domingo, 19 de junio de 2011

John from América: Cultos cargo.

"Lo que califico como falta de hogar quiero decir que los aborígees se enfrentron a una especie de vértigo de la vida. No tenían una base estable; toda afiliación personal fue anulada; las estructuras grupales quedaron fuera de lugar; a ninguna red social le quedaba ningún punto de apoyo... En Nueva Guinea, a algunos seguidores del culto de cargo solían habalr de "hombres de cabeza redonda" y "hombres sin barriga". Se referían a una especie de naúseas giratorias que sufrían a causa de un mundo que parecía haberse desorientado. Creo que algo así podría haber afectado a muchos de los aborígenes sin hogar". 
W.E.H. Stanner.
 
 
Años cuarenta, en medio de la nada, por todas partes lo único que puede verse es agua, el Océano Pacífico arropa a las pequeñas islas de Melanesia que lo salpican. Los habitantes de una de esas minúsculas porciones de tierra emergida viven aislados del resto del planeta. El único y esporádico contacto que han tenido en mucho tiempo eran con hombres raros portadores de un libro de oscura cubierta que hablaban de un dios desconocido y de adoptar costumbres que no les eran propias, irritantes intromisiones que nada bueno parecían presagiar.

Contactos más amigables y fructíferos eran los mantenidos con otros isleños pero, aparte de vecinos y misioneros, nadie más visitaba aquella esquina del globo. Ignorantes de lo que sucedía en el océano, donde dos grandes imperios luchaban en medio de una gigantesca guerra, los isleños se habían sorprendido al observar, lejos, muy lejos, sombras producidas por grandes navíos. Igualmente, a veces, se escuchaba un misterioso zumbido y, alzando la mirada hacia los cielos, un oscuro pájaro negro de robustas alas y vuelo veloz, cruzaba entre las nubes, muy alto.
 
Hasta que un día, en medio del asombro general, otro gigantesco pájaro oscuro sobrevoló el poblado y esta vez aterrizó. La isla que sobrevolaban era ideal para instalar, al menos temporalmente, un puesto de escucha y aprovisionamiento.
Una patrullera se acercó a la costa y, en la distancia, un destructor y varios buques de escolta y aprovisionamiento.
Los marines instalaron un puesto de escucha,con varias casetas prefabricadas, un generador, grandes antenas y un montón de suministros. Con el paso de las horas, tanto isleños como militares fueron entrando en contacto. Lo normal en esto casos era ofrecer regalos. El comandante del puesto inició la fiesta. Leche en polvo, cosas brillantes, chocolate… tabaco.

Pasaron los días, aquellos “dioses” controlaron las ondas de radio, mientras sus amigos isleños disfrutaban de inesperados objetos y contemplaban con asombro las máquinas portadas por aquellos hombres-dioses vestidos de verde. Algunos de los moradores de la perdida roca fueron bendecidos con el favor de los dioses, pues éstos sanaron sus enfermedades. Pero aquello no duró mucho.

Una mañana, como aquella en la que el pájaro negro descendió por primera vez, el puesto recibió la orden de regresar a la flota. Las tiendas desaparecieron, las antenas ya no se alzaban, los dioses se habían esfumado, la isla volvía a su aislamiento de costumbre. ¿Cómo hacer que volvieran? ¿Cómo suplicar por su regreso? ¿Cómo lograr alzar la voz hasta los cielos donde vivían los pájaros negros?

Pasaron los años, pero nadie olvidó los días en que los dioses llegaron con sus regalos. Habían observado cada detalle, asombrados, escucharon el lenguaje de aquellos extraños, no lo entendían, pero aprendieron algunas palabras, como Amerrica, aunque para ellos no tenían sentido alguno. Memorizaron las inscripciones con que el pájaro negro estaba decorado y las pinturas que daban carácter a la patrullera, no olvidaron las siluetas de otros pájaros negros que pasaron sobre la isla en aquel tiempo. Decidieron que, para recordar aquellos días y para lograr que los dioses regresaran, tenían que hacer una gran representación anual en conmemoración de la primera visita desde los cielos y el mar. Así nació todo un ritual que era celebrado con pasión por los isleños. Imitaron los rifles de los militares con largos palos, se vistieron con los colores de los uniformes que habían visto, reprodujeron la sagrada enseña de sus dioses, la bandera de los Estados Unidos, elevaron un bosque de ramas en recuerdo del radiotransmisor y formaron con rocas en la playa, o con pigmentos sobre sus cuerpos desnudos, figuras que rememoraban los “dibujos” vistos en los pájaros y los grandes peces metálicos, como USA o US NAVY.

