martes, 14 de septiembre de 2021

El animal que somos: polvo de estrellas y microbios estrellados.

"Estuvimos, durante mucho tiempo, adormecidos en la historia de que somos humanidad, y nos alejamos de ese organismo del que formamos parte, la Tierra. Comenzamos a pensar que la Tierra es una cosa y nosotros somos otra, la humanidad. Me doy cuenta de que no hay algo más que la naturaleza. Todo es naturaleza. El cosmos es naturaleza. Todo lo que puedo pensar es la naturaleza". 

Ailton Krenak, indígena krenak. (Ideias para adiar o fim do mundo.)


"Somos todos el resultado de un solo truco genético transmitido de generación en generación a lo largo de casi 4.000 millones de años, hasta el punto que puedes coger un fragmento de instrucción genética humana y añadirlo a una célula de levadura defectuosa, y la célula de levadura lo pondrá a trabajar como si fuera suyo. En un sentido muy real, es suyo", podemos leer en "Una breve historia de casi todo", de Bill Bryson.

Los seres humanos conductualmente modernos, es decir, los Homo Sapiens Sapiens, las personas que podemos hablar y hacer arte, que tenemos la capacidad singular de simbolizar y apreciar la vida, hemos existido solo durante aproximadamente el 0,0001 por ciento de la historia de la Tierra. Según dice John McPhee en Basin and Range, para hacerte cargo de esta idea, puedes extender los brazos el máximo posible e imaginar que la extensión que abarcan es toda la historia de la Tierra. A esa escala, la distancia entre las puntas de los dedos de una mano y la muñeca de la otra es el Precámbrico. El total de la vida compleja está en una mano, "y con una sola pasada de una lima de granulado mediano podrías eliminar la historia humana".

Un gran golpe de suerte, de todas formas, porque la vida en la Tierra se extingue con mucha regularidad. El nuestro es un planeta que es muy bueno para promover la vida que simplemente quiere ser y perdurar (al margen de todo sentido que los humanos queramos concederle, planes, aspiraciones, deseos....) pero que también es buenísimo para extinguirla.


Las especies, cuanto mayor es su complejidad, más deprisa parecen extinguirse. Porque el nuestro
es un planeta verdaderamente dinámico con al menos cinco periodos de grandes extinciones, algunos brutales, y otras crisis más pequeñas. El Ordovícico (hace 440 millones de años) y el Devónico (hace 365 millones de años) liquidaron cada uno de ellos del 80 al 85% de las especies. Los episodios de extinción del Triásico (hace 210 millones de años) y del Cretácico (hace 65 millones de años) del 70 al 75% de las especies cada uno de ellos. La extinción masiva del Pérmico-Triásico o la Gran Mortandad, fue la mayor extinción ocurrida en la Tierra. En ella desaparecieron aproximadamente el 95 % de las especies marinas​ y el 70 % de las especies de vertebrados terrestres. Así, aparecieron los dinosaurios, y tras su extinción, casi todos los supervivientes fueron animales pequeños y furtivos, nocturnos, flexibles en la dieta, de sangre caliente. Los mejores seres para el mundo que quedó, un mundo a oscuras y hostil. Y así, aparecimos nosotros.

Aunque habitamos una cultura que privilegia la novedad y el crecimiento, la naturaleza es cíclica y regenerativa, y la vida en nuestro planeta siempre ha sido fluida, permutable e interdependiente. 

 "El ritmo de la noche y el día, de los cambios estacionales, del crecimiento y de la decadencia es un pulso con el que nuestras vidas deben latir en armonía (...) Y el retorno orgánico perpetuo asegura que el ciclo podrá continuar en la oscuridad del suelo, al torrente de la vida que no se interrumpe, si no es por el ser humano. Aquí está la viva expresión de la interdependencia y la unidad que dice "todas las cosas son una sola", la viva expresión del fuego inmortal y del fuego generacional; el fluir del río que nunca es el mismo y nunca cambia", narra Elyne Mitchell en "Speak to the earth".

Coge un puñado de tierra en un bosque cualquiera, y tendrás 10.000 millones de bacterias, más un millón de levaduras, unos 200.000 mohos, protozoos, y más criaturas microscópicas. En la ley cíclica del retorno, la corriente de la vida depende de todas las actividades de todos los seres vivos.

"Esta comunidad del suelo consiste en una red de vidas entrelazadas, cada una se relaciona de alguna manera con las demás. Las criaturas vivas dependen del suelo quien, a su vez, solo puede ser un elemento vital de la tierra mientras esta comunidad florezca", escribe la bióloga Rachel Carson en Primavera silenciosa.

Tu propio cuerpo está constituido por un microbioma de trillones de células y hay "10 veces más de bacterias en ti, que células humanas. Por peso, eres más humano que bacteria porque tus células son más grandes, pero por número, ni se le acercan", advierte la bióloga molecular Bonnie Bassler (Bacteria talk).

