusión de inmortalidad que ha generado en los sujetos."


El relámpago se me hace largo:

"El gran poeta francés René Char escribió un poema necesariamente corto: “El relámpago se me hace largo” (“l'eclair me dure”). Pues bien, a nosotros, los relatos se nos hacen largos; los libros, las catedrales, las explicaciones, las conversaciones se nos hacen largas; la muerte de 3.000 personas o la de 1.000.000 se nos hace larga; la realidad misma se nos hace larga. Y también, claro, la revolución se nos hace larga."

"El gag es una hilaridad pura. Tiene que ver con el gusto muy infantil y muy primitivo por la sorpresa, por el desorden, con el placer muy instintivo de que las cosas se salgan de su sitio, caigan o se desplomen. El gag visual supremo es el atentado de las torres gemelas. Y el gag tiene que ver con la inmediatez. El relato es lo contrario, es el tiempo de la humanidad, el tiempo de un embarazo que dura nueve meses y no se puede acortar, tiempos de maduración insuperables. Y esto es una especie de batidora económica feroz que acorta el tiempo de todas las cosas, empezando por todos los objetos que nos rodean mediante la obsolescencia programada, y que los vuelve objetos totalmente indiferentes. Incluso los informativos están basados en gag visuales, que parece que no haya diferencia entre una olimpiada y una guerra, o un centro de torturas y un evento festivo."


El hambre occidental. 

"Regla de la satisfacción antropológica: Poco es bastante, mucho es ya insuficiente. 
Por debajo de “poco” hay hambre y son imposibles la conciencia, la resistencia y la solidaridad; por encima de “bastante” hay más hambre y son imposibles también la conciencia, la resistencia y la solidaridad. “Demasiado” siempre quiere “más”. 
La hambruna extrema y la extrema abundancia producen los mismos síntomas: la necesidad del canibalismo y el desprecio por los lazos humanos."

"Lo que produce el capitalismo no son objetos o bienes para saciar el apetito, sino que produce más apetito y más hambre. Cuando se comienza ha padecer hambre, la gente busca como compartir el alimento que todavía conservan creando lazos de solidaridad, pero cuando se llega a la hambruna, lo único que preocupa es la supervivencia individual. La sociedad de consumo es de destrucción y no de intercambio y borra la diferencia entre las cosas de comer, las cosas de usar y las cosas de mirar. Todas son cosas de comer, comérselo todo para reproducirse. Es una sociedad de pura subsistencia."



La criminalización del cuerpo. 

"Llamamos o recibimos llamadas precisamente para no estar allí donde estamos. Ese rescoldo tenaz y desazonador que queremos olvidar lo antes posible que es nuestro cuerpo. El ágora capitalista es esta imagen: la de una plaza donde se reúnen miles de personas para darse la espalda unas a otras y declarar por teléfono a miles de ausentes diferentes: “No estoy aquí”, “no estoy en ninguna parte”.

"Al igual que es un mito que el capitalismo nos proporciona más satisfacciones, también es un mito que el capitalismo ha liberado los cuerpos. Imágenes corporales publicitarias dominan de tal manera el espacio que acabamos por creer que lo que hace es exaltar la corporalidad. Más bien al contrario: oculta, margina, silencia y criminaliza el cuerpo: oculta a los muertos, a los ancianos, a las personas con discapacidad, a los obesos, o los cuerpos en los que el paso del tiempo está dejando huellas visibles. Se trata de que no tengamos conciencia de nuestra fragilidad. Somos seres de razón, pero también de cuidado. El asunto no es que la vida sea sagrada, sino fundamentalmente frágil. Ahora, en vez de ahorrar los Estados para pagar las medicinas de la gente, ahorramos en medicinas para suministrar fondos a los bancos."



El ciudadano. 

"Recuperar la ciudadanía es el máximo desafío al que nos enfrentamos en estos momentos. Más con estas medidas de ajuste, que son de expropiación de bienes sociales que han adquirido con mucho trabajo nuestros antepasados con luchas y mucho sacrificio. Hay que recuperar los espacios públicos. La publicidad es la invasión del espacio público por parte de los intereses privados. Hay que proteger a nuestras familias de las corporaciones que penetran incluso dentro de nuestras casas conformando materialmente nuestra vida cotidiana. La mirada del no-ciudadano se distingue muy poco de la mirada del piloto de un bombardero. Lo que hizo el 15M fue llamarnos la atención sobre el hecho de que lo público nos está siendo expropiado de una manera cada vez más rápida y con poca resistencia. Si no conseguimos el espacio público, no sólo no recuperaremos el bienestar económico sino que no podremos reintroducir todos esos parámetros antropológicos que nos permitían defendernos de una catástrofe. Estamos muy desprotegidos de la catástrofe. Hay un stress postraumático del placer."