Estos son los llamados por los antropólogos como cultos cargo. En medio de una cruel contienda entre las flotas japonesa y estadounidense, además de británicos, australianos y neozelandeses, las tribus de muchas islas de Oceanía o del interior de Nueva Guinea que, anteriormente, no habían tenido contacto con el exterior, se encontraron, de pronto, con visitantes maravillosos y poderosísimos, capaces de surcar las aguas, volar por el cielo a voluntad, podían curar enfermedades, portaban armas invencibles, alimentos nunca antes imaginados, eran capaces de cualquier cosa. Pero la guerra terminó y los “dioses” desaparecieron. El choque había sido brutal, el “primer contacto” dejó a muchas de aquellas gentes desorientadas. 

Algunos cultos cargo han sobrevivido, siendo el más conocido el de la isla de Tanna, en Vanuatu El origen se halla en los movimientos de las tropas estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial, que aparecieron súbitamente sobre el cielo de la isla arrojando todo tipo de provisiones. La historia quedó inmortalizada en la figura de "John From", un dios que vendrá de los cielos para traer todo tipo de mercancías y bienes materiales. El nombre proviene probablemente de algún aviador que se presentó ante ellos como “John from America”.
Hoy día, los seguidores de Jon Frum se siguen reuniendo en la isla de Tanna cada 15 de febrero para celebrar su particular ritual: un grupo de supuestos “soldados” desfila con sus fusiles de palo y la palabra USA trazada sobre su pecho. A continuación izan puntualmente la bandera estadounidense y realizan una serie de cánticos rituales con la esperanza de que Dios vuelva a lanzar sobre ellos su preciado “cargamento”.

Otro culto cargo es el que realizan la tribu de los Yaohnanen que espera otro Dios que regresará para cubrirles de regalos: el Duque Felipe de Edimburgo. Según la mitología Yaohnanen, el marido de la Reina de Inglaterra es el hijo de un antiguo espíritu que habita en las montañas de la isla de Tanna, y reinará sobre los miembros de la tribu a su regreso. A pesar de los miles de kilómetros que separan Londres de este pequeño archipiélago de la Melanesia, los nativos aseguran que el espíritu del príncipe Felipe se aparece con frecuencia y les habla. “No le podemos ver, – dice el jefe de la tribu - pero podemos escuchar su voz” Los antropólogos han determinado que en algún momento de la década de los años 50 las creencias ancestrales de los Yaohnanen se mezclaron con las noticias que los visitantes ingleses traían sobre la familia real británica y el choque de culturas dio lugar a una nueva y exótica creencia. También se habla de la influencia de una visita del propio Príncipe a la zona en 1974.

En su célebre Vacas, cerdos, guerras y brujas, el antropólogo Marvin Harris relata cómo uno de los profetas del cargo fue conducido a las ciudades occidentales para que viese con sus propios ojos de dónde surgían las mercancías. Lo llevaron a fábricas de cerveza, a hangares de reparación de aviones y a otros lugares de producción con la intención de mostrarle que todo aquello que creía mítico y divino en realidad provenía de fuerzas reales y materiales. Lo curioso del caso es que no lograron a convencerlo, sino todo lo contrario. El profeta no podía comprender por qué aquella riqueza no estaba distribuida igual entre todos. Sin duda, tenía que ser por alguna razón sobrenatural, porque, en una lógica no contaminada por el sistema, era imposible que algunos sin trabajar pudieran tener todo el cargo que quisieran, y otros, trabajando duro, apenas pudieran disfrutar de ese maná.  

"(A Yali) Le llevaron a Australia donde los australianos querían mostrarle cuál era el secreto del cargo: centrales azucareras, fábricas de cerveza, un taller de reparación de aviones, los depósitos de mercancías de los muelles. Aun cuando Yali pudo ver por sí mismo algunos aspectos del proceso de producción, también constató que no todos los que iban en coche a todas partes y vivían en grandes mansiones trabajaban en centrales azucareras y fábricas de cerveza. Pudo observar cómo hombres y mujeres trabajaban en grupos organizados, pero no logró captar los principios últimos sobre cuya base se organizaba su trabajo. 
Nada de lo que vio le ayudó a comprender 
por qué de aquella inmensa profusión de riqueza 
ni siquiera una gota llegaba a sus compatriotas."
Hoy, en pleno siglo XXI, todavía no sabemos muy bien como funciona la cosa. Pero lo que sí está claro es que no hay que mirar tan lejos para ver que los cultos cargo no son tan ajenos a nosotros.



En Amerika Samoa los samoanos cantaban esta canción, Tofa my Feleni, tras el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando los marineros de la US Navy destinados en las islas regresaban a su hogar:

"Adiós amigos míos,
os tenemos que dejar,
navegar a lo largo del océano

Americanos no olvidéis Samoa, nuestra tierra
pero tampoco nos olvidéis a nosotros,
sus habitantes.

Oh! Samoa, nunca te olvidaré."



Fuentes:
"Vacas, cerdos, guerras y brujas" Marvin Harris.

1 comentario:

MarkVR dijo...

Wow. Por qué de repente pensé en alienígenas?...