Todo ser vivo es una ampliación hecha a partir de un único código, un único plan original. "Todos los habilidosos y diminutos procesos químicos que animan las células (los esfuerzos cooperativos de los nucleótidos, la trascripción del ADN en ARN) evolucionaron sólo una vez y se han mantenido bastante bien fijados desde entonces en toda la naturaleza." "La mitad más o menos de las funciones químicas que se presentan en un plátano son fundamentalmente las mismas que las que se producen en nosotros. No hay que cesar de repetirlo: la vida es toda una. Esa es, y sospecho que será siempre, la más profunda y veraz de las afirmaciones", afirma Bill Bryson (Una breve historia de casi todo).

"Caminamos por la tierra.

La cuidamos,

como un arcoíris reposando en la cima.

Pero hay algo debajo,

bajo la tierra.

No lo sabemos.

Tú no lo sabes."

Son los versos desde la tierra de Arnhem, Australia, del aborigen Big Bill Neidjie en su libro Gagudju Man.

Todos los pueblos aborígenes e indígenas han tenido y tienen, tradicionalmente, una conciencia profunda de conexión entre todos los sistemas vivos (incluídos los que no vemos) y, por lo tanto, un parentesco humano con el resto de seres vivos. Su vida social integraba las reglas naturales. Los humanos, de naturaleza compleja, descienden de ancestros que eran una mezcla de humanos y no humanos, y partían de un destino común. Las culturas de todos los pueblos indígenas se basaron en el orden y desorden del cosmos, el capricho, equilibrio y violencia de la naturaleza, en la base para comprender y explicar el orden y desorden de los asuntos humanos.


“En las formas de conocimiento indígenas, se entiende que cada ser vivo tiene un papel particular que desempeñar. Todo ser está dotado de ciertos dones, su propia inteligencia, su propio espíritu, su propia historia. Nuestras historias nos dicen que el Creador nos las dio como instrucciones originales. La base de la educación es descubrir ese don dentro de nosotros y aprender a usarlo bien”, escribe la bióloga potawatomi Robin Wall Kimmerer, (Recolección de musgo: una historia natural y cultural de los musgos.)

En nuestra cultura, es común recurrir a lo natural como lo bueno, sobre todo cuando sentimos escrúpulos sobre nuevas tecnologías, o cuando somos reticentes sobre las licencias a los científicos para que inserten células humanas en otros animales. Eso es antinatural, pensamos, es jugar con la naturaleza. Pero si ya compartimos casi la mitad de nuestros genes con un plátano, ¿por qué no?, alegan otros. Siguiendo en la misma línea, resulta igual de natural que nosotros nos extinguiéramos. Pero de lo que hablamos aquí es de extinción como un proceso natural a largo plazo. La extinción provocada por imprudencia humana es otro asunto completamente distinto.

"Parece que diez mil años de modernidad han producido un animal que no cree ser un animal", se lamenta Melanie Challenger, investigadora sobre la historia de la humanidad y el mundo natural, en "El animal que somos". "Pensamos en otros animales como algo separado de nosotros porque no pueden escapar de su naturaleza animal. Pero, ¿qué nos hace estar tan seguros de que hemos escapado de la nuestra?", nos espeta.

Actualmente, más de la mitad de la población mundial vive en asentamientos urbanos, y sentimos que somos seres excepcionales, que existe una diferencia absoluta entre nosotros y el resto de los seres. "Cuando intentamos salvar a la persona dejando de ser animales, olvidamos que una persona y un animal son la misma cosa."

Un animal con conciencia, con cultura, sensible y poderoso, pero nuestros sueños siguen siendo sueños de animales, que pueden erizar nuestra piel instintivamente. Estamos hechos del mismo material que las estrellas, cada átomo nuestro ha pasado por varias estrellas y ha sido parte de millones de organismos en camino de convertirse en nosotros. Pero también sufrimos por los virus o por las ventosidades.

Nuestra especialidad es la cooperación, somos animales archisociables. Somos buenos explorando nuestras propias motivaciones y sentimientos y también la de los demás para interferir sobre ellos. Somos especiales, sí. Pero más que animales cooperantes, lo que tenemos es una gran versatilidad cooperativa: negociamos y competimos, como las dos caras de una misma moneda.

"Nuestras ciudades e industrias han dejado su huella en el suelo, en las células de las criaturas de los fondos marinos, en las distantes partículas de la atmósfera. El problema es que no sabemos la forma correcta de comportarnos ante la vida. Esta incertidumbre existe en parte porque no podemos decidir cómo importan otras formas de vida o incluso si lo hacen."

"Se hace cómodo pensar que somos parte de algo mucho más grande que nosotros mismos (Gaia), ya que esta perspectiva se asemeja a las antiguas costumbres de pensamiento. Sin embargo la otra parte consiste en pensar en qué significa pensar en ser parte de algo mucho más pequeño que nosotros mismos (microbiomas). Nuestra identidad y el curso de nuestra vida están tan ligados a los microbios y los microbiomas como lo están de los macrobiomas (ecosistemas). Nuestra empatía por la vida debe ampliarse tanto a la presencia de grandes árboles como a la presencia de trillones de microbios dentro de nosotros", opina el pensador medioambiental australiano Glenn Albrecht (Las emociones de la Tierra).

 

"Un planeta, un experimento".

Edward O. Wilson, biólogo. (La diversidad de la vida.)

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