Santiago Alba Rico fue guionista entre los años 1984-1988 del programa infantil "La bola de cristal".


Hoy, todavía continua educando... a través del humor!:



Fuentes:

sábado, 28 de julio de 2012

Niños del desierto, niños de ciudad: la educación Tuareg (2).


El lujo del chantaje.

Me hizo mucha gracia un día oír a un niño decir a su madre:
-Si no me das caramelos, no ceno.
La madre no mordió el cebo. Sin embargo, este tipo de método para obtener algo jamás se me había pasado por la cabeza. Si un niño no cena en Francia, no tiene nada de grave. Ya cenará mañana. En el desierto, nunca se sabe de qué estará hecho el mañana y por ello no se juega con lo que se da vida. Un tuareg en huelga de hambre es algo grave. Todo cuenta cuando se vive al filo de la navaja.

El frigorífico materno.

El frigorífico es el alma de muchos hogares franceses. Una de las primeras cosas que hace un niño al volver a la escuela es abrirlo, no solo para comer, sino para sentirse seguro. Es en Francia donde he descubierto hasta qué punto la comida puede tener un valor afectivo. Un niño nómada jamás comprueba si el saco de provisiones está lleno. Lo importante es que haya comido. Un occidental teme saltarse una comida porque desconoce lo que es el hambre, y vivirá esa comida como si hubiese sido un abandono. Los tuaregs no nos sentimos conectados con el saco de provisiones sino con el destino que nos empuja. Nuestro alimento es interior y, cuando no basta, nos entregamos al mektoub, el destino.

Padres amedrentados.

El miedo de los padres no ayuda al crecimiento de los hijos
. Paul, con seis 
años, volvió a casa sólo al salir de la escuela. La madre, cuando fue a buscarlo y no le vio, asustadísima llamó a la policía. Al entrar a casa, le encontraron jugando en el jardín. Dijo que había vuelto solo porque "quería hacerse mayor". Fue severamente castigado. Abdorhamane tenía siete años y estaba en la escuela del desierto. Sin decir nada a nadie, una buena mañana se calzó sus zapatos y se largó a su casa, a unos 10 kilómetros. Su padre se sintió feliz de ver llegar a su hijo y orgulloso de saberlo tan responsable. A pesar de la intranquilidad, lo principal era que había llegado. Al igual que Paul, quería hacerse mayor.

Los niños desbordados.

En París, los niños se ven saturados por una enorme cantidad de actividades impuestas por sus propios padres. Afectados estos por la angustia del vacío, se la transmiten a sus hijos. Hay que rellenar el tiempo a toda prisa. He conocido a niños que llevaban a cabo tres actividades diferentes cada día. Se divierten en cadena. No les queda tiempo para el ocio, la imaginación ni la lectura. Los niños no entran en el ritmo del tiempo, sino que son ellos los que se lo marcan. Al margen de la escuela, los niños del desierto eligen lo que hacen sin dar cuenta a los padres. Nunca se ve obligado a descubrir otras dimensiones ajenas a su naturaleza. Entre nosotros, es esencial que el niño viva su propio tiempo.

El valor de las cosas.

Para un niño del desierto, todos los objetos son preciosos y únicos. Recuerdo aquella cuchara de madera de mi madre que guardaba como si fuese un tesoro: no tenía valor alguno, pero sólo teníamos una y sin ella no podíamos cocinar. En Francia, el objeto carece de valor, los niños no necesitan hacer ningún esfuerzo para merecer lo que poseen. Cada vez que veo algún niño tirar sin escrúpulos su plato al cubo de basura, mi corazón sufre un vuelco. ¿Cómo explicarle que todo cuenta, que todo lo que nos trae la vida merece cierta consideración?

Hijos del silencio.

Un niño puede, en el desierto, pasarse las horas sin decir nada.Vive lo imaginario sin la ayuda de imágenes y no cuenta con muchas ocasiones de salir de sí mismo ni de su universo cotidiano. Su televisión es el horizonte. La lejanía es el único refugio de sus sueños, y el silencio, su vehículo. No se le oye jugar. En Francia, los niños nacen y crecen en el ruido, que les proporciona seguridad. Para ellos, el silencio es como esa noche tan negra que aterroriza a los niños. El vacío les inquieta. ¿Cómo enseñarles que el silencio es presencia?

Un mundo a su imagen.

En Francia, el universo del niño está moldeado a su imagen. Los juguetes, el entorno está moldeado a su imaginación. Las aulas están llenas de adornos, dibujos y colores. Más me extrañó la riqueza de los parques de atracciones. No tenía ni la menor idea de que se pudiese gastar tanta energía en crear un mundo ideal para los niños. El niño del desierto se construye él solo su mundo ideal. Nadie crea ni construye nada para él y tiene que evolucionar en un mundo hostil. Él mismo tiene que crear sus sueños. Como contrapartida, tiene dificultades para salir de su propio mundo. La sencillez es el apoyo más grande con que cuenta la inventiva.


La droga del escape.

La facilidad mata la vista; eso sí, la educa. Durante un largo viaje por el sur de Francia, vi a unos niños extremadamente tranquilos porque se pasaron todo el viaje jugando con su Game Boy. Cruzamos maravillosos paisajes y ni miraban de reojo la ventanilla. Y es que es más fácil zambullirnos en un universo que se parece a nosotros que permitir que nuestro espíritu sueñe por sí mismo. En Occidente, hay que escapar todo el tiempo y al precio que sea.
Nosotros no tenemos elección; la naturaleza nos envuelve. No podemos escapar de su mensaje, nos pone a prueba física y mentalmente. Vivimos en un mundo cerrado, pero no nos cerramos al mundo que tenemos dentro de nosotros mismos. Mientras, los occidentales habitan un mundo abierto al exterior, pero se cierran a sí mismos.  
Hay que lanzarse de cabeza a la vida. 
Lo virtual jamás tendrá la potencia de lo imaginario ni de la realidad. 

En el desierto no hay atascos, 
¿y sabes por qué? 
¡Porque allí nadie quiere adelantar a nadie!


Poesía de una madre a sus dos hijos:

A mis amores,
Mis ojos os ven cuando todo enmudece y duerme.
Vuestras palabras suenan como melodías en el fondo de mi corazón.
Vuestro olor permanece siempre en las ventanas de mi nariz porque nada ha podido borrarlo. 
Vuestro recuerdos son las dunas y montañas del valle de mi memoria.

Os habéis ido en busca del saber. Volved con él a mí.

Que el tiempo que hace avanzar la caravana del destino nos conceda una pausa. Será cuando cantemos al crepúsculo y dancemos toda la noche.

Douya.

Poema de un alumno a su madre:

Viento, tú que transportas la arena, lleva estas palabras a mi madre. Dile que me acuerdo de ella, de mi hermana, de mi cabra, de mi acacia y de mi duna. Me ocupo de cabras nuevas: las letras; de otros dromedarios: los números; de otras canciones: recitar lo aprendido en mis lecciones. 
¿Sabes? Entre nosotros, es el abuelo quien cuenta el pasado, y tú el presente, pero nadie conoce el futuro. En la escuela, tengo que describir el pasado, el presente y el futuro. Se llama conjugación.

Hay tantas otras cosas que no puedo describirte...

Incluso si el saber se convierte en una carga, lo cogeré e iré a verte.
Pero mira, aprendo un poco e iré a verte, porque cuento con tener un puesto en el futuro.

Aunque sea pequeño.

Targaïda.

Fuentes:

"Los niños del desierto" Moussa Ag Assarid, Ibrahim Ag Assarid.
http://www.elblogalternativo.com/2009/08/26/tu-tienes-reloj-yo-tengo-tiempo-entrevista-al-tuareg-moussa-ag-assarid/

viernes, 27 de julio de 2012

Niños del desierto, niños de ciudad: la educación Tuareg (1)

"Los tuareg solemos decir que la vejez ha conocido la juventud, pero que ésta no sabe nada de la vejez." Moussa Ag Assarid.


Moussa preside la asociación ENNOR France para la escolarización de los nómadas, promotora de la Escuela del Desierto, que acoge a unos cincuenta niños tuareg en la orilla del río Níger.


Entrar en su vida por la escuela.

Asistir a un comienzo de año escolar en Francia constituye un momento difícil. Los niños lloran, sus padres gritan. Sin embargo, esos niños tienen una suerte increíble, pero ¿cómo hacer que un niño que no ha conocido el hambre comprenda que es mucho mejor para él entrar en clase que dar brincos en un parque? Se cuentan por centenares los niños del desierto que todavía sueñan con la oportunidad de aprender un día a leer y escribir. Había uno que no paraba de dar la lata a sus padres para asistir a una clase porque soñaba con subirse a una moto, a la que llamaba "camello que vomita humo". Otro asociaba la escuela de Taboye con un puñado de dátiles porque sus padres volvían siempre con dátiles del mercado de Taboye. Esta es la magia del desierto: una moto y un puñado de dátiles pueden decidir una vida.

Libres para ser responsables.

Entre los nómadas, desde que cumplen siete años, los niños son considerados seres responsables. El chico se va sólo con las cabras; la chica, a buscar agua. También nos permiten hacer algunas tonterías porque saben que la única manera de no repetirlas es sentir en nuestra propia carne lo que no nos conviene. Esta es la razón por la que todos los niños nómadas han tocado alguna vez el fuego con sus manos y han dormido sin mantas una noche de invierno. En Occidente, jamás un padre hubiese permitido que un niño pusiese la mano en el fuego. Y es que hay veces que conviene quemarse para ser responsable. Si se protege demasiado a los niños, tienen miedo de todo. En Occidente, es el temor del adulto el que crea la limitaciones. Entre nosotros, son las estructuras nacidas de la experiencia las que sirven de base a nuestro equilibrio.


Amar al maestro.

En la escuela del desierto, el papel de maestro no es sólo de enseñar a los niños a leer y escribir, sino también el de abrirles los ojos al mundo y de proporcionarles una ética de la vida. Prolonga los papeles del padre y de la madre. En Francia, al haber los padres recibido una educación, es forzoso que miren con ojos más críticos la escolarización de los hijos. En una sociedad en la que el niño es rey, desde sus primeras lágrimas, el padre suele tomar partido contra el profesor, lo que también hace que sea normal que el niño se enfrente a la autoridad. Pero también son innumerables las veces en que los estudiantes me han dicho que habían tomado un camino gracias a la aptitud de un profesor. Más que maestros, también pueden constituirse guías para aquellos que puedan verlos como sus aliados.

Aprender a defenderse.

Cuando en la escuela del desierto un niño va a ver al maestro para quejarse de un compañero que le ha hecho daño, es, para empezar, reprendido severamente. Los problemas de los niños nunca tienen nada que ver con los mayores. En Francia, y a veces en el desierto, existen padres que no se atreven a enseñar a sus hijos a defenderse solos. He visto en París a un padre que fue a ver a la salida del colegio a un niño que se había pegado con su hijo.  También en el desierto he visto a un padre quejarse por una trifulca en un partido de fútbol. Cuando su hijo vio que su padre llegaba a la escuela, hizo todo lo que pudo para impedirle hablar. Nosotros intentamos enseñar a nuestros hijos a forjarse sus propias armas. Sabemos que es la única forma de hacerles sentirse libres.

Responsables.

Los niños del desierto deben cortar muy temprano su cordón umbilical para aprender a apañárselas por sí mismos. Por ello, no es difícil ver a los niños cuidarse entre sí cuando uno de ellos resulta herido. Si, en Francia, el primer gesto de un niño que se ha herido es ir a ver a su profesor y no a su compañero, es porque no se encuentra en situación de supervivencia. Sabe que siempre tendrá un adulto para vigilarlo y protegerlo. Es esa la razón por la que el paso de los occidentales a la niñez es con tanta frecuencia doloroso. Se pegan un buen trompazo hasta que se dan cuenta que no pueden contar más que consigo mismos.

Soñar.

En el desierto no podemos soñar más que con lo que conocemos. Soñamos con dromedarios, cabras, mujeres, oasis. Pero si un elemento nuevo viene a confundir al niño, descubre, maravillado, nuevas posibilidades. Tiene la impresión de que la vida no es sino un sueño a explorar. Incluso al envejecer, conservará la facultad de sorprenderse sin cesar. Nada es debido cuando se crece sin nada. Los niños occidentales crecen en medio de una abundancia tal de vidas posibles que sus sueños son más abstractos y poseen más riqueza. La televisión, el cine, los libros, las amistades atropellan y alimentan sin cesar su imaginación. Es maravilloso y peligrosos a la vez porque corre el peligro de no maravillarse más. Por eso, se pasará el resto de su vida buscando nuevas posibilidades para volver a gozar la felicidad de sentirse maravillado.

Abrir los ojos.

En Francia, desde que son muy jóvenes, los niños son informados de lo que pasa en el mundo y se dan cuenta del universo en el que viven, evolucionan y se comprometen. ¡Cuando a los ocho años me dedicaba a contar cabras, éstos niños ya hablaban con sus padres del calentamiento del planeta! En el desierto, los niños tardan mucho en darse cuenta de la época en la que viven. A los padres les importa un bledo si los americanos han llegado o no a la Luna. No les preocupa sino el transmitir los valores a ras de suelo necesarios para su supervivencia. La infancia se siente ausente de las torpezas del mundo, y mantenemos esa burbujita de la infancia que nos protege. Nos cuesta mucho sentirnos afectados por el mundo exterior al desierto. Es una vida autosuficiente porque se contenta con poco.

Trozo de cordel.

La abundancia no enriquece la imaginación. El hecho de contar con escasos medios nos hace estar inventando todo el tiempo. En el desierto, todos los objetos tienen diferentes funciones. Todo sirve cuando no se tiene nada. Por esta razón, los niños pueden pasarse horas jugando con un trozo de cuerda y un palo. Se cansarían enseguida con las muñecas y sofisticados automóviles que se ven en Occidente, donde no hay nada que inventar porque el objeto constituye un fin en si mismo. La verdad es que a los niños occidentales les ocurre lo mismo. He visto a niños en el recreo jugando con un trozo de goma, dejando de lado los formidables regalos que habían recibido por Navidad. En esto, las enseñanzas que da el desierto son universales: el niño necesita simplicidad para que su imaginación cobre vida y se cansará enseguida del robot para volver al trozo de madera.

Aprender a sufrir.

El sufrimiento, en el desierto, forma parte de nuestra vida cotidiana. Cada vez que una madre da a luz, se está jugando la vida. Y ese niño conocerá en seguida el sufrimiento: el frío, el calor, la enfermedad, la sed.
La regla en Occidente es, sobre todo, no sufrir. Es maravilloso poder calmar el dolor, pero es también necesario. Nos refuerza y, al ponernos a prueba, nos hace crecer. No preconizo una vuelta al pasado, pero me da pena ver hasta qué punto los niños tienen miedo al dolor. La menor pupita se convierte en drama cuando debería constituirse en enseñanza.

La fuerza de afirmarse.

En Francia, el niño es rey y la vida en la familia gira alrededor suyo. Me quedé extrañadísimo cuando vi a unos padres discutir con su hijo sobre si era o no razonable que fuese a jugar al fútbol a pesar de sus pésimas notas. Entre nosotros es algo imposible. Solemos decir que la vejez ha conocido la juventud, pero que esta no sabe nada de la vejez. Por esta razón, el niño jamás se atreverá a llevar la contraria al hermano mayor o a su padre y madre. Es importante el respeto, aunque, si es demasiado abrumador, impide que afirmemos nuestra personalidad. Los jóvenes del desierto no suelen expresarse por no estar seguros de sí mismo, ni jamás hablan de sí mismos porque no han aprendido a afirmarse ni descubrir sus necesidades. Los niños pueden imponerse, pero sin faltar al respeto. Francia me lo repite todos los días.

Bebé en la arena.

Asistí un día en Montpellier a un espectáculo sorprendente: pasé el día con una madre y su bebé. Jamás había presenciado tanto ceremonial por un niño pequeño. Pañales perfumados, comidas a horas exactas, puntillosísimo equilibrio alimentario. Al menor gemido, su madre lo tomaba en brazos. Todo el santo día en un estado de febrilidad, inquietud y tensiones casi expansivas. Al final del día la madre no podía con su alma. ¿Cómo un ser tan pequeño puede desparramarse hasta convertirse en objeto de tantas preocupaciones? Cuando volví al campamento y vi a mi sobrina de dos años correr desnuda por la arena y revolcarse en ella, en las boñigas de las cabras y en las sucias aguas de la cocina, no la sentí segura. Medía la cantidad de progresos que teníamos que llevar a cabo sin sumirnos en una psicosis de salud y limpieza. Aunque sigo convencido que si vivimos demasiado protegidos, nos volvemos más frágiles.

Aprender el tiempo.

Desde su más tierna infancia, el niño encuentra los despertares matinales momentos difíciles. Sin embargo, no lo es para un tuareg. Este se levanta al amanecer y su día comienza con el sol. Al vivir el ritmo que le marca el día y la noche, ignora el sufrimiento del despertar. Vive dentro del tiempo, al ritmo de las estaciones. No existen horas, solo el alba y el crepúsculo. No llevamos inscrito en nuestro interior que la vida debe seguir rigurosamente las agujas de una esfera. En la escuela, nadie lleva reloj, los niños tienen la intuición del momento. Lo sienten. Además, el maestro no castiga por llegar tarde. El tiempo hay que tomárselo...


Continua en:
Niños del desierto, niños de ciudad: la educación tuareg (2).

Fuente: "Los niños del desierto" Moussa Ag Assarid, Ibrahim Ag Assarid.